Aquí es el fin del mundo, aquí es el fin del mundo
adonde hasta las aves cantan para cerrarlo.
Duerme un cadáver en cada pozo hundido
en vastos arenales - osarios de caballo.

Entre las aves del cielo: igual carnicería:
si tú duermes cansado en el desierto
cuando despiertes te asustarás. Por cierto,
te acechan ya los cuervos en todas las colinas.

Y si entonas tu canto a esas aves (tu canto
que es bajo los cielos la más triste canción),
tu voz regresará desde las aves repitiendo tu llanto.

Y entre tu angustiado y sorprendido espanto,
tañerás de ti mismo, donde están
esos fatales cuervos. Y esos cuervos no se irán.

Jorge Mateus de Lima


El poeta que dentro de ti duerme

Él poseía largas manos
y ojos acariciadores.
Él era duro, áspero y triste
y algunas veces dichosísimo.
Si alguien lo mirase de cerca
ciertamente que vería
que venía de muy lejos
y que había lunas extintas
esparcidas por su cuerpo.
Él era puro como un niño
y sabio como un profeta;
más ligero que cualquier flecha
iba de un siglo a otro siglo.
Y a través de las cosas veía;
mas rápido se enternecía
pues era la vida que adivinaba
con sus desastres sucesivos.
Él se acordaba de cuando
dormía en los tiempos sin fin.
En sus manos existía
un halo que se ignoraba
si era celeste o infernal.
Y sus espaldas poseían
el ruido de alas que vuelan.
Sufría mucho el ser extraño
con la iniquidad de los hermanos,
con la opacidad de los hombres.
El mundo era muy lento
para sus pasos de gigante.
Muchas mujeres lo escarnecieron,
pues no escuchaba sus llamadas
si eran sucios sus apelos.
A nadie este hombre temía;
sólo de sí tenía miedo
y a los seres que en él vivían
y a los túmulos que en él había.
Cuando la mano en un hombre posaba
este hombre se retraía;
sólo quedaban los huesos,
pues lo demás él comía
con su memoria legendaria,
con su pura inteligencia.
Le placía ir todas las tardes
a andar por las playas del mar;
hablaba con las algas y las conchas
e iba a dormir en la pleamar
acunado en las móviles aguas.
Sus mareas eran diversas,
su sombra iba a los desiertos.
Él había llegado antes,
antes de ser creado el mundo:
era un ser duplo, triple, cuádruplo,
era sin tiempo y sin espacio,
y al mismo tiempo realísimo.
En las florestas negras e inmensas
andaba, vagabundo, muchas veces.
Varias princesas lo llamaron:
llegó siempre a ellas procurando
el ser ideal que imaginó.
Y no hallándolo nunca en el mundo
reposa, reposa, reposa
dentro de cada uno de nos.

Jorge de Lima



Era un caballo todo hecho de lavas
cubierto de brasas y de espinas.
En las tardes amenas él venía
y leía el mismo libro que yo hojeaba.

Después lamía la página y borraba
la memoria de los versos más sufridos:
entonces la oscuridad cubría el libro,
y el caballo de fuego se encantaba.

Bien sabía que él aún ardía
en el salitre del libro subsistido
y transformado en olas levantadas.

Bien se sabía el libro que él leía:
la locura del hombre angustiado
en que el íncubo caballo se nutría.

Jorge de Lima



Es preciso hablar de criaturas,
de reales criaturas animadas,
de vivencias totales, arbitrio y todo,
alma, cuerpo funesto y la inmortal

perpetuidad allende, Dios en las alturas
nombres de tierra, eternizados nombres,
ángeles, demonios, despiertos sueños
y profecías, furias, posesiones, todo

lo que guarde un poema: ese clamor
esa indefinición, ese llamado
- sueño del rey Nabucodonosor,

que después de rehecho y descifrado
condición es del bicho: carne, pelos,
y sangre breve del hombre desgraciado.

Jorge de Lima


Hay eclipses, los hay, y hay otros casos
de semillas de cosas que son otras,
de rocas palpitadas por acasos
y acasos que son todo, todas cosas.

Vellos del rostro, maderas invisibles,
visión de coitos entre los imposibles,
hojas brotando del alma de los bronces,
llantos entre bifrontes, demonios tristes.

Todo es velero sobre las olas iris,
cóndores pueden ser las bajas ramas,
cerros flotando, aceros en fusión.

