Miraculum

miraculum: prodigio, portento, maravilla; milagro
milagro: suceso que no se puede dejar de mirar, de ad-mirar

I

El verdadero prodigio ocurre a nado:
concurso de gotas que se precipitan,
agua de vida breve, fugaz semilla,
audaz espuma de río que se obstina,
rompe un dique
y encuentra el mar.

Un solitario delfín cumple su proeza:
es ya meteoro acuático,
remoto rayo presentido apenas
lejano latido, corazón lejano,
ritmo: música que ya palpita.

Nueve meses después se consuma el milagro:
lleno de vaho, diminuto y grisáceo,
el improbable delfín
por primera vez respira aire.


II

Adormilado entre sus nubes, el mediodía abre sus solares ojos
ante la maravilla, el salón se llena de silencio
(para admirar se precisa silencio):

rosácea, como día que empieza,
montando tu barca violeta,
sonriendo, como quien regresa,
dormida, raptada de tu cueva,

sirena

el salón se llena de tu canto,
se llenan de dioses los pasillos,
de luz se llenan las ventanas.

Algo de luz tendrá tu nombre,
de chispa, de faro, de linterna,
de luciérnaga, de llama.

Bombilla, vela, mediodía,
aurora, incendio.

Milagro. Súbita aparición de Dios:
gota diáfana.

José Saed Ayub



Rhododáctylos

ῥοδοδάκτῠλος, de dedos rosados,
epíteto de Eos, la Aurora, “que nace temprano”.

Estoy absorto frente al sol que muere tras el monte,
estático nogal al que le anuncian despedidas:
un cenzontle que entre mis ramas danza
vuelve canto mis cabellos.

Estoy en el ángulo más sencillo del crepúsculo:
desde mi palco, el cielo anaranjado habrá de anochecer.
Habrá de anochecer, me digo:
pronto habrá de tornarse azul esta tarde en llamas.

Y anochece: aquí las noches traen y llevan agua;
breves y frágiles, traen, llueven ríos de agua,
sudores de agua, insomnios de agua.

Estoy, atónito y violento, mirando al occidente:
aquí tus lentes, tu sombrero floreado, tu muñeca;
allá tus caracoles, morados infinitos de crayón.
En mi mesa, tus juguetes de ayer esperan,
el biberón que ayer abandoné,
los cuentos que no te leí ayer esperan.

Pronto habrá de amanecer.
Me digo que pronto habrá de ser mañana.
De pronto, sin pedirlo, la noche amanece:
y yo, inconsolable, mirándote volverte niña.

Lucía, lluvia de oro, rosa-botón que me despiertas,
recuérdame el rincón donde el sol se gestaba:
muéstrame oriente, alba de dedos rosas,
el misterio de los charcos y su génesis de ranas.

Amanece. Ya Eos, que nace temprano, trae tu sonrisa.
Ya un gorrión ensaya maravillas;
que es temprano —anuncia—, que no es tarde:
que tú y tus juegos, que el parque y sus perros;
que el tiempo, esta vez,
me ha perdonado.

José Saed Ayub














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