En un tranvía atravieso Lisboa al atardecer

En el fondo, nadie habla mi lengua.
Veo caras y labios que se mueven,
oigo palabras cubiertas por la niebla.
Cuando la forma de las voces ya se fuga,
como se disuelven los contornos de las colinas
sobre el magma del estuario,
el sol es una ostra rosada que se esconde
y nacen en mí pensamientos contra el vidrio.
Ahora estoy afuera.
Escribo.

Leandro Llull


Mapaches y elefantes

Hablamos con un amigo acerca de qué cosa sea la belleza
y le cuento que una tarde, acompañado de una tía,
en la trastienda de un circo viejo,
tomé un puñado de yuyos del baldío
y lo acerqué temblando a la boca de un elefante.
Le juro que en ese fondo abierto entre la trompa y los colmillos
sentí el resplandor negro de todo lo perfecto.
Él me responde: “Eso es lo sublime, hermano”,
y en sus ojos oscuros y ojerosos como los de un mapache
yo veo un abismo brillante y sincero
al que mi corazón se arroja,
y pruebo de nuevo aquel bocado que mi mano obtuvo
al entregar diez pastos secos,
en un viaje lento, humedecido
por el aliento de lo bello.

Leandro Llull


Rosario

Seguí riendo así, mi sol,
mi ángel rubio en tu materia de alegría,
todo un cúmulo vital agitándose en el aire
como el chorro más festivo de la fuente,
hablándole a la luna cuando te llama
a través de la ventanilla de los autos.
Con los nombres tocá la piedra de este mundo,
bendecilo a cada sílaba, cada tanteo que hagas con la voz.
Quizás todo se apague, mi sol,
la noche nunca está lejana y a veces nos sacude a mediodía.
Quizá la muerte descargue su mejilla helada contra la nuestra,
pero vos y tu risa van a ser las velas, las estrellas
que soporten el peso de la barca oscura.
Seguí riendo así, sol nuestro,
echada sobre el césped en la sustancia primitiva,
y gritá mamai, gritá papai.
Corré, corré hacia el fondo, mi sol,
hacia lo hondo de aquel pino
y fundite con su aura de resina intacta
hasta que nos incendies y nos cures,
vibrante criatura luminosa.

Leandro Llull






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