Alto sitial de angustia.
Devoro pan impío, piedra de soledad incorruptible
Escarnio son las alas
si es libertad batirlas bajo la ubicua trama de una alevosa red,
que nadie, astuto, burla, y al cabo nos apresa;
al filo de algún ojo de implacable perfidia
que el corazón percibe como el feroz acecho de un verdugo infinito.
Sufro en mi acantilado
soportando la injuria de una hiel incisiva que me cala hasta el núcleo,
de una sal rencorosa
que al sazonar mi tierra leuda mis elementos para un cárdeno rito.
Desertar no pudiera
bajo el código astuto del tirano que me inscribe en su pavorosa geometría,
no tan rígida aún
que el viento del terror no erice el polvo en el cuadrante vivo del esclavo,
la víctima, el hereje.
Rodeado por las algas
fanáticas de un numen que inciensa mi condena con bálsamos atroces,
muerdo la voz, como una gran navaja de hielo y desventura,
con el arrojo infausto del héroe abandonado en el desastre.
Peor que solo en la noche fronteriza del caos.
Asistido en el trance por alguien que es yo mismo del revés, en mi ausencia;
arrastrado a una cita quizá con el fantasma que habita mi reverso,
sin oír los sollozos de aquel íntimo arcano forzado a ser mi guía,
forzado a custodiar mi lámpara de sangre,
arriesgo el alma al filo de algún nefasto arrullo
entre el coloquio estéril de la lengua y el eco.
Alguien llama en el quicio pero se desvanece.
Sin duda
no merezco aun la mano cuyo fervor perverso fundiría el cordaje.
Debo cegar primero es ternura en flor, viciosa por tardía,
que hace temblar mi polen desnudo al filo de la zarpa.
- No, no hace el escudo al héroe
sino el íntimo temple del denuedo.
- Quien persiga la gema final de su inocencia
persevere y acendre su quilate en el martirio.
Acaso deba absorber de pie mi propia muerte,
hasta exaltar mi sino sobre la oscura ley fanática del mártir,
para dar a mi vida un alto destino de campana.
Me abismo en la consigna. Debo alcanzar el don aciago.
Lo quiere el corazón, probado en las más crueles latitudes del hombre,
penitente en los climas extremos del peligro, del éxtasis y el caos.
Desde el abrupto amor
con garras y delicias de un arduo paraíso contiguo a la locura,
hasta la soledad quemante del hereje sembrada de agonías;
desde el pavor del dédalo sin dios, cavado a dientes y uñas contra el mundo,
hasta la cumbre altiva de una alegría astral, lindera al sacrilegio.

Jorge Enrique Ramponi
El Páramo de Huesos 
Fragmento


Canto a la sombra de las guitarras
con el corazón natural desnudo en su origen.

Ah lento curso de nácar.

Ángeles del verso
la gracia pide audiencia
mármoles de voz queden estatuas.

Canto a la sombra de las guitarras.

Corazón, deja tu mal de péndulo
Recóbrate cascabel de sangre
Otra vez trompo mediterráneo
de pie en el vértigo.

Escucha el amor y su danza.
La danza no es el desesperado árbol de lo terrestre al cielo.
La danza es lo dulce que crece la carne hasta el halo.
Al que guarda su palabra de gozo se le seca la sangre.

[…]

La voz es darse al impulso sin réplica.
Entrad en la danza, entrad en la danza de la vida
que el que se queda con los ojos bajos es de piedra y sin sangre
maldito.

[…]

Canto a la sombra de las guitarras
Vengo de canto autónomo
vengo de caracol profundo
probadme la conducta sentidme el habitante
al fondo del odeón anda el sésamo

[…]

Sentid mi transparencia, mi frescura caliente
miradme la zona del martirio
miradme el limbo diáfano
Estoy de Dios conmigo alto en la sangre
cantando.

Jorge Enrique Ramponi
De Corazón terrestre



Ceremonia del cuervo

De qué remoto germen o ritual pernicioso
llegan al corazón ceremonias de cuervo legendario esta noche,
reverencias de búho
venido del cuadrante de una heráldica aviesa;
mímicas obstinadas de pájaro de túnel
que anuda entre sus cejas la tiniebla y el éxtasis,
y oficia estremecido su animal sacramento, de espaldas al oráculo.

