Después del alboroto

Después del alboroto y la jarana,
la caballada asoma
entre las barbas espesas de la noche.
La meada que se quedó sin pared
se aleja, sumisa, llevada por el viento.
Una vez más el Diablo
no pudo atajar la madrugada.

Ricardo Zelarayán


El hombre de poncho blanco

El hombre de poncho blanco se asoma
el día que rompieron el espejo
cuando yo estaba buscando
los gérmenes del olvido
las huellas de tu ausencia
El hombre de poncho blanco
piropea
baja descolorido
y sube con la siesta deslumbrante sobre los hombros
Las topadoras engullen su ración de escombros, y enormes
terrones de tierra negra
Pero el hombre de poncho blanco dice que vive en las nubes
y siempre demora en asomarse
ausente, descolorido
presente, descuajeringado
armado y desarmado al mismo tiempo
Los fósforos se acorralan en la sombra de la caja
y las patas del catre fabrican monedas de sombra
monedas de rostros para la demora
Pero una cara se borra
comenzando por los ojos
que traen como gotas de lluvia en la boca del tiempo
El tiempo desvanece luego los labios y el resto
y todo queda blanco
y flotante
sobre los hombros
sobre el rostro descolorido
del hombre de poncho blanco
Las oleadas de silencio mienten un tiempo dormido
El hombre de poncho blanco se asoma
Trizas
trazas
rumores
La subida para abajo
La bajada para arriba
el hombre cabeza abajo
Y los diarios vuelan con sus noticias por los cerros de cobre.

El hombre de poncho blanco
(segunda versión)

La subida para abajo se hace a pulso blanco
La bajada para arriba a pulso negro
El hombre de poncho blanco
acecha la sombra negra
Las oleadas de silencio chocan con blanco estrépito
El hombre de poncho blanco vive sobre el gran rostro,
el gran rostro de sombra,
gotas secas,
llamas apagadas,
miradas muertas
Las oleadas de silencio chocan con blanco estrépito.

El hombre de poncho blanco
(tercera versión)

Los fósforos acorralados,
dormían la noche de la caja cerrada,
y de la bomba olvidada
el olvido es el tiempo que estalla continuamente
y los gérmenes de la ausencia devoran todos
todos los espejos
Las oleadas de silencio chocan con blanco estrépito
Y los diarios de la mañana volaban con el viento silencioso
sobre las verdes solapas de la siesta
El hombre de poncho blanco vive asomado...
El hombre de poncho blanco
ausente descolorido
mira volar los diarios de la mañana en el viento
El hombre de poncho blanco
se posa en la Gran Sombra
el gran rostro inmenso y aplanado
que se desvanece de noche
el rostro de gotas secas,
de llama apagada
de miradas muertas
enorme y calcinado.

El hombre de poncho blanco
(cuarta versión)

La subida para abajo se hace a pulso negro
La bajada para ariba a pulso blanco
Los ojos, caen, los primeros,
como dos gotas de agua sobre la ardiente plancha del tiempo.
Las oleadas de silencio chocan con blanco estrépito.
Los diarios de la mañana vuelan en el viento silencioso
sobre las verdes solapas de la siesta.
Y los fósforos duermen la noche de la caja cerrada,
y de la bomba olvidada.
Los gérmenes de la ausencia, siguen devorando el espejo.
El hombre de poncho blanco camina sobre la Gran Sombra
La Gran Sombra acostada, interminable.
El hombre de poncho blanco vive posado en la gran
sombra que muere de noche y renace de día.
El hombre de poncho blanco busca el límite
pero la sombra se ennegrece
para unirse con la noche.
¡Oh inmensa sombra del gran rostro apagado!

Ricardo Zelarayán



Juntos o sueltos

Juntos o sueltos
sabiendo que los sueltos
son la materia prima de estar juntos.
La laguna junta las gotas
y uno los días.
¿Y cómo te va?
Aunque es inútil seguir
sin verle la punta al hilo.
Raíz no es ancla
pero el ala la hizo el aire
y el pie la distancia
la de los juntos y la de los sueltos.

