¿En qué trinchera huiste a la alegría?

– ¿En qué trinchera huiste a la alegría?
Con extremo cuidado recojo las palabras, las oculto, las quemo
para que apenas puedan reconocerse, las maquillo vistiéndolas
de colores lejanos a los suyos;
    para decir:
dolor
doy un rodeo; digo: ayer, hambre, pueblo, paro, crimen;
para nombrar el pan
recorro campos, puños, sindicatos, arados y monedas;
para pedir justicia
me salgo a los veranos mentirosos, los tribunales rosa,
las cárceles modelo, los coros y las danzas;
para expresar amor
violentamente escribo sólo amor,
sólo amor.
Mi hermano se ha sentado de espaldas a mis versos
porque no los comprende.
Dice que es necesario
estudiar la gramática sorda de un idioma distinto.
Nos urge, por lo tanto,
traducir los poemas al corazón del hombre,
dar luz a las palabras, desnudarlas limpiándolas
y decir simplemente:
dolor,
pan
o justicia.

Pero no me es posible.
Yo también tengo miedo.

Julio Antonio Gómez



España, ardida lanza

Hasta la muerte te he de seguir amando
y soñaba ser sangre de tu herida
y trampa en que perdieras la partida
y mazo para darle a Dios rogando.

Malcerraste las brechas de tu herida,
nos diste –a duro toque de campana–
las ruedas de molino del mañana,
la trampa en que ganaste la partida.

Nombrando, en tu mentira de bravura,
a Dios poeta y al poeta, loco,
has cambiado a tus hijos, poco a poco,
por solemnes columnas de amargura.
Pero lloro y te busco…, madre mía:
¿en qué trinchera huiste a la alegría?

Julio Antonio Gómez Fraile



Geografía

Zaragoza limita al Norte con la Desesperación
asomada a los crujientes secanos que buscan grandes puertas
para escapar al insulto de los Paradores de Turismo,

Zaragoza limita al Norte
con la Desesperación de los rebaños eternamente soñolientos
que aman el hambre casi humana del pastor
acurrucado y solo como una masturbación en los espartos.

Zaragoza limita al Sur con las arpilleras rotas en los Presidios
balanceadas por el aliento de los castigados a celdas,
humillados por la oscuridad del pánico, por el aluminio de los tenedores
por los ojos implorantes dejados caer a ciegas desde las galerías,

Zaragoza limita al Sur
con la acusación de los cipreses testificales
erguidos ante una Muralla China de tapias fusiladas
en cada madrugada inmóvil.

Zaragoza limita al Este con la ira del viento
que aún no ha conseguido borrar los nidos de las ametralladoras,
que no ha sido capaz de rellenar aún
la herida prolongada de las trincheras que continúan,
en las que el romero, respetuosamente, se niega a florecer.

Zaragoza limita al Este
con el llano de los sobres ministeriales comunicando muertos,
con la mano helada ofrecida por los funcionarios crueles, complacientes,
con el terror blanco de los registros domiciliarios,
con la ensordecedora desnudez
en los interrogatorios llevados hasta el fin,
hasta todo el silencio.

Zaragoza limita al Oeste con la indiferencia de los campanarios,
con la carcoma sonora que asciende en la oquedad
de los retablos platerescos ausentes, en la ya desconchada purpurina
del manto de Santa Engracia,
en la blancura un poco ajada de Santo Dominguito de Val,
rodeado de judíos feroces pintados de negro.

Zaragoza limita al Oeste
con los amaneceres rebosantes de sacos y de gitanos
el hambre alzada hasta el orgullo de los anchos ojos
buscando en las basuras de nadie sabe qué pradera o justicia
disputándose el pan y los espejos.

Zaragoza limita con toda Limitación, con el frío y las voces
de las esquinas custodiadas por los tercos vendedores de iguales,
únicas voces permitidas, únicos gritos
golpeando las calles, únicos
y ciegos.
Ciegos
Abrid los ojos.

