De las ciencias ocultas del maestro B. B.
 
Un poema son hierbas trituradas.
Hay vida en ellas pero hay que masticarlas
mientras aún están frescas para extraer su jugo espeso.
Debe escurrir entre los dedos carcomerlos a su modo
hasta que se queden como una bolita de pan
lo cual también se te permite hacer incluso en un campo de concentración
y lo que allí puedas hacer tenlo bien sabido.

Envuelve la bolita en las palabras comunes de un periódico
protectoras del hábil objeto fácil de transportar
en un frasco de aspirinas en un paquete de cigarrillos.
Lo esconderás bajo el forro tras una tabla del barracón
y cuando con el látigo te descosan las huchas de los bolsillos
podrás guardarlo en la punta de la lengua
para después entregárselo repentinamente a alguien para que lo oculte.

Donde no se tienen en cuenta ni los crímenes ni los ascensos
donde las conquistas mañana se multiplicarán
donde murió la filosofía donde se apagó el infierno
y las películas y las novelas son cosas de la industria
donde la crítica es una puta la pintura se ha vuelto ciega
quizá un poema sea lo único
que tiene alguna posibilidad.

Konstanty Puzyna


La señora Grazyna R. cierra la ventana

En este país húmedo en el que las lluvias
suelen ser continuas e intermitentes
y después sol y de nuevo la ráfaga
(intermitente) de una ametralladora
en este país húmedo en el que por los tejados
tamborilean sin cesar balas de granizo
y de silencio, pero jamás de miedo
porque esto sería ya la histeria
y sin embargo instintivamente escondo la cabeza
tras el marco si me asomo a la ventana
acostumbrado desde la infancia a que un "bandido"
es aquél que es buscado
y no preguntes a lo tonto.

Konstanty Puzyna



Lehrjahre, herr Von Goethe, yo

Sabía mucho para nada. En geografía
siempre sacaba un diez hoy son distintos los paisajes la flora
las fronteras incluso el clima. Estudié historia
hasta que la reescribieron para hacerla legal. La ortografía
pasó por este trance tantas veces que no tiene sentido
partirse la cabeza pensando si en polaco “de verdad”
se escribe o no separado
e incluso si en alguna ocasión escribimos “de verdad”
porque quizá el término desapareció. No se viajaba mal
en el peldaño
pero para nada. Se extinguieron los viejos tranvías
con pretil sobre el peldaño y los cristales rotos
a los que nos aferrábamos como un enjambre charlatán y gris
que escapaba volando inmediatamente al grito de “¡redada!”
Apenas empezaba a crecer en los laboratorios el hongo
atómico. Era cosa de risa nuestra física
mal estudiada en las clases clandestinas de la calle Widok
en un oscuro comedor sobre un mantel de encaje. Así se
olvida fácilmente. Pero algo permanece
en la memoria: otro suéter
y el no volver la vista si al cruzar el umbral
un par de hombre con gabardina llaman a la puerta.

Konstanty Puzyna


Sale de un autobús

Esa preponderancia esa gordura esa corbata. Son horribles
los individuos después de los cuarenta. Ya sólo miran hacia atrás.
Te agarran, convulsivamente, por el codo
para así detener el tiempo. En el tumulto callejero
brota una desesperación jubilosa. Te recuerdas viejo
en el velero en Augustów sabes que entonces yo era
funcionario regional y que en marzo
limpiamos un poquillo la atmósfera
recuerdas cuando estuve en Iraq
y cuando todavía era rubio
y te acuerdas de la boda de Wieska qué juerga
y recuerdas vivías en Cracovia y nos fuimos
a Feniks a tomar unas copas,
en aquella época salías con Iga.
Yo nunca salí con Iga. Ni viví en Cracovia.
Puede ser que viviera puede ser que estuviera.
Oh mi autobús
recuerdos a tu amabilísima esposa.

Merman las fuentes por suerte por suerte
después de los sesenta. Las personas se tornan silenciosas
como éstas hacia las que me encamino. No preguntan. Cuando una avispa
se atolla en la mermelada la sacan cuidadosamente con una cucharilla
y la arrojan por la ventana. Contemplando
una tetera que se atraganta en el gas salen corriendo repentinamente
detrás de las paredes. Más tarde se disculpan. A veces
dicen que el mundo desaparece como los círculos en un estanque.
Primero los más grandes el país la ciudad la calle
permanecen unas cuantas tiendas junto a la casa después la habitación
y después la cama y el vaso de té
sobre la silla. Les alborozan las diferentes píldoras
cuando son de colores. Rojas y amarillas. Con cuidado
las vierten en la palma de la mano y un rayo como una sonrisa
se escapa de las gafas deslizadas hasta la punta de la nariz. Sí,
éstos ya son encantadores. Estos de nuevo
miran hacia adelante.

Konstanty Puzyna


















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