El segundo día

Llovía.
Llovía. Llovía blanco.
Sin compasión. Sin pesar.
Llovía blanco y violeta.
Hasta diluirse todo lo que por doquier había.
Hambre. Y rabia. Y sangre.
Y huesos.

No respiraba. La cabeza en el regazo, la oía
respirar allí. Gemir allí. Rogar

allí. Acechar allí a alguien.
de quien un pelo quedaba, un indicio. Del que

queda piel de potro. La oía
arrodillarse, deslizarse, desnudarse

de las culpas y las mentiras y las promesas inútiles. Lo oía.
Como el río oye ahogarse a un pez –

Llovía.
Llovía. Llovía blanco.
Sin compasión. Sin pesar.
Llovía blanco y violeta.
Hasta diluirse todo lo que por doquier había.
Hambre. Y rabia. Y sangre.

No se movía. La cabeza en el regazo, se estremecía, tan
suave se movía. Lo besaba, suplicaba.

Por alguien le preguntaba, de quien
una cicatriz o de quien un lazo quedaba

un guante desparejado. Dulce se estremecía. Se rendía
en él se alzaba. Se inclinaba –los ganchos del pelo

en fuga por la boca. Qué dulce se estremecía. Como
un pez oye ahogarse el río–

Llovía.
Llovía. Llovía blanco.
Sin compasión. Sin pesar.
Llovía blanco y violeta.
Hasta diluirse todo lo que por doquier había.

Preso en ternura, de memoria volvía a caer de nuevo
en el cautiverio. Todo don. Todo en el puño.

Todo dedos en los dedos. Asustado por palabras.
Que lo enfría. Por el silencio asustado. Que

da frío. La vena azul en el pecho.
La vena azul en el cielo. Perdido.

Devuelto. Todavía. Todavía. Noche y día. Y
cuando acabe la lluvia, cuando acabe la caída en un lugar

por la espalda su infancia atrapa. De espaldas hacia la vía,
de la guía de los trenes arrancó las páginas.

Llovía.
Llovía. Llovía blanco.
Sin compasión. Sin pesar.
Llovía blanco y violeta.

Abierta como una rosa, se estremecía en todas
sus espinas. Toda herida. Todo olor. Toda

rosa que años ha tristemente en sí
se duele. Toda angustia. Que despierta,

que se encuentra una vez más sólo a sí misma. La vena azul
en el pecho. La vena azul

en el cielo. Muerta. Viva. ¿Y qué más? ¿Y qué
nos queda? Agua de lluvia. Te-que-mas.

Agua. Agua. Todo pena - - -
Sin pena - - -

Llovía.
Llovía. Llovía blanco.
Sin compasión. Sin pesar...

El corazón en un puño, vencido, volvía
una cabeza pesada aún en sueños al corazón

de mujer. Vigilaba todavía. Inquiría todavía.
Todavía sonreía. Reconciliado pues que nada

y nadie había que en un silencio de lágrimas y
risa -malignamente miraba desde

la pared desnuda-

Llovía.
Llovía. Blanco llovía.

El corazón en un puño, en vano dormía. En vano
en sí se apagaba. En ella había una llama detenida.

Conmovedora y astuta. Detenida. Y de una noche
violeta días pasados se le iban acercando.

Sus días pasados muertos. En brazos
secos seca leña -pisándole los talones

los lobos mismos-  Como vivos -

Llovía.
Llovía.

Karel Šiktanc




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