Entre venias pausadas,
frontal a redonda de su culto sombrío, trazo un símbolo arcano,
con las garras en cruz lo signa polo a polo.
Olfatea hacia el norte cierto almizcle maligno
que le enturbia el plumaje con un viento de eclipse.

Cita las cuatro esquinas
con un gesto abismado de pontífice impío, cardinal y remoto;
con el pico en el eje las anuda en un orden jeroglífico ciego.
De par en par las alas
y la cola imbricada de abanico yacente,
en un largo vuelo quieto cubre el óvalo y gime su consigna de cábala.
Tendido en él lo asume fanático de indicios,
se tira a las espaldas escamas rencorosas,
lo empolla en su liturgia como a un huevo sagrado.

-Afronta tu desdicha, fértil enardecido
quién sabe por qué filtro de malicia perversa:
si Dios no está contigo cuando cantas
acaso te laten en el bulbo semillas del demonio.

-Nadie elude su crisma de tinieblas y caos
si nació para el rito de los crueles poderes furtivos de la noche.

-Nadie pierde su estela
si es fiel a su presagio secreto desde el prólogo.

El deudo que responde ya no es él,
su denuedo talla altares feroces en la propia desgracia,
tornavoces aciagos,
púlpitos de la misma materia del gemido.

Ora con eslabones de intemperie maligna,
con pésames de plomo que estampan en el alma su quilate de luto,
encandilada esfinge que rebota en sus huesos.

Quenas dos veces muertas, sin médula y sin soplo,
fosforecen sepultos avatares, álgebras torvas,
esfinges con vísceras de tumba.
Torres del desafío
cumplida la parábola, de regreso en el polvo.
Alfabetos sin quicio que responden preguntas
turbias admoniciones, animales relámpagos.

Sin confín en la extrema latitud del sollozo
se le conoce a quién invoca en su liturgia.
La audiencia despiadada se le acusa en el ceño de extranjero difícil,
clandestino, sinuoso.
En la lira de fuego que le tiembla en la frente malévola de hereje.
Le cae un yeso negro, funeral, sobre el alma.
Se le vuelven laureles de azufre los cabellos.

Solo ante el ara inicua,
lívido hasta el registro de las revelaciones en la clave del mártir,
le tañe facciones un viento de otro mundo.

Jorge Enrique Ramponi



"En plenitud de verdad, el creador auténtico de poesía es una trasmisor del arrebato que lo posee y encarna en su voz una versión del propio oráculo, despierto en el momento de las
fulguraciones mágicas que ele{c}trizan su ser."

Jorge Enrique Ramponi



Piedra infinita
(Fragmento)

CORAZÓN de la piedra que no llora ni pregunta nunca,
forrado en soledad,
en su amarga vertiente de silencio,
penitente sin rodilla ni sangre
como esclavo girasol aborigen.

Oh satélite ciego del tiempo perpetuo.
Un meridiano estéril, desde el polo del ídolo,
propaga su terrible fase de escarcha,
imanta su destello verdugo.

La sangre apura su vejamen,
consuela su burbuja herida en el párpado,
se arrulla entre sus propias efímeras de fiebre y polvo.

Y cantaría de amor, aún, hasta arrullar el sílice,
hasta que cambie al menos la forma del suplicio.
Nivel a pulso suyo la piedra en hondo vuelo ardiente,
a oscuro rigor de alas de sangre, el canto.

NO hay equidad corpórea,
hombre de pobre tierra alzada en alarido.
Nadie alcanza la piedra.
Nadie vuelve su núcleo pulpa viva.
No la toca una vara de llanto caída en la intemperie.
Nadie conoce el sésamo ardiente que abra el témpano.

Pero el agua distribuye su magia.
Rápidos cubiletes vuelcan su azar perenne,
números bailarines por declives de danza hasta la innúmero,
súbitos sortilegios encinta de primicias.

