Falló la paica

Era un malevo poeta
más desgraciao que la yeta
que tenía un metejón
por una piba coqueta
que la iba de discreta
pa’ dar soga a su ilusión.
Cuántas veces dulcemente
sus mirones inocentes
de puro grupo bajó
mientras él muy insistente
le fajaba contundente
su chamuyo rococó:

Araca, mi paica, vivo
sólo por ver su hermosura
y batirle mil linduras
al pabellón auditivo.
Mire que creyendo estoy
que en los líos del querer
usted tiene más pescante
que volanta de alquiler.

Ella, como si llorara,
le pidió que la escuchara
pa’ que no fuera a entender
nada que lo disgustara
porque había sido clara
su forma de proceder.
Ahí, creyendo dar chanta,
cortó el pasmo a la percanta
pa’ decirle: sabe usted
que mi metida fue tanta
que pa’ mí fue usté una santa
a la que nunca falté.

Y apenas él apagaba
de su chamuyo los ecos,
ella mostrando los flecos
de su carpeta cantaba:
Araca, malevo, piante
que, si no, de fijo cobra;
Usté nunca falta, sobra,
por eso lo pianto yo.

Juan Bautista Abad Reyes



Mentiras

Porque vos lo callabas,
¡mi Margarita!,
yo que soy tan güenazo,
maté una flor.
Y mientras despacito
la deshojaba
"mucho, poquito y nada",
le preguntaba,
"¿me ama mi amor?".

Y aquella flor sangrante
me contestó:
"Ella siempre suspira
pensando en vos",
pero esa vez
¡mintió la flor!

Me alentó con tal juerza
la florecilla,
que un domingo temprano
cobré valor,
y mientras vos bajabas
a la capilla,
engüelta entre la nieve
de tu mantilla,
te hablé de amor.

Al darme el "sí" tu cara
se sonrojó,
mientras daba un repique
mi corazón.
¡Pero esa vez
mentiste vos!

Aura sé que sos mala
con mi cariño;
me lo dijo mi madre
porque te vio
una noche de luna
por el sendero,
ofreciendo tus labios
a un forastero
que los besó.

Cuando grité "¡la mato!"
mi corazón,
llorando como un niño,
"¡No!", me gritó.
Y aura, ya ves,
¡me miento yo!

Juan Bautista Abad Reyes



Mirame bien a los ojos

Mirame bien a los ojos
mirame bien, que no miento,
porque allí voy reflejando
como un cristal, mi pensamiento.
Abre tus labios rojos,
copia de los labios perfumados del clavel.
Mirame bien a los ojos,
y así verás, que soy fiel.

Por qué dudar,
de mi querer
si sabes que en el trono de mi altar
no cabe otra mujer...
Si al declinar
mi atardecer,
quisiera que tan sólo tu arrullar
me llegue a iluminar
como una amanecer.

Mirame bien a los ojos,
que al sostener la mirada,
verás arder mi cariño
en crepitar de llamarada.
Nunca, en tus desvelos,
dejes que los celos se te vuelvan a encender.
Mirame bien a los ojos,
y me podrás comprender.

Juan Bautista Abad Reyes


Paisaje

La estación. Dos vías. Al lado, el camino.
Agitado oleaje del mar del trigal
y la margarita de un viejo molino
fingiendo a lo lejos un punto final.
El calor sofoca, pero se avecina
la tormenta amiga conjurando el mal
y la flecha viva de una golondrina
es como un diamante rayando un cristal.

Qué ganas de gritar,
gritar, gritar,
igual que cuando chico,
la frase familiar:
"Que llueva, que llueva,
la vieja está en la cueva;
los pajaritos cantan,
las nubes se levantan...
Que llueva, que llueva,
la vieja está en la cueva".
Y es tal mi aturdimiento
que en fuerza de gritar
ni me doy cuenta casi
que está lloviendo ya.

Luego el sol asoma su cabeza rubia;
lo veo a lo lejos de nuevo brillar
entre el fino fleco del tul de la lluvia
que va silenciando su repiquetear.
Y mientras del fondo de la lejanía
un tren de juguete parece avanzar,
en un lago rojo se desangra el día
sobre los trigales color verdemar.

Juan Bautista Abad Reyes




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