Ricardo Zelarayán



La Gran Salina

La locomotora ilumina la sal inmensa,
los bloques de sal de los costados,
yuyos mezclados con sal que crecen entre las vías.
Yo vacilo....
y callo....
porque estoy pensando en los trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.
La palabra misterio hay que aplastarla
como se aplasta una pulga,
entre los dos pulgares.
La palabra misterio ya no explica nada.
(El misterio es nada y la nada no se explica por sí misma.)
Habría que reemplazar la palabra misterio
(al menos por hoy, al menos por este "poema")
por lo que yo siento cuando pienso en los trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.
La pera trepida en el plato.
La miel se desepereza en el frasco cerrado,
para desesperación de las moscas que la acechan posadas en el vidrio.
Pero yo no me explico
y hasta ahora nadie ha podido explicarme
por qué me sorprendo pensando
en la Gran Salina.
El hombre de chaleco del salón comedor
se ha quitado los anteojos.
Los anteojos trepidan sobre el mantel de la mesa tendida.
Todo trepida,
todo se estremece,
en el tren que pasa a mediodía por la Gran Salina.
Yo me he sorprendido mirando
la sombra del avión que pasa por la Gran Salina.
Pero eso no explica nada.
Es como una gota que se evapora enseguida.
Hay que distraerse, dicen.
Hay que distraerse mirando y recordando
para tapar el sueño
de la Gran Salina.
Un piano colgado como una araña del hilo
se ha detenido entre los pisos doce y trece...
Un camión pasa cargado de ventiladores de pie
que mueven alegremente sus hélices.
En 1948, en Salta,
fuimos de noche a cazar vizcachas y ranas,
y la conversación se apagó con el fuego del asado,
abrumados como estábamos por el cielo negro y estrellado.
Nerviosamente encendíamos y apagábamos las linternas
hasta quedarnos sin pilas.
Tampoco puedo explicarme por qué sueño con pilas de linternas,
con pilas para radios a transistores.
Ni por qué sueño con lamparitas de luz,
delicadamente guardadas en sus cajas respectivas.
Ni por qué me sorprendo mirando el filamento roto
de una lamparita quemada.
Nunca he visto...
nunca he podido imaginarme
la lluvia cayendo sobre la Gran Salina.
Yo no tengo objetivos pero me gusta objetivar.
Desde chico intenté cortar una gota de agua en dos
(con una tijera).
Aún hoy intento,
apartando las cosas de la mesa
o ahuyentando amigos,
imitar, imaginarme, la lluvia sobre la Gran Salina.
Tomo una plancha caliente y le salpico gotas de agua.
Pero aunque pueda imaginarme todo,
nunca podré imaginarme
el olor a salina mojada.
Anoche llegué a mi casa a las tres de la mañana.
En la oscuridad, tropecé con un mueble...
y allí nomás me quedé pensando
en lo que no quería pensar...
en lo que creía bien olvidado!
Pero en realidad me estaba escapando
del sueño estremecedor de la Gran Salina.
Y ahora me interrogo a mí mismo
como si estuviera preso y declarara:
La Gran Salina o Salina Grande
está situada al norte de Córdoba,
cerca (o dentro, no recuerdo)
del límite con Santiago del Estero.
Estoy mirando el mapa...
pero esto no explica nada.
La caja de fósforos queda vacía
a las cuatro de la mañana
y yo me palpo a mí mismo, desesperado,
con el cigarrillo en la boca...
Habría que inventar el fuego, pensarían algunos.
Yo en cambio pienso en los reflejos del tren
que pasa de noche junto al río Salado.
No puedo dormir cuando viajando de noche
sé que tengo a mi derecha
el río Salado.
Paro aún así sigo escapando del gran misterio...
del misterio de la sal inagotable de la Gran Salina.
Recuerdo cuando arrojábamos impunemente naranjas chupadas
al espejo ciego y enceguecedor de la Gran Salina.
(A la siesta, cuando la resolana enceguece más que el sol).
Esperábamos llegar a Tucumán a las siete
y a las dos de la tarde tuvimos que cambiar una rueda
junto a la Gran Salina.
Un diario volaba por el aire...
el sol calcinaba las arrugadas noticias del mundo
del diario que caía sobre la Gran Salina.
Y vi pasar varios trenes
y hasta un jet...
Los pasajeros de los Caravelle
o de los Bac One-Eleven,
no saben que esa mancha azulada,
que a lo mejor están viendo en este mismo momento,
desde ocho mil metros de altura,
esa mancha azulada que permanece durante escasos minutos,
es la Gran Salina,
la Salina Grande.
Pero el jet anda muy alto.
La Gran Salina no conoce su sombra que pasa.
Los pasajeros del jet duermen...
se sienten muy seguros.
En el jet no hay paracaídas.
Los jets no caen. Explotan.
Hace unos años,
un avión que no era un jet volaba, creo, sobre Santa Fe.
De pronto se abrió una puerta
y una camarera tuvo que obedecer calladita
a las sagradas leyes de la física,
y demostrar su inequívoco apego a la ley de la gravedad.
Una ley dura como las piedras metidas en la boca de Demóstenes
que, según dicen, hablaba mucho.
Aquí hay que hacer un minuto de silencio.
Primero, por la dócil camarera sin cama del avión.
Después, por las palabras muertas,
muertas por no decir nada...
