Cuando después de siglos las palas en tumba
antigua al encontrar mis huesos vean
fosforecer sobre ellos tu nombre
¿se sorprenderán acaso?
¿entenderán?
¿será hasta entonces todavía el amor
aliento de la mañana sobre el trébol?
¿germinará esto todavía en el planeta
cuando las palas?

Ektor Kaknavatos



Excepto las cigarras

Tampoco sobre lo que te encantaba,
el canela de la tierra tostada,
que recientemente se secaba con las cigarras
de agosto al terminar.
Tampoco sobre eso preguntas
ni sobre nada.
Quién responderá además por la sensación
se desoló también esta orilla.
Y tal vez por eso seas el guijarro
que encontró mi tristeza como luz de luna
en los senderos
y sólo el corazón de la araña se escuchaba
profundo en el suelo.
Después se rompió y se abrió.
Un hongo su risa
allá hasta el extremo del cielo.
El terror abajo ahogaba aprisa a los vivos
por orden de Herodes Antipas.

Excepto las cigarras que resistían
cayendo en la puerta de agosto.

Ektor Kaknavatos


Nueva puntuación de la leyenda sobre los riñones de la urbe

Desde que mi pregunta
oblicua se incrustó en los riñones de la urbe,
desde que se hizo pedazos el mar
como ánfora de barro
desde que comenzaron a decaer tus gestos
tu voz a disolverse como niebla en la ventana
los colores a emigrar y sólo el agua
cual cortina a amar nuestros ojos…
eh!... desde entonces seguí aquel machetazo repentino
por debajo de tu frente, brillando mortífero
como conspiración de mercenarios.
Damasco, pensé, Damasco.
Mas ¿cómo se hizo de pronto cuesco listo para dar a luz?

En mi pecho un bosque meciéndose se hinchaba,
suplicaba una axila ardiente
lejos de los ojos del profano
para bañarse, transformarse en un instante,
convertirse en petróleo,
en ofrenda a la Virgen de Tinos,
en mercancía abandonada en la aduana,
en el “ay” de un apuñalado,
mas no pudiendo eludir lo inevitable
volver a ser mi pregunta otra vez
clavada al sesgo ahí: en los riñones de la urbe.
Con este ciclo un niño de ocho años jugaba a la rueda
yendo hacia arriba por el camino de la mina:
así es que no vamos a morir.
Recomienzo así desde tu última palabra.
Recojo tu cabellos derramados por todos los rincones de la tierra.
De la última lluvia
sólo cuatro pedazos me faltan.

Voy a recomponerlo todo con paciencia.
Encontré al azar algunas páginas
aquí y allá de tu pecho.
Muchachas pintaron sobre ellas
extraños peces dorados.
Un jirón de tu mejilla, trozo de tormenta
de los alambras colgaba a punto de caer de un momento a otro.
Lo cogí también loco de alegría
hice la primera tentativa de recomponerlo
pero de nuevo hete mi pregunta, lámina torcida,
clavada ahí al sesgo en los riñones de la urbe.
¿Qué es esto, otra vez, dios mío?

¿Cuánto tiempo pasó hasta encontrar un pequeño pedazo
de tu petrificado pensamiento en un cementerio de elefantes?
Luego apretados tus tres dedos otra vez
como en la ceniza dentro de una injuria
en el idioma de los Latinos, nos persignamos.
A su espalda marcado el año del escalofrío
la tarde de los Verdes de los Vénetos
el bullicio del Hipódromo, el alboroto.
Y salvo el resquicio de un telefonazo nervioso
que en dos cortaba el profundo poniente
y parecía que exhalaban en el fondo de la herida
las entrañas de noviembre
nada más hube encontrado.
Nada más
ya que te agotaste para que no se secaran nuestros huesos
no se rompieran y el mercurio espeso se derramara.
Me quedé otra vez para recomponerlo todo.
Traté a duras penas de formar tu cara
Pero siempre lo mismo, otra vez lo mismo: mi pregunta
clavada ahí al sesgo en los riñones de la urbe.

¿Y qué ocurre ahora?
¿si otra vez aún? ¿Si tratase recogiendo
pedazo a pedazo el ánfora rota
de rehacer el mar?
Si agarrara de entre los dientes del perro
el hueso sacro de mi madre?
Si amarrara los vagones
Si los trenes otra vez silbaran
manchando la almohada del muchacho que ahora duerme
y sus párpados florecen?
Cristo mío… por fin comenzaba la gangrena.

