¡Bienvenida seas, oh tú, que el eco de mis propios pasos,
desde el fondo del oscuro y frío corredor del tiempo,
sales a mi encuentro!
¡Bienvenida seas, soledad, madre mía!

Oscar Vladislas de Lubicz Milosz 


CUANDO ELLA LLEGUE….

Cuando ella llegue, ¿habrá gris o verde en sus ojos,
Verde o gris en el río?
La hora será nueva en este porvenir tan viejo,
Nueva pero tan poco novedosa…..
¡Antiguas horas en las que se ha dicho todo, visto
Todo, soñado todo:
No os imagináis cómo os compadezco….!

Habrá entonces otro hoy y ruidos de ciudad
Tal como los de hoy y siempre – ¡duras experiencias!-
Y olores –según la estación- de septiembre o de abril.
Y un falso cielo, y nubes sobre el río.

Y palabras –según la ocasión alegres o sollozantes
Bajo cielos que se regocijan o que lluevan,
Porque nosotros habremos vivido y simulado
-¡ay!- ¡tanto y tanto
Cuando ella llegue con sus ojos de lluvia sobre el río!
Y habrá también (voz del hastío, risa de la impotencia)
El viejo, el estéril, el seco momento presente,
Pulsación de una eternidad hermana del silencio;
El momento presente, tal como este momento.

Ayer, hace diez años, hoy, dentro de un mes,
Horribles expresiones, pensamientos muertos,
Pero, ¡qué importa!
Bebe, duerme, muere, es preciso liberarse de sí mismo
De una u otra manera…

Oscar Vladislas de Lubicz Milosz 



Despertar

En un país de infancia recuperada entre lágrimas,
En una ciudad con latidos de corazones muertos
(todo un arrullador surco de latidos de latidos de vuelo,
De latidos de alas de los pájaros de la muerte;
De chapaleos de alas negras sobre el agua de muerte),
En un pasado fuera del tiempo, enfermo de arrobamiento,
Los gratos ojos dolidos del amor arden todavía
Con un fuego manso de mineral rojizo, con un triste encanto,
En un país de infancia recuperada entre lágrimas….
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.

¿Por qué me has sonreído en la gastada luz,
Y por qué y cómo me has reconocido,
Extraña muchachita de angélicos párpados,
De reidores, azulados, suspirantes párpados,
Hiedra de noche estival sobre la luna de las piedras?
¿Y por qué y cómo, no habiendo jamás entrevisto
Ni mi rostro ni mi duelo, ni la miseria de los días,
Me has reconocido tan de pronto,
Cálida, musical, brumosa, pálida, amada?
¿Por quién morir en la noche inmensa de tus párpados?
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.

¿Qué palabras, qué músicas terriblemente caducas
Se estremecen en mí con tu presencia irreal,
Sombría paloma de los días lejanos, tibia, bella?
¿Qué músicas en eso se estremecen durante el sueño?
¿Bajo cuáles frondas de soledumbre antiquísima,
En qué silencio, en qué melodía o en qué
Voz de niño enfermo volver a encontrarte, oh bella,
Oh casta, oh música escuchada en el sueño?
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío absoluto.

 Oscar Vladislas de Lubicz Milosz 



El puente

Las hojas secas caen en el aire dormido.
Mira, corazón mío, lo que el otoño le ha hecho a tu isla querida:
¡Qué pálida está! ¡Qué huérfana de corazón tranquilo!
Suenan las campanas, suenan en San Luis de la Isla
Para la fucsia muerta del ama de la barcaza.

Con la cabeza gacha dos viejos caballos muy humildes, soñolientos toman
su último baño.
Un perrazo negro ladra y amenaza de lejos.
En el puente sólo estamos yo y mi niña:
Vestido desteñido, hombros endebles, rostro blanco,
Un ramo de flores en las manos

¡Oh mi niña! ¡Ese tiempo que viene!
¡Para ellos! ¡Para nosotros! ¡Oh mi niña!
¡Ese tiempo que viene!

Oscar Vladislas de Lubicz Milosz 



El viejo día

El viejo día sin meta quiere que vivamos
Y que lloremos y nos empapemos con su lluvia y su viento.
¿Por qué no quiere dormir siempre en el albergue de las noches
El día que amenaza las horas con su palo de mendigo?

Tibia es la luz en los dormitorios del hospital de la vida;
Queridos pensamientos forman el paciente blancor de los muros.
Y la piedad que ve que la dicha se aburre
Hace nevar el cielo vacío sobre los pobres pájaros heridos.

