Ciudades

Una ciudad que no conoce, una ciudad
en la que no estuvo, una ciudad en la que estuvo
de paso, en la que pasó una noche, dos días o un año,
una ciudad en la que vivió casi toda su vida
sin conocerla, caminando siempre en círculos,
encontrándose todo el tiempo con sus huellas,
una ciudad que intuyó desde la ventanilla de un micro,
a través de los ventanales de un aeropuerto,
mirando a los aviones despegar en el atardecer
hacia otras ciudades, igualmente desconocidas
(los nombres en el tablero no le dicen nada),
una ciudad imaginaria, una en la que sintió
una especie de déjà vu al llegar por primera vez,
y al recorrer sus calles, una ciudad que odia
por las mismas razones por las que ama aquella otra
(ambas desconocidas), una en la que pasó una tarde
conversando con una chica en un lenguaje de signos,
una con playa en la que encontró una piedra
hermosa: la llevó en su mochila durante un viaje
para abandonarla, un día, de golpe, en otra ciudad.

Meng Jiasheng



Destino (a Xuehua)

Cómo iba a saber entonces, hace diez años,
esa noche en el cumpleaños de un amigo en común
cuando me dibujaste con el índice de tu derecha
sobre mi palma el ideograma de tu nombre,
que esa marca invisible iba a quedar en mí,
que iba desde entonces marcado igual que un animal
para siempre. Se enfrió lo que me quemaba
y me quedé mudo, mirando por la ventanilla de un micro
los campos pelados del invierno del norte,
pensando en matemáticas, en sumas y restas.
Te perdí el rastro y volví a encontrarlo de vuelta,
y a perderlo y a encontrarlo, una y otra vez:
tenías el pelo más corto, luego más largo de nuevo,
teñido de tal color, anillos en las manos,
y un tatuaje rústico con el nombre de un novio.
Todo esto pudo confundirme en la superficie
pero nunca dejé de pensar en lo que me dijiste esa noche
en el bar: quizás otra vez, en un par de años...
Pasaron diez. Los dos seguimos escribiendo.
Leer tus poemas cada vez más hermosos me da escalofríos,
me emociona. Las hojas están bailando en la esquina
para recibir la primavera, los pájaros cruzan el cielo,
los campesinos instalan en las esquinas de la ciudad sus puestos
con fruta. Envuelto en la humareda leve del té
leo un destino ambiguo en las líneas de mi mano.

Meng Jiasheng



El hombre que oculta el brillo y cultiva la oscuridad

En la foto pequeña que los taxistas
cuelgan como un talismán del espejito,
en el mural pintado bajo una recova
o el póster barato comprado sobre un puente,
viste ese año la cara del hombre sin brillo,
la cara sin brillo con su sonrisa helada.
En la mirada de los burócratas nostálgicos
que caminan al atardecer entre la multitud
por las calles en torno del palacio vacío,
en la voz de los vendedores de baratijas
y el humo de los fumadores silenciosos,
viste la cara y viste también a esos hombres
siguiéndola hechizados igual que un niño
que mira en un vaso las hojas lentas de té.
La viste en calcomanías, tatuajes y remeras
ese año, y pensabas en algo, en alguien.
En quién o en qué: es lo que ahora no puedes recordar.

Meng Jiasheng



Visitando la ciudad subterránea de Beijing

Cavemos profundo, guardemos el grano,
tiremos abajo las casas, pero guardemos las piedras
para construir, construyamos en el desierto,
en medio de la selva, bautizando las ciudades
con el nombre de las ciudades destruidas
por nuestras propias manos, cavemos una tumba
para las viejas ciudades, almacenemos el grano
bien profundo, donde no llegue la luz, el aire,
cavemos una tumba para el grano, para las ciudades,
llevemos el desierto a la ciudad, la ciudad a la selva,
socavemos las ciudades cavando para ellas
un refugio nuclear, una ciudad fantasma.

Meng Jiasheng








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