Julio Antonio Gómez



La espera

Ni la cima del cielo,
ni las torres del aire;
sólo el desesperado
presentir de tu carne
cumpliendo con la mía
los imposibles viajes,
los imposibles claros,
los imposibles mares.
No detengas tu hermoso
deseo de buscarme
aunque veas murallas
crecidas por las calles
ni aunque alguien te pregunte

Julio Antonio Gómez



Prólogo para un silencio interminable

Con humildad escribo
la delirante arquitectura en reposo de mi poesía,
para qué, para quién,
trazo pequeñas manchas casi como palabras que viven,
ignorando si mienten
o si su brillo surge de las tristes verdades
que a la vida aprehendieron
o esconden calladas transmigraciones o llanuras y muertes
edificadas brazo a brazo en un país con alma de naipe,
en un dominio inútil como el grito de un buzo.

Con humildad, sobre mi mesa, ordeno
las murallas amarillentas, los amenazadores cánceres lejanos,
las polvorientas persianas de mi casa olvidada en el viento,
la desesperación nocturna del asfalto que espía
irrevocables sufrimientos, agónico-girar-molino-corazón,
corazón, incansable corazón
para qué, para quién.

Tímidos me visitan ojos alucinados de los barcos
que se tropiezan en la noche con ronquera de incienso,
momias vertiginosas semejantes a baúles inservibles,
paquetes rebosantes de un terror prepucial,
casas y cartapacios hartos de sopas y de misas,
recuerdos con inmovilidad de saurio anhelante de siestas,
murciélagos suspendidos en la hibernación del horror provincial,
tapias de adobe civil a quienes a tiros arrancaron la camisa
para cubrirlas luego con casullas de sangre
y una gris hermosura  –un vértigo–  agitándose
en el duro encarnizamiento de los barrios perdidos.

Tal pudo ser mi vida
aunque ignore si existo o me sucedo,
para qué, para quién,
en mi disparatada tarea de comedor febril de cánticos,
triste-poeta-funerario-español-inútil,
borracho hasta la frente,
amoroso constructor de ánforas agujereadas
y confiando aún
–aún–
en la pavorosa e intocable vendimia del amor.
Tal pudo ser, para qué, para quién,
mi vida.
Tal pudo ser para nada ni nadie
al preguntarme ahora por los límites hondos de la pena
en el ruedo insensato de esta insultante eternidad baldía.

Todo regresará
certero como un vómito infinito de hastío
sólo salvado a veces por la ira.
Estos sueños…

Julio Antonio Gómez


ZARAGOZA AMARILLA
yo te amaba en la ceguera de mis octubres
de pantalón corto,
todavía no alzado al recinto durísimo
de tus dientes,
casi desatendido por tus vientos y escarchas
cuando aquellos primeros cigarrillos quemados
-craven a; navicut-
torpemente a escondidas
en los descansos del cinema iris con culo de madera,
cuando en los silenciosos atardeceres misérrimos
penetraban los trenes
mugrientos con hollín y estraperlistas,
cuando la muchedumbre
se apretujaba arriba abajo de los porches con miedo
y la felicidad de los domingos
era magnificada
con frituras de calamar y rosarios de sombra.

entonces
un casi imperceptible hedor
de crisantemos agridulces y diques
descendía
por entre las barcazas del canal imperial
de aragón,
las reciénestrenadas viudas de guerra
contemplaban tristísimas el mear de sus perros
hambrientos
y un ala gigantesca fantasmal silenciosa
nos tapaba los ojos haciéndonos ¿felices?

yo había confiado
todas las puras posesiones de mi corazón,
todos los vasos de mi frágil cristal instantáneo,
todas
las pobres riquezas de mi universo apenas reprimible,
a la oquedad supuestamente maternal y cálida
de tus brazos,
a la vigilancia forzosamente sospechada dulce
de tu cielo vacío.

una tremenda oscuridad
cayó de pronto agrietando las murallas
y el coso se enramó de procesiones
como venas urgentes,
soterradas algarabías triunfalistas
con los ojos pintarrajeados de un violento violeta
escandalosamente funerario.

todo lejos.

Julio Antonio Gómez



















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