[EL ÁRBOL ES EL MAESTRO DEL AVE]

Los aves sólo se mezclan con la luz…

– Escales

NOTA

El árbol es el maestro del ave; nunca la retiene, y después de haberla nutrido y abrigado, la manda de nuevo al privilegio de la libertad. Migratorios orientados a los astros, los pájaros, a fuerza de desaparecer, parecen renacer siempre en cada regreso a la rama.
La poesía enseña al poeta, sin dictadura; el poema, fenómeno de aislamiento, debe nacer alado de libertad y de espacio, como el ave. Su única liberación es la alegría diseminada.

Rina Lasnier



DELICADEZA

El que sin abandonar la curva prudente
escucha venir de lejos una hoja de tu pensamiento,
como el golfo escucha al mar golpear su arco abierto
y partir otra vez con el fresco empuje de alta mar;
el que no caza al mar con el viento
y lo deja desbordar sus vastos fondos,
el que te espera en lo más colosal de su delicadeza
te sostendrá mejor que el mar a su sol atragantado…

Rina Lasnier



EL ÁRBOL BLANCO

El árbol se encantado por una nieve siempre sobrevenida,
y el árbol es un soplo inspirado en una máscara de seda
y no la obra de la sombra bajo un acervo de hojas;
por la energía del frío la nieve ha duplicado su pureza
y todo barril blanco es el trípode del sueño.
Moldeado en esa nobleza marginal y descarnada,
el árbol se parece al alma en la victoria de la muerte
y al amor en la estatura de su fábula;
el árbol cobró carne de espectro para crecer
y unirse al lago vertical del azulado horizonte.
Entonces quién revuelve el hidromel de los vientos,
de esas nieves en volutas, de este vino oxidado del invierno
sino el viento impostor de videncia y de atuendo,
y el árbol defraudado es una huida de víboras blancas.

Rina Lasnier



EL CAPUDO

Tormentas boreales pendiendo de lo alto del verano
soles carnosos que no han conservado la distancia
frutos de un poco de luz extraviada hasta en la sangre,
el ave compartirá el placer en medio del invierno.
Besos, granitos carnosos de sangre amurallada
amargo temor de todos los amantes primerizos,
bajo la bóveda de los brazos y de los fuegos tormentosos,
arded de asombro como hoguera encima de la nieve.

Rina Lasnier



Mar adentro

Olvidamos el viento de ningún viaje,
el cielo de ninguna bajeza de espejo,
olvidada la larga desnudez de la nieve y de la arena,
la marea inmemorial de cada noche
sin el aluvión de las estrellas pedregosas
esta alma sin la mecha estrecha del cuerpo,
este cuerpo sin el cuadrado inevitable de la sombra.

Rina Lasnier



NOCHE BLANCA

Ni día ni noche ese alba apartando el día a medida,
esas islas coposas de noche lunar y más lenta
y esa lentitud brilla de celos del silencio;
nieve de ningún naufragio como un secreto en la única palidez,
como una larga pena en sus hullas blancas
ya que la voz aquí no tiene sombra ni el grito trampa.
Es la noche blanca de los ojos abiertos de la nieve
y el viento no le mostrará nada
salvo este lazo paralelo de su caída centellante
y los matorrales arrancados de las visiones internas.
Que lejana la muerte con sus polos magnéticos,
y el sol con sus fronteras de circulares colores
y que a veces el zorro mezcla en su hocico de tanta hambre.
Lenta tapicería de mallas de estrellas filamentosas,
ligero balanceo de prodigios despegados de la piedra del día;
estaciones del cuerpo y del lugar del amor conjunto inencontrables,
ligera encarnación de la memoria que pasa a sus bálsamos blancos.

Rina Lasnier


Oficio del más noble

Nieve, oficio lento del más noble tiempo,
del tiempo de nevar de los ríos levantando los suelos
y la tierra remonta entre sus bordas blancas
para entrar en la primicia del tiempo de la escucha;
palidez de la carne tocando en todas partes los huesos,
palidez de la sangre en ese huracán dulce de la inocencia.
He aquí la tierra con su atuendo inabarcable y reluciente,
he aquí el espíritu del extremo exilio del conocimiento
nieves, desaceleración de palabras en idiomas de sueño,
sin imagen como el mar y sin escritura como los cielos;
acopio de los fuegos primigenios por la gravedad de la nieve
como una exultación en la frescura de la lucidez.
La tierra es un campo de sarracina sin olor,
una real mortandad se sube a las rodillas
–– es estrecha la apuesta de Dios sobre sus muertos ––.
Lenta nieve, lluvia poblada de mariposas muertas
para el reposo de los párpados incubando islas de fuego;
trashumancia de la luz que busca encarnación
como un amor tocando la superficie y la marea de las manos.
Estación silenciante y lo invisible es una caricia,
el poder de las palmas en la caída noble del signo
y Dios brilla finalmente en este oro íntimo al espíritu.

Rina Lasnier











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