CARACOL DE  SUEÑO SOBRE UNA COSA QUE MATA
 
Una bestia terrible resbala sobre todo:
terrible como  decir “yo permanezco”,
de la tribu que puede cruzar sobre una hoja de afeitar
tomándose su tiempo,
arrastrando su fuerza pausadamente
sobre el agudo diminuto abismo
que separa  un lado de otro lado.
Y no puedo ver la sonrisa de esta casi cosa
tras su hazaña que no puedo imitar,
yo, frágil  materia que sólo puede aplastarla,
ella, como casi todas las cosas, fuerte gelatina
determinada a seguir sin que yo exista.
Para mí, la certeza es el brilloso camino de su nunca.

Luis Benítez


De lo que huye

Pensar que Spinoza murió puliendo lentes.
Que Blake se fatigaba en una imprenta
esperando la conversación de ese día con los ángeles.
Que por vivir Baudelaire se humillaba ante su madre.
Que Rimbaud fue silenciado por Rimbaud,
para que este ingenuo me hable de la literatura.
Como si posible fuera otra cosa que inventar
ante otros la forma de lo informe
y cobrar un salario. Qué persuadido está
de lo improbable. Esas palabras
han erigido congresos y simposios
y prestigios y famas quizá más perdurables.
Y en el centro, el errante, de esta cosa mundana,
ese brillo salvaje que por disfraz,
por burlarse o por escapar aun más
del terco intento, ha inventado
también estas criaturas, seguro
ríe en alguno desde el fondo de la sala.
O mira con piedad su simulacro.

Luis Benítez


El poema de hierro

Dame un poema de hierro que restalle
sobre las vacías cabezas y una mano firme
en la muesca dela antorcha, un poema
de sangre y de huesos impacientes
y la pluma de carne firmando sentencias
en las culposas mentes de los jinetes locos;
que convierta en sal a los cobardes,
un poema de hierro oxidado y torvo
paleteando en el estanque a medianoche,
cuando ni los muertos sueñan con la aurora.
Un martillo de palabras para dejar al mundo
con las cuencas vacías; rabioso ademán,
piedra encendida en la boca de los que duermen
mientras el agua sube en el Gran Cuarto Esférico;
un puñetazo en el sexo de la muchacha arrodillada,
idiota, paciente humanidad, que no ve, que no oye,
sólo conversa con las cenizas de sus dioses muertos.

Luis Benítez


John  Keats
 
Caen sobre él los actos inútiles del día.
John Keats recuerda y es también de otros el recuerdo:
humillaciones, rostros y palabras
hacen de un pozo la noche repetida.
“Fanny Brawne me has alejado,
tú me has acercado a Keats y era lo mismo”.
Suena tan distante el Mar del Norte
para ser cada segundo todos los mares,
pero si lo que fue y será mañana brilla
en su oscura hora presente, ese hombre pequeño,
inclinado sobre el verso, lo adivina.
Presiente que será uno y va a ser todos
cuando es tan caro el precio de eso múltiple:
ya  no lo amparará el primer fervor por las palabras,
no aliviará sus horas la furia, perdida, de estar vivo
ni lo protegerá la noche pedida de ningún olvido;
nada lo salvará de tanto
que es, en su medida, tan un poco.
John Keats será John Keats, será nosotros.

Luis Benítez


Los miedos

ah los terrores que nos visitan de noche
que no se ocultan del día
los que no inspira ninguna cosa grande
ningún desconocido continente pisado recién el
borde
ni tampoco un leal enemigo
francamente buscado en una tapia
ni el asombroso eclipse que deja el mediodía en
sombra
ni un terrible Señor de los Ejércitos
en desiertos abrasados por el sol de los pueblos
aventureros
ah los miedos los pequeños miedos de pequeños
hombres
no los miedos que eran a su modo honra de un
animal
desnudo en la enorme extensión de cosas que no
tenían nombre
no a estar solo y de pie
entre un inmenso campo y un inmenso cielo
no a la sombra adornada de ojos fosforescentes
a la muerte de noche
entre los dientes del animal más bello de la tierra
una muerte de hombre
no a la caída propiciada por el rayo
al torrente al alud al fuego de la tierra
ni al otro fuego prometido debajo de la tierra
ah los miedos que no origina
un dios terrible salido de la foresta
ni un pariente medieval con su cohorte de brujas
y de fetos
no el sudor frío frente a frente espada contra
espada
flecha contra winchester dardo contra lanza
ha cambiado la muerte de palabras
no es la certeza de una lluvia ardiente
ni el pronóstico que un insecto lleva entre raíces
al fin también una buena causa como la antigua
peste
ah los miedos que tú conoces
y que son los míos exactamente ésos
no se ocultan debajo de la cama
no precisan el crujir de la madera el aullido de
nada
pueblan nuestros sueños de rostros y de notas
ellos duermen y caminan con nosotros
beben se alimentan vuelven siempre.

Luis Benítez



Segundo piso: Eliot Di Nucci

Nadie estuvo en el pasado
Y ninguno habitará el futuro.
Sólo existe este departamento,
La ventana que da a Central Park,
El tedio infinito de mis piernas inválidas,
El reloj que indica que dentro de dos horas
Vendrá la enfermera profesional
No sabe todavía lo que dice.
Mi vida no importa:
Una sola cosa late entre estas desiertas paredes
Y hace mucho que no es mi corazón.
En alguna parte, en algún cajón, una Beretta 40
Recuerda que vengué mis piernas con ella,
Un día improbable, indefinido, de 1964,
Desde esta misma silla de ruedas,
Vaciándole el cargador a Moe "Ametralladora" Carrick,
No lejos de aquí, en una esquina que he olvidado.
Debajo de la pistola un viejo diario amarillento
Da todos los detalles de mi asunto.

Luis Benítez



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