Pero no voy a resignarme así tan fácil.
Quedan todavía mis tropiezos con las cananas cruzadas.
Quemaré hasta mi último cartucho,
mientras sube por mis huesos el mercurio
como en el termómetro.
Muchos días voy a alimentarme de tu última palabra.
Después me comeré mi pensamiento a media asta.
Después, que ocurra lo que sea.
Tus tres dedos huyeron aterrados:
uno hacia el norte otro al Mediterráneo
y el tercero se entregó al Asia Menor.
Pero la injuria, fiel a los Vénetos, se quedó a mi lado.
Así entonces, tu pecho un pez dorado
en un libro de letras gordas para muchachitas.
La tormenta que se tuerce, que deviene en tu mejilla,
abro la ventana con estruendo, tu voz semidesnuda
que se lanza a la calle corriendo
hacia las quebradas de Zalongo;
detente, por dios:
detente a que te apunte, a que te dispare en medio de la frente.

De tus pedazos sólo me falta la última lluvia,
no alcanzo.
Del petróleo, de la paralizada mercancía,
del promontorio de Tinos, del “ay” del acuchillado
emerge otra vez el bosque de pinos. Se horroriza y respiro.
Una compañía con los fusiles bajo el brazo,
pedazos la mar como el ánfora detrás del difunto:
la urbe muere por mi pregunta.

Tú, tú eras mi pregunta.

Ektor Kaknavatos



¿Oh tiempo cómo te curvas al pasar a mi
lado? ¿cómo te agachas perro hermafrodita
seno ingle espacio?
Y tú ¿a dónde?
¿a dónde vas pulso mío y es
que vas sin brújula?
A dónde loco y bello
loco
para siempre.

Ektor Kaknavatos





Tu semblante cuando preguntas

Recuerda: mi cuchillo se ejercita
continuamente en lo justo.
Preguntas por la hendidura en la pared
que hace gotear al silencioso.
Preguntas por la salida, por tu hendidura.
Tu semblante cuando preguntas es isla del abismo.
¿Cómo se arrastra con su herida por los matorrales
y deja tras de sí su sangre como huellas?

Lo que rechina en el silencio
es tu sendero
que ahora, solo, se va y se va.

Ektor Kaknavatos



Del legajo de una claridad (1)

¿Y si no fue así?
¿Y si fueron de otro modo las cosas?
Maldije la hora y el momento en que te vi venir
Así hermosa, así fanática
a la cabeza en la falange de los longobardos
y atronaba la multitud, salve augusta…
mas tú veías hacia el brasil
armarse los navíos de los aqueos
cambiar banderas
los fogoneros en huelga en el malecón
vagar tozudos errando
con flecos de la cabellera de Agamenón
en puñados
en busca de burdeles
conversando sentados en el atracadero
con néstor, san gerásimo, notis botsaris
de la resurrección de la raza…
esa noche ocurrió el desastre
juraron todos,
algunos por su madre clitemnestra
otro por el nombre de su hijita
otro por el soldado desconocido
otro… cómo voy a acordarme ahora
pero el último
ah, dios mío, qué momento fue aquel… (2)
…..
…..

Sin conspiraciones
así como tarde de sábado santo
me pusieron por primera vez la cruz de sangre
del cordero desollado de pascua,
horrorosa marca entre los ojos
entre dos mares
por un lado el egeo por el otro el jonio
y en el medio la señal
sangrienta.

¿Cómo encontrar, ya, calma? al otro día
llegó el duro mensaje: tu cadáver
aplastado como el tren que cayó en la quebrada
lo encontraron pescadores mongoles en baikal
flotando al lado de una cesta;
entonces acabada ya santa sofía
acabado mesolongui
acabado notis bótsaris
los argonautas se casaron en brasil,
dispersaron los cabellos de agamenón
a los cinco vientos
quemaron las naves
y no volvieron a hablar de monemvasiá.

En la noche… ¿qué digo?
cada noche
todas las noches
claridad bárbara
claridad de los longobardos
claridad como pulpo seco
frente a frente a un sol mayor
curtidor (4)
…..

