“Creo que cada uno tiene que hablar como quiere. Y la lengua hace lo que quiere, porque la lengua es una superestructura poderosísima que no responde a los deseos de los sujetos y mucho menos a sus ideologías explícitas momentáneas.”

Beatriz Sarlo



“Hay una sola cosa que yo me pregunto hoy: si no me favoreció ser mujer. Y cuando me hago esa pregunta y llego a la conclusión de que me favoreció, en un punto me siento mal y en deuda con los que fueron mis amigos en esa época. Es más bien al revés de la épica feminista, mi sentimiento es que me favoreció ser mujer y ser muy peleadora, es decir no responder a una imagen tradicional de mujer en 1960. En realidad era una boxeadora con minifalda, pero verdaderamente a veces digo que a mí me favoreció sobre ciertos amigos.”

Beatriz Sarlo



"La ciudad ha sido no sólo un tema político, como puede leerse en varios capítulos de Facundo o en Argirópolis, no sólo un escenario donde los intelectuales descubrieron la mezcla que define a la cultura argentina, sino también un espacio imaginario que la literatura desea, inventa y ocupa. La ciudad organiza debates históricos, utopías sociales, sueños irrealizables, paisajes del arte. La ciudad es el teatro por excelencia del intelectual, y tanto los escritores como su público son actores urbanos.
Cuando escribe Facundo, Sarmiento no conoce Buenos Aires; tampoco conoce Córdoba, ni Tucumán. Escribe de lo que no ha visto jamás: escribe con los libros sobre la mesa, a partir de testimonios de viajeros y de lo que ha oído decir; se acerca a la ciudad desde afuera, desde ciudades extranjeras o imaginadas. Para Sarmiento, ciudad y cultura, ciudad y república, ciudad e instituciones son sinónimos trabados por una inseparable relación formal y conceptual. Cree que en la ciudad está la virtud y que la ciudad es el motor expansivo de la civilización. La extensión rural es despótica, el agrupamiento urbano incuba a la república. Sarmiento, con un gesto voluntarista de creación imaginaria de la sociedad por venir, profetiza una ciudad y una cultura a las que sólo después de medio siglo se aproxima Buenos Aires.
En paralelo a Sarmiento, la literatura gauchesca expone su opinión diferente: de la ciudad llega el mal que altera los ritmos naturales de una sociedad más orgánica. La ciudad se contrapone al tiempo utópico de la edad de oro (que evoca Martín Fierro y luego será recuperado por Güiraldes en Don Segundo Sombra) y a la extensión pampeana donde el gaucho padece la injusticia que la ciudad ha instalado en el campo.
Aunque primitiva, la sociedad campesina es integrada; en cambio, la ciudad incita el torbellino de la explosión individualista, mercantil, materialista, en una palabra, de todo lo que es interesante para la literatura moderna.
La literatura de Buenos Aires no se libra fácilmente de estas marcas fundadoras. El imaginario urbano es hegemónico en la cultura rioplatense de este siglo. Incluso los escritores en quienes predomina el tema rural como contenido explícito, se alinean respecto de ese poderoso centro de irradiación simbólica que suscita las pasiones propicias para la ficción: la corrupción que desde la ciudad se derrama sobre el campo escandalizando su moral y perturbando las subjetividades; el deseo de ciudad que pierde a las mujeres de los pueblitos ínfimos; la ciudad perversa que encuentra en el campo una extensión de su codicia y de sus impulsos; el escritor escéptico o desilusionado que se refugia en la utopía rural a la que llega con las estéticas modernas; el heredero de una tradición que descubre en el campo las huellas de valores y saberes perdidos."

Beatriz Sarlo
Borges, un escritor en las orillas



“La palabra ‘gaucho’ quería decir vago y malentretenido. Eso quiso decir todo el siglo XIX hasta comienzos del XX. Cuando llegaron los inmigrantes italianos y gallegos, los gauchos pasaron a ser la esencia de la nación. Y la palabra pasó a ser no vago y malentretenido, sino una persona que te hace favores.”

Beatriz Sarlo


"Las fotografías se abrieron en la pantalla de la computadora, imprevistas como meteoritos que llegaban de otro espacio y otro tiempo. Me las enviaba Alberto Sato, que las había digitalizado para que no terminaran fundidas en un borroneado sepia, que ya estaba avanzando sobre los colores antes nítidos de las diapositivas Ferrania. Habían sido tomadas más de treinta años antes, cuando los que aparecen en ellas tenían veintitantos. Son fotos de «selva tropical» y de «indios», para describirlas con las palabras que se nos ocurrieron entonces. Al final, intento juntar la información a la que accedí tardíamente, cuando las fotografías actualizaron aquel recuerdo amazónico, una aldea, unos indios o campesinos que fueron escenario y personajes de una aventura enigmática. La casualidad jugó un gran papel en ese encuentro. O, mejor dicho, nuestro voluntarismo americanista tomó un camino inesperado. Fue el salto de programa de un viaje exploratorio.
Creíamos estar en el departamento de San Martín o de Loreto. La aldea en la Amazonia peruana no tenía nombre para los cuatro argentinos (dos muchachos, dos chicas) que llegamos allí, sin saber nada. Cuando escribo nada, quiero decir exactamente eso. Interrogados hoy, ninguno de nosotros está seguro ni del nombre de los pueblos, ni de los ríos. Pero esta bruma no es un previsible efecto de las décadas transcurridas, sino de la ignorancia con la que nos movíamos en esos paisajes y entre esas gentes. Confiábamos en que la inmediatez provocaría una especie de contacto empático. Antes del viaje no habíamos leído nada sobre esa selva alta a la que habíamos llegado. No habíamos leído La casa verde y eso explica en parte el desconcierto del relato que sigue. ¿O La casa verde no se había publicado aún? Probablemente se publicó meses después. Leves desfasajes que impiden, una vez más, saber por dónde estábamos caminando.
Mientras subíamos desde la costa del río donde nos había dejado una lanchita con motor fuera de borda, con la que habíamos navegado una hora, sólo nos preguntábamos si estábamos cerca del Marañón o del Ucayali, los dos ríos que conocíamos por su nombre. La lanchita nos había llevado por un río bastante ancho que en el horizonte parecía estar cerrado por una cadena de montañas. No teníamos cartas detalladas de la región. Sólo un mapa en escala demasiado grande para ubicar algo que sirviera como referencia. Las montañas podían ser los Andes, pero ¿quién sabe? Para nosotros, gente del sur, los Andes eran otra cosa, y no los imaginábamos en el medio de la selva sino con nieve en las cumbres. El patrón de la lancha nos dijo que iba a pasar dos o tres días después y que, si nos encontraba esperando, nos llevaba de regreso. No nos dijo que allí vivía gente. Nosotros no se lo preguntamos. Seguramente creyó que en el almacén habíamos recogido información. O no creyó nada: sólo nos vio raros y se calló la boca."

Beatriz Sarlo
Viajes


"Los hombres felices no tienen historia."

Beatriz Sarlo


“Tengo una visión completamente laica sobre la cuestión del aborto, o sea que no me costó nada. Lo que dije es que realmente fue un alivio en cada una de las situaciones que pasé y no me costó nada decirlo.”

Beatriz Sarlo


“Yo aborté tres veces.”

Beatriz Sarlo




“Yo rompí muy temprano y a los 17 años ya estaba sola en el mundo, ganándome la vida como podía y viviendo como podía. Entonces, esa presión que las familias ejercían sobre las mujeres no tuvo lugar para ejercerse sobre mí.”

Beatriz Sarlo






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