Calvicie

¿Puede el calvo mentir? La naturaleza de la piel dice que no:
palidez recién nacida, erecta fragilidad,
cada pensamiento a la vista–conocimiento puro,
mente en acción- brillando a través del cráneo.
Vi a uno, era una mujer, completamente calva, limpiaba.
Fregaba el verde piso, las bibliotecas polvorientas,
toda trapos y concentración, la Reina de la Luna.
Puedes notar, junto con la persona calva, que el aire
les habla de otro modo, toca sus cabezas
con exquisita expresión. Mientras bailaba,
su colada bailaba con las motas, todo
lo que ella siempre supo se le escabullía por el cuero cabelludo.
Sólo por la textura de su cabeza era claro
que estaba a punto de elevar sus brazos al cielo;
tapé mis oídos al mismo tiempo que ella se disponía a cantar, a rugir.

Jo Shapcott



El portal

Esperé todo el día las lágrimas y las deseé, pero 
no hubo lágrimas. Toqué mis pestañas y
el agua de los ojos no era agua, sino ala y peluza
y lloraba abejas. Abejas en mi cara,
en mi pelo. Abejas caminando por dentro y por fuera de mis 
oídos. Obreras aterrizaban en mi lengua
y bailaban su baile de abeja mientras sus hermanas
se arremolinaban en busca de conocimiento. Aprendí
el lenguaje también, los zig zags, las carreras y los círculos,
todo el maldito catálogo de baile y contoneo.
Tan matizada es la geografía del néctar,
la astronomía del polen. Créanme,
por mi boca cubierta de amarillo por su polen,
hablé abeja, respiré abeja.

Jo Shapcott


Empleo en la bolsa

Claro que puedo mantener un trabajo y me parece
que el aire de mi cerebro ayuda a combatir el estrés.
Un día, en que traía mi lunch de vuelta a la oficina,
el té humeante en un vaso de poliestireno, el bollo aplastado
en una bolsa de papel bajo mi brazo, el malabarismo
entre comida, portafolios y bebida se vino abajo.
Era cerca del mediodía. Conozco bien los trayectos
de los transeúntes desde la estación, sé culebrear entre
los pasos peatonales de concreto, en puntos de las calles
en que el tráfico se abre y milagrosamente te deja
cruzar. Son esas rutas donde vive la típica gente
que se adhiere a las células de mi memoria
aun cuando la mente se dispara, hay grandes rendijas
de tiempo en blanco y visiones que me dan vueltas por turnos
como las películas. Ellos son los que me piden todo
cuando paso, a diario, todo lo que tengo. Un muchacho
se recarga contra los tablones detrás de los que duerme,
pidiendo monedas desde su nido de sábanas, pidiendo
mi taza de té, diciéndome cariño
mientras se arrastra por el hueco en la madera.
Es difícil seguir ecuánime en esa ruta, pero
ese día estaba alegre por una linda fantasía
hasta que me resbalé con los restos de una hamburguesa aplastada
en la calle y el malabarismo entre mis posesiones se volvió
una rutina de pastelazo, piernas, brazos volando, la comida
destinada a perderse irremediablemente. Entonces
el muchacho con el delirante bordado de mugre
en la solapa me miró desdeñoso de nuevo, desafiándome
a ser mala, a atreverme. Le ofrecí mi manzana y se puso
verde, musitó, se pellizcó el cuerpo en varios sitios
y salió huyendo. Sentí que me estaban dando una regañiza
y no quise ignorarla, pero no entendía
ni una palabra. Apilé la comida frente a él.
El té humeante, los periódicos, el portafolios, todas
las bolsas. Me quité el abrigo, los zapatos, cada
prenda de ropa y me quedé parada, sudando en la llovizna,
pero él no quería que supiera su idioma,
su eminencia, su condena o su deleite.

Jo Shapcott



La colmena 

La colonia de abejas creció en mi cuerpo todo ese verano.
Entre mis huesos se llenaron los huecos
de miel y mi pecho
vibró y cantó en voz baja. Supe
que la progenie estaba sana
porque las feromonas cantaban a través del panal
y la reina ponía hasta
dos mil huevos en un día.
Yo olía a pan de abeja y jalea real,
mis uñas relucían colmadas de propóleo.
Pasé mis días liberando abejas de mi cabellera,
plantando trébol y salvia blanca,
carda y árnica y cineraria.
Yo era mi propio reino.

Jo Shapcott



La física de Pavlova

Todo en mi cuerpo
ha sido procesado
por al menos una estrella
(salvo el hidrógeno).

Quiero hablarte de eso;
quiero que sepas todo lo que
yo entiendo - y más y más
se nos revela en ondulaciones.

Soy en realidad una muchacha lista,
de las que la hacen sin necesidad
de ir al colegio y aprenden
en secreto a mondar

las poderosas capas de la matemática
mientras afianzan su griego por las noches.
Al final, la conciencia tiene algo
de granero anacrónico,

un fenómeno lento al lado
del relámpago de los sentidos.
Aún ahora estoy embelesada
por la simetría marina de mi cuerpo,

pero, créeme, este es un mundo
de extravagantes consecuencias
en el que la materia surge
de la nada y en el que

la luz de las estrellas es historia
antigua al llegar aquí:
nunca podemos entender del todo
lo que estamos viviendo en este momento.

Puedes mostrarme un poco de tu cálido
muslo, largo como la Florida
y te aseguro, me turba el modo
en que me miras pero requiero

más dimensiones que las que da la geografía.
Tropiezo, caigo hacia adelante
hacia un creciente desorden. Sí,
el desorden crece en el universo

y seguirá creciendo hasta
que todo el tinglado se vuelva un sitio
en el que se recuerde que sólo
los roedores alertas nadaron.

Jo Shapcott









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