Descubrimiento 

A todos los microscopiolopithecus, 
científicos economoglobales, 
ácidodesoxirribonucléicamente ciegos 
en el abarrotado tren de la dislexia 
yo os digo que 
en el aire 
ni nitrógeno 
ni oxígeno 
ni anfígeno que se precie 
ni gases con nobleza 
ni regla con tabla 
ni electrónica 
configuración. 

En el aire: Isel 
iselando los iseles 
iselubres, 
Isel ante toda 
preposición. 
Isel 
en todos 
los elementos. 
Isel. 

A vosotros coleccionistas 
de estudios univerparasitarios, 
preparados para no saber
absolutamente nada, 
cíclopes arponados, víctimas 
de la aloepecia, 
contenedores de títulos 
y diplomas rancios 
colgando de vuestras paredes 
de liso papel acartonado 
enflorecido en balcones 
de apariencia 
yo os digo 
que la vida 
ni seis mil euros menstruales, 
ni coche de banda 
por cañones cien, 
ni chalé en las afueras 
donde no mezclaros 
con la inmensa 
y humana 
disolución. 

La vida: Isel, 
la casa: Isel, 
iselásticamente iselada, 
iselóbregamente iselgura. 

Y a vosotros 
funcionarios del Estrado, 
sillafantes aburridos, 
comatosos del meñique 
que garzoneáis a la injusticia 
aposentados en vuestras vitrinas 
donde parecieron prohibiros 
mover las falanges 
yo os digo 
que en el mundo 
ni política, 
ni enconomía, 
ni defensa 
ni enmienda 
ni liberación.

En el mundo: Isel, 
en el rifirrafe: Isel. 

Iseluro de iselhidrógeno, 
iselóxido perisélico, 
ácido hiposilesoso, 
trinitroiselodueno. 

En verdad os digo: Isel, 
Isel! En verdad os digo. 

Pedro José Morillas Rosa


Mi padre

Mi padre:
escrupuloso fortín
de ramas cortadas
por la hoz.

Mi padre:
colorín, colorado,
esto no ha hecho
sino empezar.

Mi padre
de palabras cuentagotas,
detallista sólo
con el campo.

Mi padre grande
como un hemisferio
lleno de olivos
recién arados.

Mi padre
que suelda
con los ojos
y las manos
y entiende
con precisión
al animal.

Mi padre
que quisiera
en los poemas
instrucciones;
exagerado
como un andaluz
a contraluz
de viento.

Mi padre
maravillado
ante su propio
ego;
rotundo
como una retina
sincerada.

Mi padre:
ateo penitente
para el que no está mal
lo demasiado.

Mi padre
chapado
a la anterior;
sincronizado
por un batallón
de impulsos;
memoria
de imposible
estraperlo.

Mi padre
amaestrando
a su dueña,
encogido
el corazón.

Mi padre
diciéndonos algo
en mitad
de la cerveza.

Mi padre con los ojos
rellenos
de albuferas,
las albuferas rellenas
de salitre,
el salitre relleno
de hierbajos,
los hierbajos rellenos
de mochilas
de curar.

Mi padre
que vive en el holoceno,
que duerme con el oído
pegado
a la aceituna,
que tiene un cántaro
donde nadie
ha llorado
jamás.

Mi padre
de irrompible
alabastro,
cavadora
de ortigas,
de sí mismo
campeón.

Mi padre
que me ha dicho
tantas cosas
sin decir,
que ha despertado
al gallo de los días
antes de que saliera
su nombre
por entre
las montañas.

Mi padre
que es yo
y mi consecuencia,
que tiene las duras
manos
hechas de todo
menos de piel.

Mi padre
parecido al tuyo
sólo que tú crees
que el tuyo
es mejor
y te equivocas.

Mi padre
incapaz de darse
pero dando a entender
su colchonería,
leñador de los brazos
del olivo,
jupiterino
contador
de anécdotas
hinchadas
por el silencio.

Mi padre
atento a la cinética;
ladrido contra
el presente,
huérfano de todos
menos
de él.

Mi padre
que ni un abrazo
ni un beso
ni la más mínima
felicitación;
mi padre
al que no le ha
hecho
falta
tanta
tontería.

Mi padre
que me pare
cada día
cuando
no me lo dice
pero
me piensa.

Pedro José Morillas Rosa


Miedo

Tengo miedo
de que se me salgan
las órbitas
de los ojos.

Miedo
de no romper
el himen
de los deseos.

Miedo
de las aleatorias
legiones
conformes
con ir
hacia nada.

Tengo miedo del trabuco
puesto en el hambre
de los supermercados.

Miedo del colapso
de las vidrieras
de las que ha huido
el color.

Tengo miedo de crear
una imagen
que signifique algo
en la doblada esquina
de los vertederos.

Tengo miedo
de ser arista sin plano,
miedo de no entender
a una enclenque
fila
de bibliotecas.

Tengo miedo de confundir
el ritmo
con el diapasón,
de tener
que subir la altura
para saberme
escalera.

Tengo miedo
de que nunca
vuelva el eco
de mi grito
más callado.

Miedo de tragarme
las raspas
y se me quede
la guerra
cruzada en
la entrada
del esófago.

Tengo miedo
de un día
no saber llevar
la bicicleta
de mis vuelos;
de no saberme
avestruz
con la cabeza
metida
en los planetas.

Tengo miedo
del despegue
de la bandada
de parches
que me conforma.

Miedo de que
me cuelguen la risa
en los altos
tendederos
donde no se seca
nada.

Tengo miedo
de hacer las maletas
para ir a mi cuerpo
y que permanezca
el vuelo
cancelado.

Pero ya no tengo
miedo
de mí
ni de mi sombra
que tiene miedo
de su propio
espionaje.

Isel
me ha
separado.

Pedro José Morillas Rosa



Os felicito, a mis treinta

A los treinta
la tristeza de amplios
ventanales
con impecables
vistas al ocaso
ha encontrado
al fin
el interruptor.

Sólo
cuanto escribo
me justifica
y el albornoz
todavía húmedo
de Isel
que se acaba de ir
al engaño.

Me he contado las
décadas
y me han compensado
sus risas,
lo demás ha sido
un olivo puesto
al lado de otro olivo
y así
hasta
las aceiteras.

Me he querido tanto
y me he dañado tanto
que he alcanzado
la mentira
de todos
los equilibrios.

Estoy hecho de la fruta
de los carnavales,
estoy hecho de velas
de extensos navíos
cinglando el ombligo
de las ceibas.

Tengo un monstruo
que huye despavorido
de nada
con el que Isel
juega
al trampantojo.

Y, en verdad os felicito,
porque me gusto,
porque con ella
está la calle
hasta arriba
de mermelada
y me escurro dulce,
como nunca,
en mis caídas.

Pedro José Morillas Rosa







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