De "Prosa bisiesta"

[marzo/abril, 1988]

Puede suceder que una conversación
haga trizas su prosapia de espejos,
si tratamos con los estados inciertos
del alma. Pero será de otra especie
fugitiva, ocasional, nuestra amistad,
si a los de la materia concierne. Por eso
suele decirse que es letal el brazo que
se extiende en la guadaña, letal para
el tallo y el nervio, jamás para la savia.
Como en esas antesalas infinitas
de un festejo, la vida, tal como se la
concebía desde los andamios, no era
aquello que veíamos desde las alturas,
sino lo que sucedía entre ese viento
que llegaba desde el fondo de los días
y el vacío urgente, impío, de los huesos.


[abril, 1952]

De pronto dos fuerzas opuestas nos hacen
converger en un mismo lugar: bajo la sombra
exhausta de una morera blanca, en el galpón
donde se enfría una fragua, en los talleres
de una rebelión. Ese guijarro parece solo obedecer
la voluntad de la ola, y es la ilusión de esas nubes
lo que hace verlas como una flota de naves invasoras.
Nacer cautivo siempre en morada injusta, esa parece
ser la ley: mares quejumbrosos en una sola gota de
rancio vino, el turista que carga sobre sus hombros
los diablos nocturnos. Todas las guerras del mundo
podrían estallar ahora mismo en esta ciudad.


[agosto, 1952]

Para completar lo que opalesce volvimos,
y acabamos mezclando mecánica básica
con bienes privados, ajenos. Dejamos de
vernos por un tiempo a partir de tres
premisas: es mejor no saber desde qué
altura, en qué minuto preciso, ni a qué lugar
uno es siempre arrojado. El cuerpo ahora
dividido en partes iguales, como se hizo a
quella vez con la rosa de los vientos.
Sumergimos los dedos en aceite de motor
quemado, y vemos finalmente a través
de la pared y las rendijas. Que existiría
algún día una droga de efecto culminante,
alguien predijo, que dejaría los pulmones
a cielo abierto, el agua demorada en una
de las orillas, y las manos extenuadas,
de tanto cruzar a nado el tiempo.

Marcelo Rizzi



El que calla ya no otorga, como antes se creía. Ahora, ante la sorpresa del esmalte, corrobora: de lo indefinido extraer la partícula más elemental, del libro perdido los saberes esenciales, de la gravedad propia del membrillo su vanidad incolora, su tiempo abolido, su hora irreal.

Marcelo Rizzi



Líneas huecas dejadas en la arcilla por varios dedos a la vez, o marcas que esos mismos dedos ahora con pigmentos dejan sobre la roca. Si en un futuro esos trazos adoptasen la forma de una figura, o simplemente tomasen la ruta que más conviene para atravesar la rústica llanura, nada de esto retrasaría la repetición de un acto original: aprovechar las superficies accidentales o los relieves naturales para leer allí la epopeya inacabada del cazador, la carrera del cérvido en el destello de su riqueza en fuga, el estrépito en la ausencia repentina de todas las cosas bajo una piel inquieta y prodigiosa.

Marcelo Rizzi


Observemos por un instante
ese árbol fuera de sí, de la tiranía
venial de los conceptos: sin saber
que se ha iniciado ya la noche
de su devenir, quizá éste haya sido
su día más singular. Del tiempo real
de nuestros congéneres, descreemos:
por la forma de distribuir los platos
y los afanes en círculos perfectos,
de postular sueños de evasión dichos
al oído y por debajo bajo la mesa; de
formular principios absolutos para
alcanzar apenas la ebriedad.

Marcelo Rizzi


Quizá haga falta que el mundo...

quizá haga falta que el mundo
envejezca un poco más,
o que fuese finalmente reducido
a su propia humareda;
en otro tiempo la boca era la puerta,
el puente el arco triunfal;
hoy no hay futuro de astilla
para el árbol caído ni para el alcanfor
de las húmedas literas;
las aves de ultramar regresan otra vez
con vendas en los ojos: tantean el misterio
de la carne abscóndita,
huelen al polvo de la separación,
al vapor de mercurio;
traen novedades en la dicha de la sal,
en lo póstumo del sueño

Marcelo Rizzi


Se está de acuerdo en que para que los héroes existieran antes debieron desaparecer los dioses. Se decía que los hombres estaban ciegos a lo suprasensible y escasamente capa citados para escuchar el canto radiofónico del pájaro de cada mañana. Hoy tememos a veces algo peor o lo imposible: que el mismo sea el que colma la prosa áurea de los  hospitales, pintadas sus plumas de colores infinitos, y de su pico goteando sobre sábanas esterilizadas resinas amargas de su luna.

Marcelo Rizzi



Su alegría se afirmaba en los colores, en esa extraña conjunción del ojo con químicas salobres expuestas a la limación espuria de los tiempos: a mayor o menor absorción de la luz sobre llanas superficies, su celebración de todo entorno, un torbellino de pájaros precoces. Entonces la construcción de sí obedeciese acaso por momentos a una preceptiva de raíz barroca: a la irracional monotonía del azul sin mezcla, a lo rugoso del ocre entre las gasas que se abandonan en la siesta, a la incesante actualidad de los violetas en la crispación efímera del roble.

Marcelo Rizzi


Todos tenemos derecho a una
ciudad flotante, a ese número
errante, a una cifra que se pueda
soportar. Predicha estaba desde
siempre la orfandad de los que
exhiben con su lengua maravillas,
y dejan para charlas zodiacales
el hablar sobre disfraces, de la vida
como un fotomontaje, de la extraña
amistad de los pies desnudos
con el caracol y la tempestad.

Marcelo Rizzi


























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