De "El canto rojo"

(Preámbulo)

                   "Yo soy más liviano:
                    canto ante extraños".
                                          Paul Celan.      

la prosperidad de mi lengua
los animales blancos
los animales negros
los líquidos venenosos
el agua límpida
la resurrección de la carne
la resurrección en todas sus formas
el pecado
la extremaunción
mis cicatrices
el cartel que vi en aquel hospital
el amor
las sábanas blancas
los alambres de púas
los poemas que se parecen a éste
el amor ilícito
el tamaño de mi esperanza
el amor lícito
la oquedad de algunas personas
"la tarde de mi vida"
mi cara en el espejo después de eso
el olor a limpio
el olor a orín de los viejos y los enfermos
los gatos
la estirpe
la humedad en todas sus formas
la imperfección
el hierro
la verdad
la piel delicada de los párpados
el lienzo
el armario
la palabra pureza
los bancos amarillos
la lucidez
el olvido.

Melisa Machado



El lodo de la estirpe

(fragmento)

1.

Yo remaría contigo hermano,
vuelta sobre ti sin muertos ni manzanas.
Con dedos de niño y migajas de pan
volcaría tu cuerpo sobre tierra blanda.
No habría oleada de piedra,
sólo tu piel lustrosa como lomo de perro
y las brillantes fauces mojadas.

2.

Llevo la piel atada en jirones:
las raíces atascadas,
colgadas como una estola.
Uso el rostro marcado,
tengo suelto cada diente:
bailan en mi boca como un puñado de piedras.
Llevo la boca saturada por un vino exquisito,
brebaje rojo:
áspero rezumadero de mis tajos.
Labios abiertos más allá del grito.

Y aún no es bastante.

Dios levantó la piel de mis huesos,
dejó los pómulos ventilados,
las venas expuestas,
perseguidas por la sombra de una extrema delgadez.

El hierro quemó como plancha
y tuve olor a brasa y a carne asada al mediodía.
Fue la quema de todas mis edades.
Sepultada ante siglos de arena
cubrí los costurones con empastes de hierbas.
Acaricié hasta el hartazgo los duros bordes de las heridas.
Profané su obra en honor a mí.
Esculpí mi rostro para arrebatarme
después
ante el reflejo de sus ojos.
La piel se secó,
se estiró,
se volvió blanca.
Demasiado apremiante mi deseo quedó exhibido ante las bestias.
Recibí grito látigo fiera
Fuí desmesurada:
bruja inmóvil,
atroz maleficio de mis juegos.
Acabé metida en una hoguera
vuelta al revés
devorando uno a uno
los pequeños huesos de una rana.

3.

Alojaba un cachorro de hombre
enorme, sediento.

El cordón enroscado al cuello,
tres veces vuelto.

La bolsa tiró.
Fue botella volcada,
herida sin dolor como golpe que anestesia.

Alojaba un dios como pulga escondida:
bicho pequeño,
adorador del pliegue tibio.

Se dispersó el líquido por las junturas de las baldosas.
"Se me rompió algo", dije.

Y después hubo fiebre, orejas moradas, bocas confusas.

Yo reinaba en la tierra:
soberana doméstica sentada a la proa del barco,
con velas blancas como sábanas,
rojas como sangre ida.

Y la cabeza del niño tenía plumas,
sedosas como sus pies aún sin uso.

Inmenso e inflado
el vientre era fuelle que escondía y lanzaba luz
hacia allá.

Una sibila erguida a mis pies tiró de mí,
lo alejó para que fuera.

Mordió mi corazón, me dejó insomne.

Alimenté la boca escondida del dios,
asperjé leche.

Acaso su nombre se hizo perfecto
como la punta de la flecha
o el calor de la piedra al sol.

Arropé su cuerpo como entraña.
Hice lugar fuera de mí.

4.

Bestias desatadas los hombres
entregados a las mujeres mientras dura la noche.
Y yo,
ser andrógino mecido por una música insistente,
la cabeza girando hasta la planta de los pies,
un círculo encadenando mis pezones.

Delgado,
con el vientre liso,
llevo sin embargo la marca del hijo:
pozos en la piel dispuestos por la gracia de ser madre,
surcos dejados por el pasaje.

Cubro mi cuerpo con un lienzo:
noble atavío para mi delgadez,
eficaz arma contra el conjuro.

El cuerpo gira y lanza un grito.
Huellas en el polvo dejan los dedos
y los labios son heridas abiertas por el clamor.

Sudo savia para ti,
quemo grasa animal para tu regocijo.

Ácida es la caricia de la cuerda sobre el muslo.
Acre es el alivio
acompasado por el frenético golpeteo de tablas
y el rasgueo de arpas
y guitarras.

Y a la leche de la luna
se le suman remolinos
que levantan la piel de los que miran.

Más allá del lugar
donde los hombres
son desatadas bestias entretenidas
gozando el beneficio del tormento.

Tales son mis palabras
y aquel que participa tiene vedada la comprensión.

Los bienes serán repartidos
y yo me enriqueceré con la mies.

Aunque ahora no sea más que agua y sal
en la más alta marea.

Ser confuso y desbocado como océano revuelto.

Enseñaré el origen del mal.
Enseñaré el origen del bien.

Y tú vendrás por el camino del que busca a dios
y no lo encuentra.

Y si vinieras,
hablaríamos de los placeres de la carne
y de los dones del espíritu.

Y si todavía no lo creyeras,
verías orinar a los hombres a los pies de los caballos,
verías a los niños hincar los dientes en los panes de cebada.

Y serán dulces las hojas erizadas de la ortiga.

Te convertirás en hombre de alma seducible,
conocedor del mal antiguo
y del espíritu indomable de los sueños.

Melisa Machado






Jamba

I

Fermentaba el brezo de la piel:
gema o turba,
carcaja embrozada

Y había un zorro, un budín.

Vino y la enredó en sus crines.

Tenían las plumas vistosas,
contaban piedras como días.

Hubo jamba: júbilo.

Se corrió para que se fueran.

Sin mellas,
sin costuras.

Todos los minúsculos bordados en un destello.

VI

Anoche me despertaron los pómulos endurecidos.
Me espantó mi propia cabellera:
ráfaga imprevista,
líquen desmedido.

Lejos, un corazón de almendras.

Me crecían uvas en la boca y mis palabras eran bruma.
Me eché a temblar: larga, delgada y poseída.
Y llegué hasta allá
y jugué conmigo
como se juega con un animal dormido.

Sellaré ahora mis vocales.
Reconozco el odre de mi miel.
(Me miran de noche sus ojos de hígado)

XVII

Sobrevolaban pájaros de alas enardecidas,
aterciopelados como duraznos.

En el suelo papeles azules:
sutiles, tenebrosos.

Era la hora del té y la fiebre.

"Vienen murciélagos", pensó.

Afuera todo era viento.

Adentro: nísperos.

Melisa Machado















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