Antares

Inmenso es el corazón del Escorpión. Allí está en su prisión, encadenado al dardo y al veneno. Allí está en esta arena inflamada, junto a la sed del desierto, en su mano de sílex para las caídas del abismo.

Allí está con sus troneras y buhardas, para la vida y para la muerte, para la lluvia y el buen tiempo. ¡Qué inmenso era entonces el deseo!

Pero veamos, ¿dónde me encuentro exactamente? ¿En el deseo o en el desierto? ¿Estoy en la humareda de la noche de junio? ¿Estoy en una selva en marcha? ¿Estoy en la caldera del cielo que hierve sus serpientes entrelazadas en el abismo del horizonte?

El Escorpión zozobró en el furor y creo que nadie, aquí, podría ordenar sus cordajes después de semejante tempestad, y además habría que saber si estaba el deseo en mi sangre o era mi sangre la que estaba en el deseo.

Maurice Blanchard


Catorce de julio

Cuando reconstruyamos la ciudad, nosotros escogeremos las piedras. Las escogeremos bien, y encerraremos un ojo azul en cada una de ellas. Encerraremos un ojo de junio en nuestras fronteras.
         En la tardes de fuerte viento, la voz del prisionero atravesaba la ciudad, los cantos de libertad atravesaban las bocas cerradas y, sobre cada piedra, se alzaba una serpiente, se alzaba un guerrero, un destello en el esplendor del viento.
         Una Europa en harapos danzaba sobre las espadas. Un viento de acero segaba las cosechas. En nuestras manos alzadas, espigas sangrantes, en nuestras manos encendidas, sangraban los corazones de nuestras princesas.
      Sangraba el sol de nuestros deseos, sangraban nuestros hocicos embadurnados, nuestros hocicos hundidos en racimos palpitantes, sangraban nuestras caras de hiena, nuestras garras y nuestras esperanzas arrancadas a sus pechos de porcelana.

Maurice Blanchard


Desprecio la autoridad no porque me pueda oprimir,
sino porque es injustificable, porque no es más que
una máscara sobre la jeta de innobles bestiales.

Maurice Blanchard



El campo de nabos

Que el vuelo de los cuervos se extienda sobre un acre de tierra fértil, el acre amor de Jean-Arthur es un bloque de mármol en el fondo de un pozo. Lacenaire canta en el patio y ofrece su sombrero a las deyecciones de las flores.
       Que esa fanfarria de crímenes nuevos estalle en el cielo de los estandartes, es el viento que titubea en los vientres abiertos, es la vieja y su viejo, los oficleidos rotos y su válvula del revés en el gaznate, es la madre y su hijo recién nacido.
        Que el barro cante, que la bazofia monte a caballo, que nuestros Maquiavelos abran la boca en un vuelo nupcial de moscas verdes.
       Llegó el libertador con las manos abiertas, para rodearse al instante de una camarilla de saco y soga.

Maurice Blanchard


El reino de los topos

Labré una parcela de desolación, viejo almanaque, en donde cardenales y verdugos prensaban los racimos del sufrimiento. Las cepas sin viñedos dibujaban nuestra miseria.
        Labré un terreno de fiera rabia. Me hundí en el odio hasta las rodillas, tracé surcos sin huella y mi vida se redujo a un manto sin rostro.
        Labré las peladuras violetas del recuerdo, mañanas de crueldad, el barro de las viejas sentencias y de las homilías, la grama y las espinas y todos los sueños que colgaban de los ganchos bestiales de mis rencores.
         El vómito de la noche endulzó mi cuerpo fatigado.

