Black suite
                                   
A Jimmy

El cielo está vacío bajo las sábanas
el invierno ennegrece el bosque
flores insumergibles
guardan las profundidades
La cuerda de la escalera
se balancea como un reloj,
como los flotantes pulmones de la sombra,
el cuerpo rojo del poema

Nadie ve la sangre en su vaso
nadie ladra a su caravana
nadie pasa
Al primer tiro, el corazón se desploma –
algodones y pólvora
blusas en el aire negro

Nubes de oro
hierro en la garganta,
queda mucho tiempo
el ojo en el crepúsculo
y el hierro en la garganta
Se oxida

Afecto que exonera
brote de animales muertos
primavera tenaza,
esto no va a tardar en ser suficiente,
es suficiente
Es como la sangre que ha hecho falta
para pasar de la ternera viva
a la pulsera de mi reloj

Los caballos de ambulancia
los caballos del martes
con las piernas cortadas como los hombres,
los caballos con paso de danza
en la pista de los segadores
y en los largos pasillos
el eco de sus entrañas

Bajo el dosel blanco, el dado negro
el brazo de la enfermera
en la noche de la sed
Sótanos de los muertos, frascos
y los primeros cuchillos del día
como si fueran gritos de monos
en lo alto de la luz

Toda la noche el ruido del cuchillo en la piedra
y todo el día el ruido de la piedra en la cabeza
Toda la noche el ruido del fuego en el pecho
todo el día el fuego del ruido en la mandíbula
La zarza crecida en el ojo
es la única flor de la mañana

Halcones de granizo
Párpados de plomo
se cierran a mediodía,
cortinas de carne,
faldones de hierro,
lentas grapas
en el pecho
El sol da sobre la piedra
más tarde que la sombra

La tierra no es redonda
la tierra es un rectángulo
de carne sucia y vendas,
un pedazo de hambre en la cuchara
La tierra es un valle de cangrejos

Muerto el cerdo, ¿qué hacer con las perlas?
¿A quién ofrecer el rocío azul?
¿A qué insulsos hombros
qué cabellos amarillos
qué santo horror
qué cuerpo podrido?
¿A quién echar las suaves perlas?

Pierre Peuchmaurd


El lugar amarillo

Escucho la entrevista a un golpista.  Mejor dicho, escucho como se le presta un medio de comunicación a un golpista para que diga cosas sin controversia alguna.  De pronto siento un intenso frío.  Pienso en un lugar amarillo.  Solo queda la dignidad escondida tras las piedras.

EL LUGAR AMARILLO

El frío es cuando todo ya ardió. Cuando el fuego lo ha besado todo, todo lo abrasó. Todo enrasado.

O es una lenta parálisis, una gangrena de hielo que va apagando el corazón y sus atributos, como parece que hace la belladona.

El frío se dice con una voz mate, mineralizada por la combustión, como los huesos se hacen piedra bajo las razones y bajo los propósitos.

Esa voz no es neutra ni ausente. Blanca, jamás. Siempre trae algo de la quemadura y de la glaciación. Una protesta en el nombre mismo del vacío y de la melancolía. Un rechazo de la desposesión por encima de su evidencia. “Aún hay luz sobre las alas del gavilán”.

Pero ensordecida, pues las luces se ensordecen también, y ahora, tal vez, puedes ver qué sucede cuando todo te abandona, cuando todo queda atrás y te descubres desnudo ante aquello que falta por venir, ese “gran sábado de la vida” por donde pasará “el animal perfecto” de la indiferencia, y una vez visto, ya nada más podrás ver.

Tal como yo lo oigo, de ese lugar habla Antonio Gamoneda. Ese lugar bañado por el amarillo de la peste y del antes de la muerte. Allí él aguanta sabiendo que no aguantará por mucho tiempo, sólo lo necesario para reagrupar la vida, toda la vida, pues no estamos aquí para facilitar el trabajo de la muerte.

Reagrupar, reunirlo todo, para la primera revuelta o para el último combate, cuando el pensamiento “es sólo recuerdo de la ira”, pero ahí sigue la ira. Es el último combate y Antonio Gamoneda, con una mano que apenas tiembla, reagrupa, lo recobra todo. Todo: “yeguas fecundas en la fosforescencia” y “caballos inmóviles en la tristeza”, el gesto deslumbrante de la costurera, “y sus brazos son blancos entre la noche y el agua”. Todo: los efectos y las causas (“las causas infecciosas”), que son lo mismo. Todo lo que se ha amado y se ha dejado morir antes de tiempo, porque somos como los pájaros, “bajo leyes de vértigo y olvido”.

Todo –y ponerlo en el lugar amarillo, a la espera de que todo lo aplane ese bloque ciego, esa masa sorda de la nada que llamamos muerte. Ponerlo ahí para oponerse, porque eso era la vida, nuestra carne y nuestro sueño. Y veremos cuánto aguanta. Nada, seguro, pero tal vez todo. Ese frío que traspasa nuestros cuerpos y nuestros cuerpos lo sienten, eso no es el miedo, es la esperanza, es la tristeza. Nuestra única falta es la esperanza.

“No tengo miedo ni esperanza”, dice Gamoneda, descubriendo tal vez el verdadero secreto de su poesía. Sin miedo ni esperanza, sin alegría ni amargura, sólo ira y estupor, y temblor cuando la voz tiembla, y del hombre – incluso abatido, incluso reducido a la espera de su fin – la dignidad.

Estrictamente verídica, increíblemente determinada, determinada hasta el frío y el escalofrío, venida del centro abrasado de la palabra que era deseo, la poesía de Antonio Gamoneda –al menos, ella– está aquí para enlazar nuestras manos muertas con las rosas negras de los glaciares.


 Pierre Peuchmaurd
Tomado de: Prólogo a la segunda edición francesa del ‘Libro del frio’ de Antonio Gamoneda
(trad. por M. Joulia et J.-Y. Bériou, Editions Antoine Soriano, 2005).
El texto, titulado ‘El lugar amarillo’, ha sido traducido por Ildefonso Rodríguez.


 “La poesía, de tanto preguntarse lo que es la poesía, suele acabar mezclando sus figuras o viéndola demasiado desnuda, dos maneras, entre otras, de mirar hacia otro lado.”

  Pierre Peuchmaurd
















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