"Hay algo humillante y hasta autodestructivo en tener que marchar al son de consignas que uno no cree ni puede creer. Si la creencia fuera que todas las personas tienen el mismo valor y merecen la misma dignidad, entonces todos podríamos estar de acuerdo. Pero si nos piden que creamos que no existe diferencia alguna entre homosexuales y heterosexuales, entre hombres y mujeres, entre racismo y antirracismo, con el tiempo esto se acaba convirtiendo en una distracción. Esa distracción —o locura de masas— es algo que nos atenaza y de lo que debemos liberarnos.
Si fracasamos, ya sabemos cómo terminará todo esto. No solo nos enfrentamos a un futuro cada vez más atomizado y lleno de rabia y violencia, sino a un futuro en el cual la posibilidad de retroceder en materia de derechos —incluidos los buenos— es más verosímil cada día. Un futuro en el que el racismo se combate con el racismo y en el que la marginación por motivos de género se combate con la marginación por motivos de género. Porque cuando la humillación alcanza determinados niveles, los grupos mayoritarios dejan de tener razones para no adoptar ciertas estrategias que tanto los han beneficiado en el pasado.
A finales del siglo XX entramos en la era posmoderna, una era que se define y ha sido definida por su desconfianza hacia los grandes relatos […]. La pregunta de cuál es nuestro propósito en este mundo —aparte de enriquecernos todo lo que podamos y disfrutar mientras sea posible— necesitaba algún tipo de respuesta. En los últimos años, esa respuesta ha consistido en entablar nuevas batallas, emprender campañas cada vez más feroces y plantear exigencias cada vez más sectoriales. En hallar sentido declarándole la guerra a cualquiera que defienda la postura equivocada ante un problema cuyos términos tal vez acaban de reformularse y cuya respuesta era distinta hasta hace poco.»
La rapidez pasmosa con la que se ha verificado este proceso obedece al hecho de que ahora un puñado de empresas de Silicon Valley (sobre todo Google, Twitter y Facebook) tienen poder suficiente para influir en lo que la mayoría del mundo sabe, piensa y dice, además de un modelo de negocio basado, como se ha dicho con acierto, en encontrar “clientes dispuestos a pagar para modificar el comportamiento de otras personas”.»
A pesar de la exasperación que produce un mundo tecnológico que avanza mucho más deprisa que sus usuarios, esta no es una guerra sin rumbo. Al contrario, sigue una dirección muy concreta y sus objetivos son ambiciosos. Su finalidad —inconsciente en algunos casos, consciente en otros— consiste en instaurar una nueva metafísica en nuestra sociedad; una nueva religión, si queremos decirlo así.»
A pesar de que sus cimientos se asentaron hace unas cuantas décadas, la crisis financiera de 2008 provocó que ciertas ideas que hasta entonces solo eran conocidas dentro de los reductos más oscuros de la academia pasaran a primer plano."

Douglas Murray
La masa enfurecida


"La víctima no siempre tiene razón, no siempre tiene que caernos bien, no siempre merece elogio y, de hecho, no siempre es víctima."

Douglas Kear Murray
La masa enfurecida







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