No despiertes la lámpara, el crepúsculo es nuestro amigo,
Nunca viene sin traernos un poco de buen viejo tiempo.
Si lo echases de nuestra habitación, la lluvia y el viento
Se burlarían de su triste manto gris.

Por cierto, ah, si existe dulzura aquí abajo
Sólo puede estar en los viejos cementerios graves y buenos
Donde ya no dice sí la debilidad, donde el orgullo ya no dice no,
Donde la esperanza no atormenta más a los hombres cansados.

Por cierto, ah, allá, bajo las cruces, cerca del mar indiferente
Que sólo piensa en el tiempo pasado, los que buscan
Hallarán por fin sus almas de sonrisas ansiosas por la espera
Y los seguros consuelos de las noches mejores.

Echa al fuego este alcohol, cierra bien la puerta,
Hay en mí pecho seres abandonados que tiritan de frío.
Se diría realmente que toda la música está muerta
Y las horas son tan largas.

No, no quiero verte más como mi amiga:
Sólo debes ser algo, créeme, sumamente grato,
Humo en el techo de una choza, en el ocaso:
Tienes el rostro de la buena jornada de tu vida.

Posa tu dulce cabeza otoñal en mis rodillas, cuéntame
Que hay un gran navío, muy solo, muy solo, mar adentro;
No olvides decirme que sus luces tienen frío
Y que sus ropajes de tela le dan risa al invierno.

Háblame de los amigos muertos desde hace largo tiempo.
Duermen en tumbas que no veremos nunca jamás,
Allá muy lejos, en un país color de silencio y de tiempo.
Si volviesen, ¡cómo sabríamos amarlos!

En la taberna junto al río hay viejos huérfanos
Que cantan porque el silencio de sus almas les da miedo.
De pie en el umbral de oro de la casa de las horas
La sombra hace el signo de la cruz sobre el vino y el pan.

Oscar Vladislas de Lubicz Milosz 



En un país de infancia…

En un país de infancia vuelta a encontrar, llorando,
En una ciudad de latidos de corazones muertos,
(Arrullador estrépito de vuelos que comienzan
De aleteos de los pájaros de la muerte,
Chapotear de alas negras en el agua de muerte).
En un pasado fuera del tiempo, enfermo de encanto,
Los queridos ojos de luto del amor arden aún
Con suave fuego de mineral rojizo, con triste encanto;
En un país de infancia vuelta a encontrar, llorando…
—Pero sobre el vacío de todo llueve el día.

¿Por qué, por qué me sonreíste en la luz vieja
Y por qué y cómo me reconociste,
Extraña joven de arcangélicos párpados,
De risueños, azulados, suspirantes párpados,
Hiedra de noche de estío en la luna de las piedras;
Y por qué y cómo, sin haber conocido nunca
Ni mi cara, ni mi duelo, ni la miseria
De los días, me reconociste tan repentinamente
Tibia, musical, brumosa, pálida, querible,
Por quien morir en la noche grande de tus párpados?
—Pero sobre el vacío de todo llueve el día.

¿Qué palabras, qué músicas terriblemente viejas
Con tu presencia irreal tiemblan en mí,
Paloma obscura de los días lejos, tibia, bella,
Qué ecos de músicas en el sueño?
¿Debajo de qué frondas de soledad muy vieja,
En qué silencio, en qué melodía, en qué
Voz de niño enfermo volver a hallarte, oh bella,
Oh casta, oh música oída en sueños?
—Pero sobre el vacío de todo llueve el día.