Maurice Blanchard



La conquista de Argelia

 Aquella noche de diciembre, quise penetrar en la ciudad extranjera. Ráfagas de flechas recortaron mi silueta sobre sus muros con susurros de clavecín y de destellos amarillos. Peces transparentes, que atravesaban mis ojos atentos, se colgaban sonrisas de sus mandíbulas fosforescentes, los tiburones de la dicha resbalaban por la nieve, mujeres de cristal reían en la espesura de las murallas.
        Me encontré, cabiro, en las entrañas de la ciudad y construí caminos ardientes. Vencedor de Teseo, mi hambre descubrió las caballerizas soleadas de las profundidades, en donde reuní mis caballos para una razzia entre fantasmas.
         Surgimos en cascada por la tierra fría de los muertos – los dientes de los muertos trituran la únicas olivas cálidas que dan aceite en verano. Los fuegos danzantes de nuestros vivaques en los manantiales helados, la corona real de las fieras del Atlas, el círculo de sus ojos, dije, fueron constelaciones en nuestro sueño. Pues hemos dormido, sí, hemos dormido, ¡y en qué plumón de espanto!
       Las ramas se balancearon como un abanico en las manos del desierto, la última humareda expirante permaneció inmóvil y rosa como una estatua al alba, y los tigres, vacilantes, regresaron a las grietas de su soledad.

Maurice Blanchard



La flor del verano

La bestia, herida, vino a morir a mis pies. Yo caminaba por las tierras sembradas y ya reverdecidas, y me extrañaba que un color tan puro y tan fresco hubiera podido nacer en la superficie de un mundo horrible que los poderosos aprietan con sus manos crispadas, apestando a sangre de otros y apestando al jugo de su propia corrupción.

Caminaba por las tierras del trigo, por las tierras de terciopelos que se extienden interminablemente hacia el Norte. Los días crecían y yo me alzaba a la altura de los días.

El sol escupía sus llamas siempre más pesadas, siempre más insolentes, y yo insultaba al sol y también a los humanos que iban por los caminos. Seguí mi peregrinaje por el país de los ausentes.

Una tarde de junio, me acosté en la tierra fértil y sólida, mil y mil veces arada, quebré algunas flores del campo: acianos, amapolas, ¡qué frágiles son estas flores!

Son silenciosas y frágiles, y sus colores de inmediato apagados por la muerte.

¡Que así sea para mí mismo y para los que yo quiero!

Maurice Blanchard



“La poesía es una propiedad de la materia.”

Maurice Blanchard



Nosotros arrancaremos la lengua grisácea
del anecdotista, ese mito incrustado
en las desgarraduras del tiempo.

Maurice Blanchard



Osamentas cerraban el camino

Osamentas cerraban el camino. ¡Tanto peor!, me decía, puesto que de todos modos el enterrado vivo germinará, ¡tanto peor para los huesos! Me torcí levemente los pies. Juré contra los más sagrados nombres de los dioses, pero aún así hice una buena travesía. ¡Eh! ¡Eh! ¡La buena travesía! ¡Eh! ¡Eh! ¡La mar inmensa de la existencia! ¡Eh! ¡Eh! El pitido en doble escala por la salvación de los muertos.

Era chapoteadora la mar inmensa de la existencia.

En mi vida profunda. En mi vida de vaca veo una barrera tan alta como mi hocico. Y pongo mi buena jeta de vaca sobre la barrera. Y la barrera me cosquillea las costillas. Y la barrera me hace reír. Entonces, lamo mi barrera con mi hermosa lengua de vaca.

En la noche tunecina, nombro las constelaciones, las estrellas saludables y las que no lo son, Casiopea, Alfa del Escorpión, les doy nombre a las que no conozco. Poincaré el joven Escipión o Félix Faure el Gran Pompeyo, las margaritas de la noche azul, nosotros los hermanos de la mar chapoteadora, berreamos resplandecientes imbecilidades, traemos al capitán borracho como un cerdo.

Al atardecer de un día de coscorrones Cupido se arrojó a su sueño gritando: "¡Voy a ser feliz! ¡Me voy a desvanecer por la eternidad!

Y la eternidad se arrojó en el sol anunciando: "Sólo vengo a pasar un ratito".

Pero el sol saltó en el ojo del general. Y era el final de un día de batalla. Y el general llevaba la victoria con mano firme... ¡Oh! ¡Qué día horrible!

Maurice Blanchard









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