Del azul disperso

                  para Lesley Davies

Conduzco de regreso junto al río
como siempre, sin fijarme.
De pronto algo en la luz rasga y abre
el humo de la central eléctrica,

cada torcedura y cada doblez, que construyen
un lento, progresivo y muscular ascenso,
y ahí, justo en su borde último,
un continuo desgajarse en cielo.

Y ese es otro asunto, el cielo.
Cómo la neblina atrapa lo que queda del ocaso,
el naranja de sodio y el rosa de granito
destilado del azul disperso.

La coreografía del tráfico aéreo, y las grúas
que andan en la desembocadura son parte de ello,
y también el puente con su azucarada capa
de una rota luz feérica. La época del año

en la que cada ave es una pincelada y los árboles
se revelan como en una ausencia de color. Eso
me recuerda cómo solíamos hablar; cómo a veces
queremos hacer más que sólo vivirlo.

Lavinia Greenlaw


Electricidad

La noche que llamaste para decirme
que la desigualdad de los días
es tan simple como encontrase o no encontrarse,
yo pensaba en la electricidad —
cómo  en ningún momento de un circuito
puede disminuir la fuerza o acumularse,
cómo también se necesita la falta de equilibrio
para que la energía sea liberada. Créeme.
Una vez, sostenida así,
sin límites, sin principio ni fin,
no podía distinguir nuestros actos:
si fuiste vos quien levantó mi cabeza hacia la luz,
si fui yo la que dijo cuánto deseaba
mirar tu cara. Tu bella cara.

Lavinia Greenlaw


Recuerdos desde una ciudad extranjera

Querido, las cucarachas han tenido crías. 
Una cayó del techo en mi ginebra 
sin mayores consecuencias. Mamá vino. 
Le enseñé las mordeduras que hay en la cuna 
y me recomendó a su exterminador de plagas. 
Se impresionó tanto por el nido de ratas que halló en el drenaje 
que se lo llevó a casa para su museo privado. 
No puedo dormir. Están desenterrando 
niños en los pantanos de Hackney. 
Cuando la pequeña trató de gritar, dice el periódico, 
el hombre le cortó la lengua. No fue lejos de aquí. 
Ha habido más bombas incendiarias 
pero sólo en la madrugada y por los suburbios. 
Y un ataque de morteros. Lo oímos desde el piso, 
un golpe seco como el de una mesa al caer. 
Dicen que el cieno que sale con el agua por el grifo 
es inofensivo. Hay una nueva ley 
contra perros peligrosos. Bozales, tatuajes, castración. 
Billie se cagó en los pantalones
cuando el labrador del vecino saltó para jugar con ella. 
Todas las tiendas de la calle North End están cerrando. 
No hay ya dónde llevar a reparar zapatos. 
Las calles de un sentido cambian de dirección cada dos por tres. 
Me pierdo a una manzana de casa. 
Hay secciones de la nueva guía de la ciudad que simplemente dicen 
"en obras". Hasta los nombres de las calles 
han sido arrancados. El tifus ha estallado en Finchley. 
Mi madre me trajo una maceta de espliego.

Lavinia Greenlaw


Sexo, política y religión

Sus rasgos se despliegan cuando reclina
la cabeza en el lavabo. Yo hago tiempo
templando el agua justo a punto.
Casi me he acostumbrado a tocar cabellos viejos
y aprendido a respetar el rostro de una cliente
al sujetar la frente con mi mano libre

y apretar el chorro contra el cuero cabelludo.
Debo poner atención a mis dedos
y no quedarme viendo sus afelpados cachetes
o los pliegues de la barbilla que al abrirse revelan
un arrugado cuello y el agujero impecable
por el que ahora ella respira.

Si yo entendiera las palabras que eructa
en su nueva esofágica voz, podría preguntar
sobre el cáncer y sobre lo que ocurriría
si mi mano resbalase y la áspera espuma
drenara fácilmente por una red de surcos
o si una mosca... Tengo que echar un ojo.

La abertura es nítida y oscura, enmarcada
por piel de una suavidad intolerable.
Ha cerrado los ojos y sonríe, mientras
la masajeo con esmero y me concentro
en tres cosas que mi madre me dijo
que una peinadora nunca debe mencionar.

Lavinia Greenlaw
















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