Duodécimo animal
(fragmento)

Este amante privado de orejas, buen roedor de escamas, no olvida, entre tanto, verificar cada mañana el funcionamiento de sus propios orificios que en número ya considerable aumentan rápidamente sobre su cuerpo resquebrajado.

Árbol hueco, nada entre las dos aguas superpuestas del canal que lo conduce a un destino cuyo secreto ha sido celosamente guardado.

El hálito del agua puede apagar sus párpados azulados por la amargura de los mares.

En el caos de las existencias destruidas te encuentras definitivamente solo en tu misión de elaborar su regeneración. Ni un junco ni una hierba de donde aferrarte para poder luchar contra la corriente que te arrastra hacia las fauces de los trituradores.

Te someterán a la acción de los gases.

Invoca, invoca, eterno ausente, tus reservas de ázoe. El aire coagulado en el fondo de tus pulmones comienza a obstruir tus vías respiratorias.

Tus ojos de espato, tus manos de mica esquistosa obran por sí mismos; separados de tus restantes despojos, remontarán por deslizamiento entre las floraciones subterráneas para encontrar un sitio donde poder yacer, hasta que un nuevo impulso los conduzca más arriba.

El color rojizo del agua convierte en sangraza tus cabellos, raíces de helechos, que se alargan con desconcertante rapidez y se libran de un cráneo poroso, gruesa esponja voraz que rueda por las profundidades oceánicas.

Cuando las brumas huyen hacia alta mar, los cuerpos no encuentran paradero bajo el horizonte y prosiguen entonces su habitual peregrinación.

Guy Cabanel



"El aro hecho para tu tobillo remolinea en el espacio el guante que vela tu cara se anima con el rojo permanente de la noche colmada de tu cuerpo."

Guy Cabanel













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