Animal que sí existe

Sí lo he visto, ese animal todo fundamento,
erguido y desafiante lo he visto, oliendo
el mundo con la seguridad del que está en su coto.
No tiene una forma definida, simplemente
se le siente cuando se pisa su territorio.
Es ante todo un animal de fuerza y de soberbia,
como corresponde al que no teme,
no sigue a nadie, no tolera a nadie, está sólo para verse
a sí mismo y sólo a él obedecerse.

Sí, he visto al animal platónico, elemental y vivo.
Tenía los ojos de él, inquisitivos y burlones;
de ella era al menos la nariz (notable pero bella);
las pisadas eran fuertes de los dos y el resto
se repartía conforme los iba uno conociendo.
Desde que su propia fiereza los separó
están buscándose de nuevo él y ella.
Esa búsqueda es lo único que le queda a cada uno
del animal magnífico que formaban juntos.

Luis Arturo Guichard



Botón
 
Una secta cristiana lo llama el timbre del diablo.
Qué nombre: ni a Safo ni a Octavio Paz
se le hubiera ocurrido uno mejor.
Hay sectas del otro lado del mundo
(todas son iguales al final, sólo cambia el mapa)
que lo persiguen con una navaja en la mano
para que las niñas completas no lleguen
a ser mujeres completas. Tanto es su poder
y tanto es el miedo que causa.
Es el timbre de la vida: si llamas, la vida acudirá
y ya no la podrás parar. Pondrá de cabeza mundos
pequeños y grandes, y entre ellos el tuyo.
Así de simple, así de inevitable.
Quien lo probó, decía el clásico, lo sabe.

Luis Arturo Guichard


Circe
 
También eres a veces una bruja, una mala puta
que me pondrá a cuatro patas como un cerdo: mira,
ya casi lo consigues, mis anteojos se convierten
en dos manchas negras y mi barba en el lodo
que le escurre al más goloso de la piara.
Lo justo entonces es que te llame Circe
y te diga que eres una bruja y una mala puta
y que este hotel no es más que la cóncava
cueva en la que enloqueces a los navegantes.
Te digo todo esto y te digo que me iré,
te maldigo y golpeo las paredes.
Pero tú sabes bien que si vuelvo a mi tierra
me aburriré y convocaré un día de estos
a mis viejos marineros, saldremos de nuevo
con el amanecer. Sabes que navegaremos
hasta más allá de las columnas de Hércules
y caeremos al llegar al borde del mundo.
Y sabes que en el fondo de ese mar
estarás tú esperándome otra vez, Circe,
bruja, puta mía del amor hermoso,
única diosa para este ahogado.

Luis Arturo Guichard



Día de la creación

El día de la creación no pudo ser creado directamente
Primero había que crear algo, cualquier cosa, que lo precediese
Entonces fue creada —supongamos— la trompeta de jazz
Que a su vez fue precedida por el músico
Que a su vez fue precedido por su padre y su madre
jóvenes y juntos dentro de un Fiat 1930
Que a su vez fue precedido por un camino
Que a su vez fue precedido por un bosque
Que a su vez fue precedido por lo que sea que lo precedía
—la tierra, el eje, la galaxia o las enanas blancas—

La verdad es ésta: la creación sucede marcha atrás.
Así se comprende todo perfectamente.

Luis Arturo Guichard


El camino hacia arriba y hacia abajo

Asomado al lago he visto dos caminos.
Uno comienza en mi habitación y crece,
se convierte en calle, árbol frondoso,
paseantes en Hyde Park, ciudad, país,
galaxia, que armónicamente se multiplican
dejando caer a su paso, como al desgaire,
lo que después llamaremos tiempo.

El otro comienza en ese algo sobre nosotros,
lúcido y visible cuando toma forma
de Osa, Gemelos y Cochero,
se empequeñece de pronto, se rinde,
se convierte en galaxia, país,
Charleville, mi habitación, este recuento.
Se encoge como el adulto al que agobia su poder
y se refugia en un caramelo.

No hace falta Heráclito para saber que los dos
caminos son uno y el mismo.

El camino hacia arriba y hacia abajo
es bastante menos que dios
pero es mucho más de lo que necesito.

Luis Arturo Guichard


El orden de las cosas

Todo estaba repartido desde el principio.
A la jirafa, un corazón de pozo profundo.
A Ulises el divino, los nudos de su balsa.
A cada siglo, su propio cuchillo afilado.
A casa máscara, un solo personaje.
Al gua, no pasar del cuello.
Al vértigo, la inmovilidad si la desea.
Al llanto de Demócrito, la risa de Heráclito
(o quizá sí al revés, nunca se sabe).
A los amigos, más de lo posible.
A la hija única, todas las fotografías de su madre.
A los padres de todos, que nada cambie demasiado.
Al día, la amenaza del infinito.
A las vacas de peluche, el mito de Europa.
A la tierra plana, otras cosas bellas que no existen.
A la ciudad, un círculo, una línea y buena suerte.
A los libros, que valgan al menos lo mismo
que un minuto de realidad.
Al camello, el reino de los cielos directamente.
Al lugar en que se nace, una maleta con brújula.
Al lugar en que se muere, otra (y juro que existen).
A la mierda, tantos años de hambre.
A Narciso, un estanque limpio.
A los caminos laterales, que se vuelven centrales
(y a los centrales, que se vayan de fiesta).
A la luz, ser monopolio de un solo sentido.
A los amantes, hacer largo su viaje.
A los poetas jóvenes, tres manuales de métrica.
A los poetas mayores, ver lo que veía Rilke.
A la alegría, una manzana, un Buda y un relámpago.
Al azar, todo lo demás.

Luis Arturo Guichard








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