misterio, por ejemplo,
que sirve para no explicar lo inexplicable,
lo que yo siento cuando pienso en la Gran Salina,
lo que traté de no pensar un día que caminaba por la Gran Salina
tratando de distraerme y de no pensar dónde estaba,
escuchando una canción de Leo Dan
que pasaba LV12 Radio Aconquija
y el Concierto en sol de Ravel por la filial de Radio Nacional.
¿Qué pensaría Ravel, el finado,
si caminara como yo en ese momento
por la Gran Salina…?
Ravel, púdico sentimental,
te imagino tocando el piano que hoy vi colgado
entre el piso 12 y el piso 13.
Sí, pobre Ravel de 1932
con un tumor en la cabeza que ya no lo dejaba componer.
Ravel tocando solo,
de noche (pero eso sí, absolutamente solo)
los "Valses nobles y sentimentales" en medio de la Gran Salina.
Estoy seguro que se hubiera interrumpido
al escuchar el silbato lejano de la locomotora,
para ver el haz de luz a la distancia
y la penumbra sobre la Gran Salina.
Días pasados fui al Hospital.
Hace años yo andaba por allí,
despreocupado y con mi guardapolvo blanco.
Pero ahora, de simple paciente,
sentí el ruidito angustioso
¡Trank!
de la máquina de sacar radiografías.
¡Y que pase otro! gritó el enfermero.
Pero el otro no podrá explicarme
por qué tengo sed,
por qué voy detrás del agua cautiva de la botella
y de la sal capturada en el salero,
yo, tan luego yo,
capturado en el sueño de la Gran Salina.
Un amigo, alto funcionario estatal,
me ofreció su pase libre para viajar por todo el país.
Total, me dijo, es un pase innominado,
cualquiera lo puede usar...
si se lo presto.
El pase sin nombre me deslumbró
como la marca de la cubierta que leí y releí
cuando cambiábamos la rueda junto a la Gran Salina.
Pero después pensé en Tucumán
(mi segunda provincia)
y en las vértebras azules del Aconquija
horadando las nubes blancas.
Ahora me entero que mi amigo,
el del pase sin nombre,
se separó de la mujer.
Aquí me callo...
Pero el silencio me hace pensar ahora
en lo que no quise pensar cuando miré el pase sin nombre
/que me ofrecían,
en lo que dejé de pensar hace un momento...
cuando vi pasar el ascensor con una mujer silenciosa
que no me quiso llevar.
Olvidemos el ascensor perdido
y pensemos de nuevo, de frente, en la sal
(cloruro de sodio)
y en el misterio...
Pero como nada es misterio
hagamos una traducción de apuro:
miss Terio
o miss Tedio
o chica rodeada de teros asustados
o algo por el estilo.
Pero no hay distracción que valga.
El ayudante de cocina del vagón comedor
se rasca la cabeza de tanto en tanto
pero sigue pelando papas sin distraerse
en el tren que se acerca a la Gran Salina.
Y el ascensor perdido con la mujer silenciosa
sigue recorriendo kilómetros entre la planta baja
y el piso quince.
El sastre de enfrente que ya comió
se asoma a tomar aire con el metro colgado en el cuello.
Yo pienso en comer, como se ve...
Son exactamente las 14 horas, 8 minutos, 30 segundos.
Y también, no sé por qué,
pienso en el acorazado de bolsillo Graf Spee
que en los comienzos de la última guerra
se suicidó antes que su capitán
frente a Punta del Este.
El Graf Spee yace a treinta metros de profundidad.
Ya nadie se acuerda de él.
Ni siquiera los hombres-rana
que bajaron a explorar sus entrañas.
Pero hasta los hombre-rana
salen a comer a mediodía.
Y a veces, para comer,
sólo se quitan las antiparras y los tubos de oxígeno.
Todavía hay gente que se asombra viendo comer a esos hombres...
con patas de rana.
¡Los hombres-rana reclaman al mozo la sal que se olvidó!
Dale!... Dale!
Hoy almuerzo con amigos
(si es que no se fueron).
Miraré de costado la sal y pediré pimienta en vez,
porque tengo miedo de quedarme callado,
ya se sabe por qué.
No quiero quedarme callado
ni distraerme,
ya se sabe por qué.
En realidad no se sabe nada
del sueño de la pilas,
de la lluvia sobre la sal,
de la chica del ascensor,
del sastre asomado con el metro colgado
o del tren que pasa de noche indiferente
junto a lo que ya se sabe
y no se sabe
....................................................................
....................................................................
....................................................................
Hace años creía
que "después del almuerzo es otra cosa"...
es decir que las cosas son otras
después del almuerzo.
Este poema (llamémoslo así),
partido en dos por el almuerzo
y reanudado después, me contradice.
No comí postre.
¡Siento la boca salada!
Pero no voy a insistir.
El domingo pasado,
en casa de un amigo poeta,
conocí a un chileno novelista e izquierdista
que se fue a Pekín y que, posiblemente,
no vuelva a ver en mi vida.
Tímidamente, entre cinco porteños y un chileno izquierdista
metí una frase de Lautréamont
que como buen franchute es uruguayo
y si es uruguayo es entrerriano.
Una frase (salada) para terminar (o interrumpir) este poema:
"Toda el agua del mar no bastaría para lavar
/una mancha de sangre intelectual".