Juegos de hembras,
fugaces biseles de muchachas,
el augurio de carnales magnolias siempre en fase de vísperas,
la promesa de ebrias lunas de nalgas, a deriva por rápido menguante.

Suelta, otra vez los pétalos confluyen.
Estallan las barajas de escama,
alguna catedral de estalactitas
por un remo de sol, sólo de luciérnagas.
Oh poliedro flagrante,
agua plural, furtiva, espectro de lo súbito.
Árboles sueltos, bosques libres huyen,
árganas de corimbos a deriva.

Tarambanas del agua,
del brazo las argollas de verbena,
rondan la piedra adusta,
le azuzan sus pléyades,
frustran su discurso de golas.
Versátiles medusas, chorreando su escarola marina.
oh benignas gorgonas vueltas gárgolas,
llaman la piedra como a un duro afluente
con sus flautas de sal y su tambor de yodo.

Y han de jugar acaso hasta absolver la piedra,
hasta que le brote una flor, un fértil corazón adentro,
un chorro de arrullo, una pluma de esmirna,
cuya criatura le cueste vivir
y morirse.

PIEDRA o vanidad del tiempo que así se erige dólmenes.
Máscara turbia de una fábula lenta que perdura en su mímica.
Ignora las primaveras -danza del árbol y la sangre-
sus destello y ruinas,
témpano sin temperatura.
Accede en su color o declina en su orgullo
sólo por la gran constancia unitaria.

La tierra cargada de su plomo triste
gira para un azar de siglos y girándulas.
Quisiera sacudir su estorbo duro,
como un tumor o lacra,
áspera cuña que interrumpe la dulzura terrestre.
El hombre canta y llora a crispación de vida y muerte,
hasta cimbrar su corazón en su pedúnculo,
vasallo de un dios triste, anónimo en su fuerza,
a quien no importan vísceras ni canciones, ni sueños.
Porque no vale el caracol,
el surtidor del canto,
la dulce criatura, el bello animal nuestro que da sangre.
Ni el mineral o fósil o lingote calcáreo,
aglomerado infame, tirado a eternidad sobre su muerte,
si aún lo definitivo es sólo tránsito infinito.

(Ah, letras de la sangre cercada de gusanos,
palabras de la entraña cuyo panal devoran,
voces que el duro rapto erige
y el canto, ciego, palpa temblándole las yemas,
con la lengua pegada en qué sabor a póstuma cicuta.
El polen de la vida tiembla en los estambres de los huesos,
trepa una larva fría sobre un lóbulo,
desde las turbias napas crece un légamo horrible,
el pésame que hereda la sangre réproba de las sangres
otra vez toma forma de callado alarido.)

VED la piedra en su código:
materia que sólo sabe dormir, dormir, párpado a plomo,
esclava en su postura,
deriva en soledad de limbo a limbo.
Acuñada en su edad, ajena al tiempo, antepasado
suyo que ella niega,
ya nadie sabe de su vástago lejano.

Rompí su cuerpo por ver su corazón: témpano sólo.
Vacié su vaso, arena muerta contenida.
Ella, lo eterno; yo, lo efímero ardiente, la atropello a
sangre y canto.
Lo sé: me mira hasta los huesos con mi lápida,
pero lloro sobre ella, porque algo suyo llora en mí su destino.

Jorge Enrique Ramponi



Mediodía

Meridiano:
vértice cabal del día.
Mi patio calza una baldosa de oro.

En el columpio fácil de una caña
cuelgan su vuelo brusco los gorriones,
bajo el baño de sombra del alero.

El ángulo de pico mide granos de asfixia
y aventan el cansancio, abanicos las alas.

De una cuenca del muro, dos bocas pedigüeñas
tiritan la llorosa sonaja de sus voces,
salpicando el silencio con sus gotas de música.

Jorge Enrique Ramponi


"Mis ideas básicas sobre poesía han sido expuestas en diversas oportunidades, sobre todo, fundamentalmente, en el Credo Poético y en los Oráculos del Canto, trabajos leídos hace tiempo en la Universidad de Cuyo y en la Sociedad Argentina de Escritores, en Buenos Aires."

Jorge Enrique Ramponi












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