Oscar Vladislas de Lubicz Milosz 


La extranjera

Yo nada sé de tu pasado. Has debido soñarlo.
—Sí, has debido soñarlo, de seguro.
Solo vislumbro tu rostro en la irisación grisácea de la lluvia.
Noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida.
Nada sé y nada quiero saber de tu pasado.
Tus ojos me hablan de brumosas ciudades últimas que no he de ver jamás
y cuyos nombres jamás oiré en tu voz.
Noviembre cae sobre mi alma. Y también sobre la llanura.
Yo te veo, oh desconocida, a través de un tiempo
Otro.
Son cosas, desde hace mucho muertas
—¡irremediablemente muertas!
músicas sofocadas, ajadas lujurias.
Podría asegurar que noviembre aguarda tras la puerta.
Veo además vivir en tu pecho aquello que tu corazón olvida.
Lejos, muy lejos de aquí está tu alma. Tu alma extranjera
es una noche de bruma,
de bruma y de llovizna sucia sobre los arrabales,
donde la vida tiene el color frío de la tierra,
donde hay hombres que morirán sin haber
conocido el amor.
Tú ya me has encontrado en otro tiempo,
¿recuerdas?
Sí, en un tiempo Otro, tristemente Otro,
en el país de los viejos libros y de las músicas antiguas,
en el azul crepúsculo de una mansión tranquila
con ventanas letárgicas.
El fantasma de los vocablos que ya no recuerdas
o que quizá no pronunciaste
da a tu distante presencia un sentido demasiado singular.
Yo descifro en el libro de tu silencio
tu historia muerta para siempre, aún para ti.
Mi desvaída razón es sólo un anhelo de lucidez,
un día de sol antiguo
sobre el sendero donde tu dicha se encontró con tu dolor.
Quizá todo esto no ha ocurrido jamás,
pero si yo te lo afirmase, tú te morirías de espanto.
Es cosa triste como día de invierno en los suburbios
donde transita la muerte de la ciudad,
como enfermedad y desconsuelo en una casa de prostitución,
como un ruido de pasos en una morada extraña,
como el vocablo “antaño” cuando cae la sombra sobre el mar.
Nada quiero saber de tu pasado. Veo extinguirse el día,
el último día sobre tu rostro, sobre tus manos.
Déjame ignorar dulcemente los senderos
donde supo el azar conducirte hasta mí.
Encuentro otra vez en tus ojos realidades de sueños,
de sueños soñados en un ya viejo tiempo
y visiones abiertas al sol de la vida.
En la penumbra envenenada de la lluvia
diríase que una eternidad concluye.
Yo reconozco en ti a seres misteriosos,
a viajeros con rumbo secreto
encontrados otrora en la bruma de las estaciones
donde todos los ruidos adquieren inflexiones de adioses.
Te vuelves otras veces para mí una atmósfera de feria
con sus luces lloronas y sus relentes
de enmohecimiento y vicio;
con su miseria y con el gozo enfermizo de sus músicas.
Recuerdos de nostálgicos garitos
mezclase entonces al caos de mi enervamiento.
Si yo intentase salir, si solamente cerrase tras de mí la puerta,
di, ¿qué harías?
Seria tal vez como si tus ojos no me hubiesen conocido jamás.
El ruido de mis pasos moriría sin eco en la calle
y únicamente podría advertir la noche en tus ventanas.
Es como si debieses abandonarme hoy,
en un de pronto y para siempre,
sin soñar en decirme de dónde vienes ni adónde vas.
Llueve sobre los grandes jardines desnudos;
mi alma está aterida;
noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida.

Oscar Vladislas de Lubicz Milosz 



Los muertos están ebrios...

Los muertos están ebrios de lluvia antigua y sucia
allá en el cementerio extraño de Lofoten.
El reloj del deshielo tabletea lejano
entre los ataúdes sórdidos de Lofoten.

Y gracias a las fosas que el entretiempo ahueca,
con fría carne humana los cuervos se han cebado,
y gracias al delgado viento con voz de niño,
dulce para los muertos es el sueño de Lofoten.

Ya no veré jamás, jamás sin duda,
ni la mar ni las tumbas de Lofoten,
y sin embargo hay algo en mí que me hace amar
ese rincón extremo y toda su congoja.

Suicidas, alejados y desaparecidos
del cementerio extraño de Lofoten
-¡qué raro y dulce suena su nombre en mi oído!-
decidme si es verdad que allí, que allí dormís.

Bien podrías contarme cosas más ocurrentes,
clarete que rebasas en mi copa de plata;
historias más amables o menos alocadas
y dejarme tranquilo con tu eterno Lofoten.

Que está haciendo buen tiempo y suave se desliza
en el hogar la voz del mes más melancólico.
¡Ah, los muertos, los muertos, aun los de Lofoten,
los muertos, en el fondo, lo están menos que yo!

Oscar Vladislas de Lubicz Milosz 



Mediodía

TIÉNDETE, hazme caso, bajo algún
[alegre árbol
Bien nutrido, con barbas de musgo
[y vestido de verano.
Tu doloroso sueño,
¿No ha huido con tu sueño
[de belleza?
Tiéndete, hazme caso, cantor por
[la salud vencido,
Bajo cualquier árbol sin música
[ni pensamiento,
Sueña en el vacío de la
[malgastada nostalgia
Y sonríe sin rencor a lo que
[te ha abandonado. […]

Oscar Vladislas de Lubicz Milosz 



“Sóplame la palabra envuelta de sol, la palabra
grávida de cólera de este peligroso tiempo.”

Oscar Wladislas de Lubicz Milosz











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