Odalisca

Ya no la realidad de lo que es tocar un cuerpo
deseado crasamente por sus efluvios bajos
sino la evocación de un sentir ilimitado,
de un estarse impedido de aberturas
en la cámara en la que desearía
morar siempre justamente a partir
del contacto con las formas. Eso. Figuras  
nebulosas como esas que suelen entreverse
en la bruma de la noche, al pasar, para siempre
mitológicas, o apenas imprecisas, pantallas
donde proyectar lo clásico, y también figuras como
la que hubo, por supuesto, de ofrecer
la que fue la modelo de esta obra.
Se agrega otra mujer, de este modo,
a la ristra de apetito por las Lauras,
las Beatrices, las Marías, apetito
que es tan sólo, a su vez, otro medio
interpuesto para darle concreción
a más peregrinaciones y quimeras. Y el ambiente
oriental de la pintura que, según dice la crítica,
no supera lo discreto, es tan sólo un pretexto,
como todos los motivos para llegar hoy acá
o asimismo lo que trajo hasta el aire de la sala
a las dos adolescentes de bermudas a la moda
y sombrero tipo bombín que escoltan a una púber
que enfundada en un solero con encaje, deja ver
en lo que es el relieve pronunciado de sus huesos,
entero y de una vez el llamado “sentido” de las artes;
ella, igual que ésta y otras de la serie interminable
de mujeres acostadas, odaliscas, como peces
ondulando en lo seco con sus colas.

Gerardo Jorge



Un idioma lejano

Como quien dice "no, no me molesta..."
contestando al pasar una pregunta
como si se tratara de algo más
cuando la cuestión es, en realidad,
exactamente lo que lo perturba,
otra vez la tarde se va frente a sus ojos
y le ofrece postales, información visual
conocida que él mezcla con imágenes extrañas
y frases sin poder formar un todo.

Asistido por máquinas domésticas,
se paseó toda la tarde pensativo
asomándose al paisaje por momentos
y observando su hormigueo.

El hecho pesado, inevitable
de que cada día algo empieza,
sube el sol y clarea un área
que así queda definida
como contexto, brillante,
no resulta indiferente ese anillo
ni se tacha como un mero teatro
de ficción, aunque parece
pertenecer a la economía ajena,
como los niveles de un hacer
muy específico o los hechos
cruciales en la vida de los otros.

O, cuando está más optimista,
es como un idioma lejano el día,
destellante y hostil a la vez,
dormido en la promesa de aprenderlo.

Gerardo Jorge











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