Algunas palabras para las desapariciones

Como se anotan las palabras, en el cristal empañado, para que desaparezcan. Palabras para las desapariciones, para los silencios. Palabra de silencio y desaparición, que se traza con la yema. Y que abre huecos para ver las calles. Sois, somos, para los transeúntes, el escaparate móvil, la galería de retratos de este tiempo. Somos, dentro de esas palabras que, en el cristal, trazamos. Hacedlo. Y mirad por ellas a las gentes de afuera. Que así veréis, de nuevo, a la mujer del cuaderno azul en e1 regazo, la que espera callada, con gestos en las manos para subir de nuevo con la mirada entornada. Buscadla en las calles y trazad la palabra. Trazad vuestra palabra azul, en los silencios vuestros.

Miguel Ángel Ortiz Albero


Aquí, de este lado

«Todo pende de un hilo.»
Tadeusz Kantor

La tarde en la que todo comienza, o la tarde en la que todo termina, debiera ser, me dicen, una tarde sin límites, o de límites confundidos, al menos, y desdibujados. Una tarde en la que la realidad pudiera bailar con lo ficticio sobre las líneas invisibles, turbias, de esas fronteras que debieran ser inexistentes, como así me repiten ahora o desde siempre. Es el ritmo de ese baile, me dicen, el que borrará todas las fronteras que, de un tiempo a esta parte, obligan a alejarse de ellas, a hacerse extranjero. El ritmo de ese baile de lo cierto con lo incierto es el ritmo que nos aleja, el que nos arrastra más allá, el que nos invita cautelosamente a ser extranjeros, acaso, de nosotros mismos, aun sin saber muy bien si esto, ser extranjero de uno mismo, es ahora posible o no. Así me lo dice, así nos lo dice, Enrique Vila-Matas.

La tarde en la que todo comienza, o ésta en la que todo tal vez termina, una multitud de espectadores desciende las escaleras que conducen a los sótanos de la Galería Krzysztofory de Cracovia. Afuera sopla un fuerte viento que golpea las ventanas y abre, una por una, todas las puertas. Se escucha el bramido de una tormenta de mediados de noviembre, así como la orquesta de un baile lejano, demasiado lejano. La multitud de espectadores va situándose. Repartidos por la sala todavía no saben si han entrado o no, si han ocupado sus propios sitios o no, si son, o no, espectadores de algo, sea ese algo lo que quiera que sea. Tan sólo una cuerda, apenas un cordel, los separa de lo que debiera ser el escenario. Acaso no sea el lugar más propicio, y a nadie hubiese extrañado que a la entrada, sobre el dintel de la puerta, una inscripción, como se sabe que así sucedía en el anfiteatro anatómico de Toulouse, advirtiese de que ése es el lugar en el que la muerte gusta de ayudar a la vida. Hic locus est mors gaudet succurrere vitae, sí, parecen pensar algunos de los muchos espectadores, éste es el lugar, este sótano de bóvedas de ladrillo, este lugar de nada o de nadie a este lado de una cuerda que apenas nos separa de algún otro lado.

Miguel Ángel Ortiz Albero
La danza de la muerte



"En la poesía, como en la vida. La sutura cierra, pero reaprovecha la marca, la señal que perdura. Y el cierre permite la continuación, la reapertura renovada. Cerramos con la intención de seguir adelante, de dejar atrás y poder reconstruirnos. En la poesía, ese cierre sirve, debe servir, para reescribirse uno constantemente. Como una cesura, una parada, un tomar aliento, un silencio necesario."

Miguel Ángel Ortiz Albero



"La sutura precede, en este caso, a la piel. Es algo vital, procesual. De cada puntada resurge, renovada, esa piel. Al parecer, nos dicen, la piel siempre está ahí. Pero su apertura, la herida, es una anomalía. Y de ella debe rebrotar la piel. Es necesario que así sea. Desde la interrupción, la continuidad. El cuerpo no nos miente, y debe continuar siendo cuerpo. Cada nueva palabra de cada nuevo libro debe ser la puntada, el hilo y la aguja.
 Nunca ha de ser la misma la piel que vestimos. La muda nos viene dada desde el inicio y hasta el final. Cargamos varias pieles en este tránsito. Y, por tanto, varias han de ser las que dejamos atrás. Como si nunca terminase de hacerse del todo, como si fuese imposible que hubiese una piel definitiva. La sutura es como un tatuaje. Es el tatuaje, el texto impreso sobre el lienzo de piel que somos. La sutura escribe nuestra piel, escribe la mía, aquello que vamos siendo o dejando atrás."

Miguel Ángel Ortiz Albero



Parada

escuchadnos y asombraos, vibrad,
que se estremezca vuestra piel, vuelco
del corazón en los párpados, lágrima
agolpada en vuestros pechos, gritad,
nombrad, letra a letra, la emoción o batid
las palmas, el cuerpo erizado en la mirada,
el cuerpo alzado, silbad, proclamad la sorpresa
en vuestras bocas y en las manos, en las alas,
como si fueseis ángeles, como lo sois, y elevad
el vuelo sobre la carpa, el júbilo, la carne
embargada de cielo y de arena, y cantad el vértigo,
el asombro, cantad el miedo, el abismo, el filo
de las muertes, cantad lo imposible ahora
y asombraos, os decimos, sois espectadores de la vida
observad en la arena cada una de las muescas,
y el tiempo, las huellas sin pisada, las plantas
desnudas de los pies, observad la orquesta
de esta bóveda imposible, y los cuerpos, el músculo
elevado a los cielos, observad el trapecio,
o el alambre, admirad el bombeo de la sangre,
cada uno de todos los latidos, las sienes,
las desapariciones y los gestos, las cabalgadas,
las cabriolas y los volatines, observad la vida
y asombraos, y admirad la vida, espectadores
de esta barraca abierta sin pudor a vuestros ojos,
a vuestras almas y a la sangre vuestra que hierve
como la nuestra hierve, azul, en todas las funciones
comienza el carnaval de las mujeres pájaro, la feria
de las risas y los llantos, lo que pudo ser, lo que será
cuando nada ya quede, el baile de los hombres voladores,
el vuelo, la elevación y el salto, la máscara arrancada
a cada noche, la fiera, el rostro pintado, las líneas de la vida
trazadas en el interior del círculo infinito, comienza
el circo, aquí y ahora, donde acaba la palabra, donde
se escucha el redoble de los días, rumor de luz dorada,
confeti y terciopelo, fiesta y celebración, cabalgata sin red
para los ángeles, desfile y cortejo de los sueños
pasad y vedlo,
el círculo infinito es vuestra casa en esta noche

Miguel Ángel Ortiz Albero



XVII

Qué bocanada preciosa es esta que respiro, de tu mapa de vida tatuado en mis pupilas. Qué nervio es éste que siento de tus músculos abiertos en venas sobre mi pecho. Qué es tan de fuego esto que siento que a tu piel me encadena y a tus labios, y me cose a tus ojos con hebra de oro hilada de tu pelo. Qué es todo este asombro tan buscado que se abre al fin al fondo de mis pasos y es tu rumbo y es el mío hallados en huellas de arena y espuma de mares. Qué es que no puedo dejarlo ni pretendo, pues habría de ahogarme si lo hiciese. No sé qué es y lo sé sin embargo, que siendo lo que eres lo eres todo, mi centro, mi vientre, mi reina y mi sirena.

Miguel Ángel Ortiz Albero
Poema de su libro de amor Cuaderno de la sal en la mirada









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