Los crucé todavía jurando una vez más,
no importa…
raza de perros…
aqueos porfiados, semillas turcas,
francolevantinos:
tiraron de los rodrigones
arrojaron otra vez pólvora al suelo
se encendieron todos como antorchas
(qué sed esta de bombazos, dios mío)
y cuando impusieron su propia voluntad
empezaron una  ronda bajo la ventana del papa
con polifemo a la cabeza
saltando desde guadalajara hasta metsovo
que se te corta el aliento.
anda a sostenerte tú ahora,
zumbaban los atabales desde brasil hasta baikal
chirriaban los clarines desde noruega hasta
nueva caledonia
y nuestro astro, todo alma, se lanzó cuarenta varas adelante
así te despedazamos
ogresa
claridad…

Mis manos cruzadas hélice
en la popa de arájova
el gobernalle entre tus ojos
las escotillas abiertas
los cañones listos y las bombardas
mi abuelo, marino de horacio nelson
artillero, juramentado en frigia
con su martini y bastante pólvora
de dimitsana
acechando desde la ventana de navarino
este claridad que se escabulle hace años ya…
¿y que fuera sólo eso?
¿los sospechosos proyectos del arqueólogo holandés?
¿los astutos ojos del profanador de santos,
dando vueltas en las barriadas pobres
vendiendo, digamos, amuletos
espiando las fortificaciones de nuestra casa?
¿las cañoneras del mar?
¿la lanza de san Jorge?
son para que las cuente uno ya estas cosas?
¿son para reclutarlas?
¿son para confiarles armas automáticas?
¿digan ustedes:
dónde vieron un egipto arrepentido?
¿un vencedor jubilado, un pastor bizantino,
un godo mercachifle
un guiñapo?
¿un obispo promotor?
a fin de  cuentas, ¿dónde vieron mis manos cruzadas
hélice en la popa de arájova?

Ah… arájova, la rara porcelana minoica
del omóplato del profeta Daniel,
estaba escrito que adivinase
la desgracia de hoy
la continuación en el cementerio
los suplementos nocturnos extraordinarios
el nudo ciego del consejo de ministros;
hablaba claramente a través de todo eso de esa,
de la claridad
que venía en línea recta desde la raza de los atridas
y ahora hace años que se escabulle
en lejanas plantaciones de cacao
descalza y despeinada,
una vez en cilicia tejedora
otra en san francisco de mesera
en bukovina lavandera
o puta en vladivostok,
hasta que una noche el mar, otra vez el mar,
trajo su cadáver hasta githeio
entre piedras pómez japonesas
limones podridos de siria
o carcomidos mascarones de las proas de los fenicios
veintisiete años de viaje por el mar abierto…

Lo que ocurría entre tanto por el otro lado,
es lo que hace que el asunto sea más trágico;
ya van a entender ustedes
que en esa torre maniota
con almenas que miran hacia los cafés
donde se pudren colgados los mapas militares
de la II división de los pelasgos
junto a las armaduras de los isaurios
las barajas
y las tazas sucias
en esta torre maniota digo,
nuestras venas parían sin tregua
no cabían ya en ese lugar
crujían los cimientos de mistrá por la flebitis.

¡Ay! Abuelo, ¿cómo te quedaste impasible
oteando desde la ventana de navarino
la frigia  desmechada,
mientras en los cafés que estaban a tu espalda
el tahúr ganaba con la maña
que aprendió en los mapas de los pelasgos?
ahora el eurotas se trasladó
entremedio de nuestras ventanas;
hacía falta un esbozo de acueducto
para conservar el rostro seco del antepasado.

Finalmente, también eso ocurrió:
un don nadie
un despreciable funcionario de impuestos
exigió la expulsión de los isaurios
la liquidación de la torre maniota
y en paralelo el sabotaje del minstro
a la industrialización del país;
exige, incluso, la exhumación de la claridad,
la autopsia más meticulosa
acorde a los nuevos antecedentes
que entregó el omóplato del profeta Daniel
encontrado en los cimientos de una antigua casa de arájoba,
finalmente solicita enterrarla
con honores de primer ministro en funciones…
¿qué haremos ahora?

El timón
entre tus ojos
eso lo hizo todo…

(1) Adaptación de un viejo manuscrito de la familia Kaknavatos
(2) Aquí el manuscrito está estropeado por los años
(3)
(4) Aquí otra vez el manuscrito está estropeado

Ektor Kaknavatos es el seudónimo literario del poeta y ensayista griego Yorgis Kontoyorgis








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