"Caminé hacia el camposanto para ver los muertos"

Caminé hacia el camposanto para ver los muertos.
Las puertas de hierro estaban cerradas, no pude entrar,
un dorado faisán en las oscuras ramas del abeto
miraba con temerosa regularidad la puesta del sol.

Yo dije, señor pájaro, no me hagas más guiños,
he tenido bastante con mi oscuro ardor de ojos;
no te puedo mirar, ni alabarte,
pero trasládate a las vigas de Montaigne.

El que habla con el Absoluto saluda a una sombra,
el que a sí mismo se busca a sí mismo se perderá;
y los dorados faisanes no son una ayuda,
y la acción debe ser aprendida del amor del hombre.

Richard Ghormley Eberhart



El eclipse

Estaba de pie en el frío abierto
Para ver la esencia del eclipse
Que era su perfecta oscuridad.

Estaba de pie en el frío del porche
Y no podía pensar en nada tan perfecto
Como la esperanza de luz que tiene un hombre
Al encarar la oscuridad.

Richard Ghormley Eberhart



"Estilo es la perfección de un punto de vista."

Richard Ghormley Eberhart



Job

Job, horrible e indistinto, la cabeza llena de ampollas,
Observando que el mediodía acrecienta el mal, con mirada perruna,
Lame la luz del día y luego se cava en el costado. El pesar,
Ahíto de la soledad humana, lo corroe
En la lobreguez a medias y triste reino del dolor.
Llama a voces a su Hacedor, se rasca una úlcera,
Sentado en un ocaso verde, indistinto, borroso,
Meramente el acusado, el lastimoso, no el acusador.

Richard Ghormley Eberhart



La furia del bombardeo aéreo

Creerías que la furia del bombardeo aéreo
movería a Dios a apiadarse; los espacios infinitos
todavía callan. El mira los rostros sacudidos de terror.
Ni siquiera la historia sabe qué sucede.

Te parecerá que después de tantos siglos
Dios debería suscitar en el hombre arrepentimiento;
sin embargo, es capaz de matar como Caín, pero
                   /con una voluntad múltiple,
sin haber progresado de sus antiguas furias.

¿Fue estupidizado el hombre para contemplar su propia estupidez?
¿Es Dios indiferente por definición, más allá de todos nosotros?
¿La verdad eterna es la agresiva alma del hombre
donde la Bestia rapiña en su propia avidez?

Hablo de Van Wettering, de Averill,
nombres de una lista, de cuyos rostros no me acuerdo
pero que fueron hacia una muerte prematura, ellos que en el colegio
hace poco distinguían una correa de alimentación de una de detención.

Richard Ghormley Eberhart


La marmota

En junio, entre los campos dorados,
vi una marmota que yacía muerta.
Muerta ella yace; mis sentidos se estremecieron,
y la mente advirtió nuestra desnuda fragilidad.
Allí humilde en el vigoroso verano
su forma inició su absurdo cambio,
e hizo vacilar a mis sentidos aturdidos
viendo la furia de la naturaleza en ella.
Al inspeccionar de cerca sus poderosos gusanos
y ver la caldera de su ser,
medio con asco, medio con un extraño amor,
la empujé con una violenta vara.
Subió la fiebre, se volvió una llama
y el Vigor circunscribió los cielos,
inmensa energía en el sol,
y un temblor sin sol a través de mi forma.
Mi vara no hizo ni bien ni mal.
Entonces de pie callé en el día
observando el objeto, como antes;
y conservé mi reverencia por el conocimiento
intentando el control, estar en calma,
de aplacar la pasión de la sangre;
hasta haberme puesto de rodillas
rogando por regocijo a la vista de la decadencia.
Y así me fui; y regresé
en otoño con ojo estricto, para ver
la savia perdida de la marmota,
pero permanecía la huesuda masa húmeda.
pero el año había perdido su sentido,
y en cadenas intelectuales
perdí el amor y el asco,
arrinconado en el muro de la sabiduría.
Otro verano tomó los campos de nuevo
masivo y ardiente, lleno de vida,
pero cuando por azar llegué al lugar
allí sólo quedaba un poco de pelo,
y huesos blanqueados al sol
bellos como arquitectura;
los observé como un geómetra,
y corté un bastón de un abedul.
Han pasado tres años ya.
No hay señal de la marmota.
Me detengo allí en el circular verano,
mi mano cubre un corazón marchito,
y pienso en China y en Grecia,
en Alejandro en su tienda,
en Montaigne en su torre,
en Santa Teresa en su salvaje lamento.