Ricardo Zelarayán



Quince minutos después 

 Estaba ordenando las cosas para salir...
 Y mientras ordenaba mis cosas
 veía al lobo,
 al lobo que fui
 y no sé si al lobo que seré...
 La palabra "cinzas",
 una palabra en una canción de Wilson Simonal,
 me atrae...
 Una palabra que no puede traducirse como cenizas, en castellano.
 Una palabra que resplandece como los ojos de los gatos en la oscuridad.
 O los faros de los coches en la ruta pavimentada,
 cuando la noche se hace madrugada
 entre Córdoba y Villa María.
 Salí de mi casa para verte,
 con todas esas cosas en la cabeza...
 lobo aullando junto a la "cinza" resplandeciente...
 ojos de gato gato en la oscuridad,
 faros de coches sonámbulos que se acercan y se alejan de Córdoba.
 Y llegué quince minutos después...
 No quisiste hablar.
 "Ya se me va a pasar", dijiste.
 Y durante un tiempo largo nos miramos en silencio.
 El plato vacío,
 el tuyo y el mío,
 eran más blancos que nunca.
 Y después vino el pedido.
 ¡A llenar el plato!
 ¡Tu plato y el mío!
 Y empezaste a hablar...
 ¡Y hablamos!
 Después de comer, un paseo.
 El sol no estaba...
 pero en ese momento, qué importancia tenía?
 Yo me sentía un inmenso pancito de azúcar
 rodeado de árboles muy verdes.
 Los trenes que pasaban a lo lejos
 eran un poco tus caricias tímidas,
 tus miradas…
Un perro trataba de jugar al fútbol
con dos chicos.
Un avioncito con motor giraba y giraba.
El paseo, el descanso, era un vuelo.
Y después el cine.
Un cine de domingo nublado.
Un cine de madera blanca,
donde la película, buena y todo,
al fin y al cabo,
fue lo de menos.
Después salimos.
Nos bastaban apenas
unas pocas palabras.
Y después...
Después siempre.
Pero yo recuerdo.

