Amor tardío

Cómo se pavonean, los enamorados,
qué altos se yerguen, satisfechos de sí mismos,
el pelo brilloso, la piel radiante.
No recuerdan quiénes han sido.

Qué cinematográficos son por esta única vez.
Qué importantes se han vuelto –secretos, por encima
del orden de las cosas, la monótona cotidianeidad.
Cada campanada que suena, un nuevo signo.

Qué sosos los que no están enamorados.
La ropa gastada, la piel sin lustre;
qué perdidos están, el pelo un desastre; con qué penoso andar
recorren las calles bajo la lluvia,

recordando un beso en un callejón oscuro,
una caricia en un vestidor, con suerte, una deliciosa espera
a que suene el teléfono, maybe, baby.
El pasado con su oleada de terciopelo, su rumor secreto

ya muy lejos, desvaneciéndose ahora en la tarde.

Jacqueline Margaret Kay



El entierro de mi padre africano

Ahora que he caminado el largo camino por                                              
la tierra colorada hasta llegar a Nzagha

y visto los lagartos y las lagartijas                                                        
y las cabras y todas las criaturas de Dios
   
y caminé junto a las cortaderas                                                                
los plátanos, bananos y mandioca
                                                               
entré por la portón a tu caserío                                                                
frente al cartel que decía Aquí Salón Barbero

y sostuve el pequeño bebé de dos semanas                                      
de tu primo segundo, y dije Odimma

a su tímida Kedu, y me detuve afuera de                                                    
tu casa y espié por las persianas,

en la habitación del hotel, te recordaba bien                                    
hilando y rezando hace años en Abuja

cuando me dijiste que no revelarías                                                    
el nombre de tu pueblo, de tus hijos y tu hija.

Ahora que he llegado al fin, sin ti,                                                          
al hogar de los ancestros, me puedo despedir, Adiós.
                     
Debo, con mi lapicera negra – en vez de pala -                                  
despedir las cenizas, de polvo eres,

años antes de estar muerto de veras,                                                  
tengo que enterrarte aquí en mi cabeza.

Jackie Kay



Extinción

Cerramos las fronteras, amigos; lo hicimos.
Ni árboles, ni plantas, ni inmigrantes.
Ni enfermeras extranjeras, ni doctores; lo conseguimos.
Tomamos el control de nuestros asuntos. Sin aire fresco.
Sin pájaros, ni abejas, ni VIH; sin polos, sin polen.
Sin pandas, ni osos polares; sin hielo, sin cubitos de hielo.
Sin bosques amazónicos, ni follaje; sin Francia.
Sin ranas, sin sapos dorados, sin arlequines.
Sin verde, ni Bruselas, ni vegetarianos, ni lesbianas.
Sin emisiones de carbono frenadas, ni preguntas sobre el Co2.
Sin leones, ni tigres, ni osos. Sin público concertado para la BBC.
Sin zurdos chiflados, por favor. Sin clases políticamente correctas.
Sin clases. Sin lectores del Guardian. Sin lectores.
Sin emúes, sin la Unión Europea, sin guerreros eco, sin euros.
Sin rinocerontes, ni cebras, ni sujetadores quemados, ni elefantes.
Lo cerramos. ¡Lo apagamos! Ya no hay inmigrantes... no hay inmigrantes.
No hay lloricas por el reciclaje o por el calentamiento global.
Hombrecito, mujercita: el mundo es un lugar peligroso.
Y ahora, dame una cerveza, querida. Desaparece de mi puñetera vista.

Jackie Kay


Lluvia torrencial

La noticia sobre nosotras se esparce como una tormenta.
De una punta a otra de nuestro pueblo.
Nos quedamos tras las cortinas
entreabiertas como capuchas; vigilamos las miradas de la otra.

Hablamos de cambiarnos al oeste,
esta zona siempre ha sido una caja de zapatos
atada con cordel; pero bueno
tu padre todavía vive en esa casa
donde recalentábamos espagueti a la boloñesa
al mediodía y bailábamos con Louis Armstrong,
su gramófono fuerte como los latidos de nuestros dos corazones
al ritmo de bum didi bum didi bum.

¿Lo sabías entonces? Yo comencé a salir con Davy;
cuando me encontraba contigo sólo decía Hola.
Metí su sonrisa de foto del metro en mi cartera
y la sacaba para enseñarla a mis amigas en el descanso.

Poco después supe que te casaste con Trevor Campbell.
Todas las noches me metía al comedor escolar
totalmente desnuda, hasta que me despertaba el Miss, Miss, Miss
minuto a minuto. Luego me topé contigo en la Cruz.

No has cambiado, dijiste; esa tranquilidad.
Ni tú tampoco; tu risa aún atraviesa la calle.
Te ubico en el pasado, radiante, hasta que
— por qué no vienes a casa, a Trevor le encantaría.

El no estaba. No sé cómo ocurrió.
No nos molestamos con un sarta de te acuerdas.
Pasé mis dedos por las cuentas en tu cabello.
Tu pelo es bonito dije tontamente, bonito, te va bien.

Nos sentamos y nos miramos hasta que nuestros ojos se llenaron
como un vaso de vino. Lo hice, aquello que
soñé un montón de veces. Te desvestí
despacio, cada prenda de vestir caía
con un suspiro. Acaricié tu piel sedosa
hasta que estábamos de vuelta en los Campamentos, bajando
las colinas corriendo bajo una lluvia torrencial,
gritando y riéndonos; totalmente empapadas.

Jackie Kay





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