Descreimiento

Yo no he querido a nadie en el mundo

Yo no he querido a nadie en el mundo
ni he cuidado con amor una esperanza.
He derivado mi destino ante el funesto esplendor de las palabras
y soy el testigo de mi desdén por los firmes destellos de la vida.
He recorrido campos,
la puna inhóspita y odiada
con pájaros que viven la libertad
y gentes de alma silenciosa.
He visto allí caballos buscando la sombra mísera del cacto
y perros durmiendo a la sombra de un caballo.
He respirado el aire sucio de las ciudades
y he aborrecido el día que me dio luz para mirar los hombres engañados.
He vivido en las noches borrosos gabinetes
con espejos que muestran el pasado y el dolor de todos los hombres;
en ellos he mirado con obcecación y sin lástima
el latido horrible de mis sienes,
mi dolorosa imagen de hombre sin tiempo para llorar su descreimiento.
Yo no he mirado la cosas con cariño.
Soy el testigo de mi desdén
por los vanos destellos de la vida.
Sólo sé de la muerte que ordena las figuras
que mueven mareas ocultas en el corazón
y me entrega palabras que yo digo en las noches
para borrar el mundo del sueño de los hombres.

Jorge Calvetti


Habla el desconocido de la columna de Trajano

No preguntes  quien soy.
Hijo de un trueno o del instinto, eso qué importa.
Sería lo mismo si dijeras:
lo ha creado un dios cuya memoria se ha desvanecido
o la noche
y los devastadores sueños de la eternidad de los
                                                           mortales.
Lo cierto es que fui un hombre,
respiré el aire libre, hollé la tierra,
me resistí a los siglos
que lamen y que gastan como el mar y los perros,
y ahora estoy aquí, mirando
un vano discurrir de tardes y generaciones.
Pero he vivido.
Fui valiente y soez y miserable y generoso y bueno.
Conocí, esclavo, la invasión del miedo
que cunde como una tempestad;
conocí la pasión que es adorable
y golpea el alma como una piedra, y pasa.
He muerto muchas veces
en las batallas y los terremotos,
en los vastos pantanos donde Ovidio lloró
y los dioses lo olvidaron,
en las legiones, en las catacumbas.
No preguntes quien soy. Yo he de decírtelo:
soy el que hace la vida y la conquista.
Yo soy el numeroso, el simple, el olvidado y el 
                                                                        humilde.
El que sabe que un día
llegará a ser el dueño de los días.

Jorge Calvetti


Maimará

Este es mi pueblo.
Su nombre quiere decir: “Estrella que cae”.
Hasta aquí llegan pocas noticias del mundo.
Recibo cartas de mis amigos; me dicen que todo marcha bien,
que en algunos países se vive una vida verdadera
y que en otros la esperanza crece.
Yo no sé nada. Me alegro por momentos
y me encierro otra vez en mi pueblo.

Todo me habla de soledad.
El viento sacude las noches como árboles.
Los mismos pájaros despiertan las mismas mañanas.

El tiempo golpea las casas
y las casas golpean contra el tiempo.

Aquí he vivido mi infancia.
Era feliz. Ignoraba hermosamente la vida.
La infancia...
Los recuerdos más viejos vagan por la memoria,
como doña Melchora por el pueblo.
Tiene ciento cuatro años. Habla sola, como los recuerdos.
Cuando me ve, me dice: “Buenas tardes, maestro...”

Aquí estoy,
buscado y dejado y encontrado por el amor.
Pero no creo que puede hablar de soledad.
Todos tenemos mucho que hacer en el mundo
y no hay tiempo para estar solos.
Es que el futuro está subiendo desde el fondo de la tierra,
Lo veo crecer en mi hijo. Me mira con los ojos de mi hijo.
Sí, ya lo sé. Son hermosos los carnavales
y la fastuosa inocencia de los pájaros...
Pero sé también que el canto y la alegría y el coraje
                       de muchos amigos del pueblo
están durmiendo en una botella de vino
¡y nosotros tenemos mucho que hacer!
Yo por lo menos,
trataré de luchar con mis palabras.
Tengo que decir a mis amigos que no estamos solos
y que debemos trabajar para que el mundo sea mejor.

Este pueblo es muy chico.
Un carnavalito puede envolverlo.
El galope de un caballo es demasiado para él.
¡Qué hermoso sería levantar su estrella
y poder llamarnos, con verdad, “hermanos”
en un mundo sin injusticia!

Mi pueblito es muy chico.
Así deben ser todos los pueblos chicos del mundo.
Por la calle de mi casa veo pasar la vida:
la desgracia, el amor, la humildad, los borrachos...
Pero creo que nadie piensa en nadie.
Nadie sale de sí mismo.
Todos, casi todos, están ahogados en ellos mismos
y es necesario cambiar.
Aquí todo sigue siempre igual...
Si subiera a las cumbres, estoy seguro,
vería pasar los años
como esos perros que acezando y husmeando el miedo pasan
interminablemente ocupados en sus sensaciones...
¡Y eso no puede ser, no puede ser!

Jorge Calvetti


Oh Dios, entre matones

Bar "La Cristina"

Dios está aquí.
Como las flores o la soledad o el silencio,
que a veces nos sorprenden con su aparición,
Dios está aquí.
¿Hay aquí alguien que esté limpio de culpa?
Sin embargo
El cielo tiembla en cada una de estas criaturas de pecado.
Y yo, que soy el testigo y el delator
de que Dios está aquí,
más cierto y más firme que el mal,
¿he de hacer del escarnio mi profesión, mi oficio?
Oh Dios,
entre matones, tangos y desoladas prostitutas
siento Tu Presencia
como un forajido que hubiera hallado en mi corazón
un sótano seguro;
como un hombre extraviado golpeas en mi pecho;
eres un borracho que ha encontrado en mi alma
un rincón oscuro donde acostarse
y dormir.

Jorge Calvetti


Preguntas

¿Fue en una calle de Córdoba del Tucumán
o cerca del Café Royal, en la Regent Street,
donde alguien me hizo ver un fantasma?
En la vereda un enano ciego,
rasgueando una guitarra con muñones,
cantaba
arrinconado,
solo.
¿Lo vi? ¿escuché el canto?
¿O Dios lo imaginó y lo mostró un instante,
para que en él yo me viera espejado
y dejara de balbucear,
contra la pared del mundo
palabras que nadie oye?

Jorge Calvetti


W.H. Auden

Ayer, en su retrato, miraba las huellas de la palabra vida
y me decía: El tiempo ya no puede verlo,
nunca más encontrará lugar en Auden donde dejar
                                                                 /sus ominosos rastros.
Se ha cumplido también en ti, querido poeta, lo que está dispuesto.
También en ti, que querías perturbar a los muertos.
Ahora,
(aunque muchos piensen que más allá de la muerte
                                   no hay ni siquiera muerte)
tu alma resplandece
abrazada a la verdad y el misterio.
Yo, que vivía en tu corazón cuando pensabas en el pueblo,
en esta noche que te fue negada,
digo palabras que no   permitirán que mueras:
“Recibe, ¡Oh! Tierra, a un huésped honorable…”

Jorge Calvetti





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