de cerca 

El cuerpo es el primero 
que se acostumbra al consuelo. 

Permite beber de la mano, 
arrancar una manzana, 
abrir la media luna con las 
dulces estrellas de los guisantes. 

Es el primero en prometer 
que dará al espíritu la fuerza de un tiro de caballos. 
Como si en este buscar amparo 
no hubiese más huir. 

Y el espíritu lo toma y lo acepta, 
y al besarse o hacer el amor 
hasta cierra siempre los ojos 
para que no puedan ver 
cómo nos ven los otros.

Ján Gavura


desconocido 

Manos de mujer cosen mi jersey de cuello alto negro. 
Acarician la tela, exacta 
como polvo en el pocillo blanco del farmacéutico, 
poliéster y un mar de algodón. 

Huelen a jabón los dedos, 
se impregna de aroma cada una de las mil puntadas. 
La aguja que tira del hilo negro 
brilla como la mañana que aguarda a la pesadilla. 

Siento gratitud por el número: 
aunque no logro llamarla, 
al menos sé cómo tengo que lavar, planchar la ropa, 
y si puedo ponérmela. 

Entro en las mangas contento de que falten 
las rayas de los payasos, del todo determinados por el traje.

Ján Gavura



en la nuez 

Un verde resorte pulsa el brote 
ligado tan sólo por la frágil ley de Newton. 
Antes de brotar deja de regir.


La hojita primera de bambú, de pino, de manzano, 
avanza y no la pueden parar ni los élitros 
ni los dedos pesados del leñador. 

Una vez que la verde cuerda se estira, 
no se libra ni la piedra. Sirve de apoyo al peregrino, 
da el arma a quien golpea.

Ján Gavura



porcelana 

La taza de su mano tendrá ya casi un milenio, 
un par de siglos más que el saúco y la tila 
cuya infusión bebe hoy. 

Con esa misma mano señala el asiento a los huéspedes y arregla las flores del jarrón, 
acaricia y estrecha por más tiempo alguna mano. 

Abre el piano. Las músicas son como los recuerdos, dice, 
y toca cada día un poco más despacio. 

Conoce veinte formas de roce. 
Y no menos variantes de caricia. 
No teme verter en la porcelana la caliente infusión de pétalos, 
ni tenderse mortal en el blanco lecho.

Ján Gavura



tránsito 

Tras la leve, apenas visible corriente de aire, 
debes buscar al gato. Ha encontrado tu abrigo de color ratón 
y de noche se muere por tu olor. 

Ese animal es astuto, 
no le importa la falta de altura, 
el cansancio ni los pérfidos ojos entornados. 

Retrocedes hasta pararte en la sombra. 
Y él viene, lenta y blandamente, 
gira un picaporte de latón del que no tenías ni idea.

Ján Gavura












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