Richard Ghormley Eberhart



Las células cancerosas

Hoy he visto una foto de células cancerosas,
formas siniestras en actitudes amenazantes.
Habían sobrepasado el tubo de ensayo y avanzado,
formas siniestras en actitudes amenazantes
dentro de un mundo más allá, una pandilla virulenta y riente.
Eran como el arte mismo, como la mente del artista.
Poderoso agitador y tomador de nuevas formas.
A algunos les repele ver estas formas erizadas;
es el mundo futuro alcanzado también.
Nada más vívido que su lenguaje,
estrellas irregulares, chispeantes y letales,
el diseño asesino del universo,
la danza frenética de las apasionadas células cancerosas.
Oh fenómenos precisos al ojo calculador,
originales de la imaginación. Volé
con ellos en una apabullante exuberancia de tiempo,
mi propia virulencia en sus bellos gestos animados,
rápidos y escuetos, y también en su tumulto
he visto la posición del quehacer del artista,
la forma fija en la masiva fluxión.

Pienso que Leonardo, en su desinterés, las
habría disfrutado precisamente con un lápiz afilado.

Richard Ghormley Eberhart


New Hampshire, Febrero

La naturaleza hizo que se ocultasen en grietas,
dos avispas tan frías que tenían aspecto de corteza.
Por qué, no lo sé, pero las agarré
y las metí en un cazo de metal, de día y de noche.

Como Dios al tocar con su dedo a Adán
me sentí, y pensé en Miguel Ángel,
porque cada vez que les echaba el aliento,
el aliento más leve,
brincaban y se atildaban como para irse.

Mi aliento siempre las controlaba por completo.
Más sensibles que chispazos eléctricos
volvían a la vida
o se retiraban al hielo,
mientras yo acechaba, suspendiendo las observaciones.

Entonces, una, en una ciega carrera, logró escapar,
y cayó al suelo de la cocina. La
aplasté con mi fría bota de esquí,
por accidente. La otra
no tuvo la viveza de intentarlo o morir.

Y así, la otra aún es mi mascota.
La moraleja de esto es evidente.
Pero la soslayaré.
No os gustaría. Y
Dios no vive para explicar.

Richard Eberhart



Tarde de mayo

Mucho después de nuestra partida
alguien en un momento de significativo éxtasis
al ver a un niño junto a una fuente,
cuidado por un anciano en un jardín,
pensará que el pasado es el futuro
y el presente es ambos.

Vivimos en la imaginación del momento
cuando en un armonioso instante comprendemos
que los sueños sutiles son realidad.
Un niño jugando junto a una fuente, distraído,
un anciano cuidándolo, estudioso en un jardín,
Participan de la inmortalidad.

Soy el padre de mi padre,
algún hechizado hombre del siglo doce;
soy el inquisidor de Sócrates en el ágora,
soy un niño bailando en el prado visto por Blake,
soy todos aquellos para quienes un momento ha significado
un hechizo de éxtasis y un don de la gracia.

El niño se aleja del agua ondeante,
el hombre con sus visiones va en busca de café,
el increíble brío de la tarde primaveral
tarda pero se marcha; el cortés saludo del estático
momento de felicidad y armonía es dado.
El hado sobrevive al destello. El reconocimiento fue nuestro.

Richard Eberhart


Un soltero de Nueva Inglaterra

Mi muerte fue arreglada por planes especiales del Cielo
y sólo ocasionó comentarios en diez personas en Adams, Mass.
Lo mejor que se dijo sobre mí
fue que fui hábil en especificar un triunfo.
Me mató mi padre
y me casé con mi madre
pero nací demasiado temprano para saber qué me sucedió,
y como fui hijo único
hice del egoísmo una religión personal,
asentado por cuarenta años pensé sin decir nada.
Lo observé todo. Me gustó beber ginebra,
no habría pensado en ir más lejos
hacia los episodios arcanos de las drogas fuertes,
y, por ser Nueva Inglaterra, siempre estuve sobrio.
Sin embargo, lo confieso ahora, tuve
siempre miedo a las mujeres,
no sé por qué, sólo fue del modo que fue,
no pude nunca estar cerca de ninguna mujer.
El conocimiento y la inteligencia me permitieron
la gran racionalización de esto; además, respeté
la delicadeza, pero sin ir muy lejos hacia cualquier dirección.
Creí ser un buen hombre. Lo fui.
No obstruí al estado ni a la religión,
pero a ambos vi venir y mantuve mi independencia.
Conservé mi parecer entre los literatos.
Mis letras fueron más privadas y preciadas que terrenas.
El mundo no tiene idea de lo perdido,
así que mis vicisitudes privadas fueron sólo mías.
Digo todo esto con un especial tipo de gracia
pues evité muchos de los defectos del hombre caído
y aunque no tuve la estatura heroica, la
grandeza creadora, ni el dominio de la mente
me gané el pan con cinismo en soledad,
y les mando a todos un beso desde la tumba.

Richard Eberhart










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