En vela

Camino por la noche entre la casa,
oigo silbar el sueño de los míos.
También la lluvia suelta su cadencia
ennegrecida y fina sobre el patio.
Me paseo descalzo, voy silbando
fraseos en la escala del insomnio.
Perdida al otro lado de las cosas,
una granada me enseña los dientes.
Me pierdo en las praderas de Palmira:
primos conspiradores de la siesta
ensillan el matungo de los mansos
y andamos por los caminos de tierra
buscando las ovejas abichadas,
sacando sanguijuelas del arroyo
pegadas en los pechos despoblados.
Les mostramos la palma a los peones
y el viaje se deshace entre los ojos
más tristes de las vacas que nos miran.

Así suenan los vientos del desvelo.

Horacio Cavallo


Ojo de vidrio

Ven a cambiarle un ojo al titiritero
por un perrito azul de terciopelo,
por un incandescente caballo saltarín,
por una caja oblonga donde sortea el tiempo una mujer.
Entra despacio, niño.
Olfatea el color de la madera,
elige en la repisa una muñeca, un leñador de trapo
que acompañe el sonido de los grillos
cuando resbale el día bajo la puerta de tu cuarto.
El viejo te dará las buenas tardes.
Pisará una banqueta que ha encolado
catorce veces, quince, en el último invierno.
Le mirarás la espalda, el saco amarronado
y unos pelos blanquísimos que cualquier noche
anudarán tu sueño como las finas patas de una araña.
Te entregará el muñeco. No soltarás el aire.
Vas a mirar únicamente el ojo que tiene movimiento.
Tantearás en tu bolso un ojo como ese
-no vale equivocarse en este punto-
 y apenas se te acerque lo incrustarás del lado de la cara
que refleja la luz. Después vas a correr oyendo
cómo siguen latiendo impertinente en tu cabeza
las varitas de acero que colgaban en lo alto de la puerta.

Horacio Cavallo







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