Vemos lejanas sombras, y son flámulas,
labios sedientos, lirios con ventosas,
odios que engendran flores amorosas.

Jorge de Lima


Trece días a camino del desierto

La cabellera de las nebulosas había emblanquecido,
ninguna estrella temporaria existía más en el catálogo general de las constelaciones,
una comprensión unánime envolvía la tierra, de oriente a occidente.
Entonces, en el desierto, donde nunca medrara simiente,
nacieron flores jamás vistas, que las Virtudes
o las Potestades habían sembrado.
Y, como el perfume y el polen fuesen traídos por el viento hasta los pueblos de las playas del mar,
en el primer día,
las abejas y los escarabajos dorados habían emigrado para allá;
y, en el segundo, los pájaros-moscas transportaron sus nidos
a camino del desierto;
y, en el tercero, pastores, magos y jardines se juntaron,
y, en el cuarto y quinto, el cortejo era inmenso y más numeroso que las estrellas del cielo;
y venían en él mujeres de cabello suelto y de senos fecundos,
y otras, ya fecundadas, que iban a fin de que sus hijos naciesen puros bajo el polen sagrado;
e iban millares de vírgenes que habían sentido desde lejos
la presencia de las flores, y querían dormir junto a ellas para despertar más lindas;
El hálito de la gran masa era tan poderoso que producía las mareas, la oscilación de las palmeras la caricia de las brisas,
y cuando llegaba a las orillas del mar, las olas se entreabrían y el cortejo pasaba;
en el sexto día, la tierra se agrietó y millones de cabezas decapitadas se incorporaron al desfile,
y esas cabezas, que pertenecieron a grandes alucinados y a grandes precursores, conservaban delante de ellas visiones nunca vistas y muchas cosas que apenas comenzaban a nacer;
y después de las cabezas venía la nación de los videntes, de los tocantes y de los oyentes,
viendo, tocando y oyendo seres que no vemos,
pensamientos envueltos de nubes,
y gritos que se interrumpieron desde las primeras generaciones;
ruedas de fuegos de artificio distribuían mensajes y alimento a los hombres de buena voluntad,
grandes águilas lentamente volaban sobre la procesión llevando amazonas doncellas
o dejando quietas las alas para dar sombra a los cansados;
en el séptimo día, el cortejo pasó a través de grandes cascadas, y niñas de largas trenzas se juntaron a los nuestros,
cantando y danzando bajo un bello arco iris;
y en el octavo día, grandes máquinas redimidas de los crímenes en que fueron cómplices de los hombres,
automáticamente rodaban cubiertas de flores, obedientes y mudas;
muchos perfumistas avergonzados y orgullosos ingerían venenos de plantas;
y serpientes verdes de los bosques vírgenes y de las aguas nunca alumbradas, se arrollaban a las cinturas de las doncellas o les adornaban los tobillos y los cuellos para ir también hacia el desierto;
y en el noveno día, hortelanos plantadores de mirra, de cinamomo, y fabricantes de bálsamos sagrados, nos buscaron tan ávidos que no vieron al rey que quedó solitario en su trono
porque todas las mujeres y favoritas
y donceles y eunucos y doncellas del harén habían venido
con nosotros, con sus candiles y sus adornos;
y muchos generales quedaron sin comando porque las tropas los abandonaron por el gran cortejo;
a la menor señal de los conductores de las tribus,
codornices y otros manjares
bajaban sobre la multitud.
Y no había tiempo para armar las tiendas,
y acampar el varón con su amada,
pues al segundo toque de trompeta
las noches se disipaban y las profecías
eran accesibles a todos;
en el décimo día, ordenamos que se abriesen pozos
junto a los labios de todos los sedientos
y que viniesen los náufragos a aumentar el cortejo;
y en el undécimo: “i venid, pájaros, a cantar en nuestras madrugadas!
y júntense las aguas madres y sepárense de nuevo
de las aguas del diluvio y nos acompañen también para el desierto”;
y en el duodécimo, vio Dios que todo era bueno;
y en el décimo-tercero toda la infinita multitud divisó,
al subir la montaña desde la que se avista el desierto,
que el poeta iba en la frente, conduciendo su pueblo.
Y a la sombra de las grandes flores
los hombres crecieron y se multiplicaron;
y el resto del mundo estaba vacío y vano
y era como el antiguo desierto.

Jorge de Lima










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