Ricardo Zelarayán



Tal vez no importe tanto

Tal vez no importe tanto,
tu cara se borra sola.
Hay muchas caras en mi vida
que viven borradas
quién sabe hasta cuándo.
Se han borrado poco a poco,
pero en el momento menos esperado,
y a veces en el menos indicado,
vuelven a aparecer por un brevísimo instante
para sumergirse enseguida
en el “¿Dónde estarás ahora?”
con un intenso sobresalto
de mi parte…
Hay días mucho más chicos que otros.
Y hay días muertos,
descolgados,
inútiles,
días que crecen y mueren sin esperanza.
El rostro borrado aparece de pronto
y es, al mismo tiempo,el mismo
y otro,
siempre dispuesto a borrarse
para aparecer otra vez
pero, ¿cuándo?
La música corre como el agua
pero se borra en el aire.
Es difícil acordarse de invierno
en verano
y del verano en invierno,
evocar una melodía remota
a la deriva en el tiempo pasado.
es difícil salvar del olvido
un rostro, una cara
que se ha borrado
y que aparece
el día y el momento menos pensado.
Si uno pudiera manejar la cosa,
Es decir matar definitivamente ese rostro en la memoria,
o evocarlo a voluntad,
todo sería distinto.
El vientito del despecho
ha lijado los relieves,
los ímites de la superficie recortada,
de los diferentes rostros de Ella.
Uno se salva de a ratos
pero en el momento inesperado….
Ella aparece con un rostro olvidado
que enseguida desaparece, etc. etc.
La cara, el recorte amoroso…
mas no el cuerpo
(el cuerpo decapitado
del rostro borrado).
Tal es el trabajo de salvación
por el momento:
evocar a voluntad
o borrar para siempre.
Incluso borrar el recuerdo
de haber borrado un rostro,
o todos los sucesivos rostros de Ella.
Cuando un rostro comienza a borrarse
(y por lo visto estoy diciendo rostro y no cara
porque rostro tiene más relieve que cara)
ojo, me digo, porque si los ojos de Ella se borran
algo comienza a terminarse
o algo, también, comienza a secas.
Es el comienzo de un nuevo rostro
que tal vez se borrará a su turno
y así sucesivamente.
Y lo de los rostros también se extiende a los lugares
que permanecen borrados
para reaparecer un instante de cualquier día,
no elegido,
y todos los días hay instantes que nacen y mueren vacíos.

Ricardo Zelarayán



Y ahora a seguir

Pero no se sigue cuando un momento
florece en momentitos
momentito pa comprar
momentito pa charlar
y pa todo lo demás
que es grueso
y se apila en la memoria
para en un momento dado
no seguir...
Alguien se habrá asomao
y seguro que preguntará
(o apretémoslo como un pomo pa que pregunte).
Pero por qué no se aguanta?
no se meta en honduras
que por'ai se me ahoga
quedeseme ai un momento
ansina como boya perdida en la noche
de toda esa matufia de barcos.

Ricardo Zelarayán











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