Catexia Chimango

Mi respuesta valiente es que salgamos
los dos
a la calle
esta madrugada
Que nos encontremos
en la puerta
de tu casa
y caminemos
sin prisa
por ese pasillo
de paredes altas, escritas
con crayones
por chicos
que van a jugar
todas las siestas.
Y vos no me preguntes qué me pasa
y yo no te pregunte
si volviste a escribir algo
desde el último lunes.
Y me invites a tomar cerveza
en tu dormitorio
y yo tome
y vos tomes
y nos apure
un silencio incómodo
a meternos
en el cuerpo del otro
y vos te sonrojes cuando diga
que nunca he dejado de pensar
en tus piernas.
Y después de coger tanto
y tan lindo
nos quedemos un rato
acostados en tu cama,
fumando
bajo las aspas
del ventilador de techo,
o leyéndonos poesía mientras
nos seca el aire
y nos prepara
para cancelar
esta felicidad precoz
y un poco
caníbal.

Claudio Rojo Cesca


El zumbido de la mujer mosquito

Vuela en dirección al rostro
y pica el párpado cerrado,

zumba, mientras chupa,
el gel blanco que escurre
desde el fondo. 

La mujer mosquito sobrevuela 
mi pecho
burlándose de la ciencia 
de la espiral y su brasa,

eso que sirve para embrutecer 
y alejar
a hordas de picadores
se vuelve inútil en ella
mientras se recrea
en el humo venenoso
como una atleta.

Intuyo, como cada noche, que estaremos 
juntos hasta que aparezca el sol
y fulmine su encatamiento 
de sorber a oscuras
la viscosa memoria de los ojos. 

Me vuelve a zumbar, gigante y perfecta,
en su disfraz humano.
Ningún mosquito imita mejor
un par de piernas de mujer,
los pechos ínfimos y blancos
que se deslizan hacia la mordida,

el murmullo empalagoso
en la hora veloz del sudario.

Sólamente la delatan
unas alas de celofán alambrado
y la sangre reseca alrededor
de los labios.

Mujer mosquito
zumba y duerme y agosta
su cuerpo amedrentado
por el rayo de sol. 
Me vacía y se quema
y nada conserva en su retorno
a la forma original.
Nada mío,
nada de ella,
nada en mis cuencas abiertas
donde reverbera
el dolor del último beso.  

Claudio Rojo Cesca



Me da miedo Vicente Luy,
la costumbre de estacionar la vida
en un frasco de pastillas.
Que la poesía no sobreviva
después de él
y que tampoco sobreviva yo,
por no tener jardines
donde quemar la basura.

Claudio Rojo Cesca


Suficiente hidrógeno para matar una ciudad

Creo que he sido bueno todos los días
excepto los martes.

Los martes me gana
la sensación de venir de otro nido. 

Una nube con forma de pájaro 
me caza de las muñecas
y me alza por el aire
más allá del espanto 
de volverme líquido.

Recuerdo, mientras vuelo,
haber tenido huesos,
y haber sufrido
ataques de pánico cuando veía pasar a esa piba
por la peatonal Tucumán, 
con una mochila cargada de libros. 
Y entonces, convertido en piedra sudorosa,
me reía del amor que la piba tiene por los animales.
Un amor inútil, incapaz
de rozarse con lo humano. 

Yo deseaba, en esos momentos, 
que fuera martes
para soltarme de la nube
y caer
al ruido
y al asfalto
como una bomba 
de hidrógeno. 

Claudio Rojo Cesca







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