El ignorante

Nunca sabremos realmente por qué
hemos vivido. No alcanzan las palabras.

Sobre el mismo mar se levanta el sol.
Ante el mismo mar
un mediodía, alguien se para en la costa
y mira. Sólo eso y nada dice. ¿Qué espera ver?
Mirar no es ver sólo esto que se muestra,
ni siquiera lo que existe. Las olas hablan
de regresos largamente olvidados,
a veces sin que nadie haya partido.

Una gaviota y un poste de luz parecen
ser el centro del universo. A su alrededor
la circunferencia de tu ignorancia
es como ese pescador y su caña,
una eternidad demasiado larga.

Hubo muchas veces en que creíste
haber nacido para algo. Fue esa fe
la que te empujó a decisiones definitivas.
Pero el resto lo decidió

un puro instinto de felicidad
acontecido para ser superado.

Osvaldo Picardo



Entre dos fondos, en la superficie del mar, todo pesa menos

Hay algo único en nadar
cuando se acerca una tormenta.
Sorprende y tranquiliza ver boca arriba
la velocidad con que el aire frota
las partículas de los cúmulos grises y blancos.
Se puede con cada brazada tocar
la intemperie, mar adentro.

Nadás de espaldas. Y tus ojos flotan
con tu cuerpo, sin resistirse,
en otras aguas, en un archipiélago de nubes
entre la visible consistencia
y las más transparente inconsistencia.
La corriente te lleva a donde quiere,
rendido a su deseo y su fuerza.

Pensás que también así debería flotar
tu pequeña historia, sobre el doble fondo,
entre toneladas de relámpagos
y el sordo respirar de los peces.

Osvaldo Picardo




F. Q.I: El pasado

Para que alguien todavía diga Fabio Quintiliano,
para que esos sonidos por un instante amable emerjan
y se hundan en los largos siglos de tapas y páginas empolvadas
hubo muerte más que nacimientos. Una Roma en llamas.
El recuerdo de los higos que Catón trajo de Cartago,
y el horror de Herculano y Pompeya.
Un Séneca con un alumno siniestro
y un Pedro y un Pablo que profesaron en una secta y repetían:
“una sola palabra tuya bastará para sanarme”.

Todo esto está en mi nombre y en tu oído
trepa lento como el caracol sobre el vidrio
(detrás dicen haber visto una historia de salvación,
otra de progreso y ésta sin novedad).

Osvaldo Picardo


La abeja

La abeja sobrevuela la caléndula amarilla
con un acento agudo de presente.
Y en realidad, su vuelo enroscado a un poder invisible
no cesa de inventar la vieja y terrible mentira
en que nos ponemos de acuerdo. Es hermosa.

¿Habrá pensado en tu mirada?
¿Tendrá tus ojos su viaje por el jardín de la tarde?
No hay límite. Todo es interrupción entre las flores
y también diálogo
que se quiebra, donde aparece.

Osvaldo Picardo


No hay ciudad eterna,
lo sabemos.

Europa tiene plata
para cada piedra de la historia.
Y conserva un simulacro pasajero.

Las barcas amarillas amarradas
en la dársena, apretadas una junto a otra,
sobre todo en la niebla, me hablan
de la inútil tenacidad de las formas.
Nunca se debieron creer
volviendo del mar,
que existirían para siempre.

Por más que intenten sobrevivir
las ciudades mueren
con el que se pierde en sus calles.
No son ellas sino un mapa
de vísceras dadas vueltas.

Debió existir
una ciudad de Fidias y otra
de Rembrandt. Otra imaginada
por Le Corbusier y alguna
por Amancio Williams.

No son una postal
con las ramblas de madera,
las casas bajas de piedra.
Y los espigones que la sudestada
de la noche al día,
desarticula vértebra a vértebra...

Apenas son rastros, casi ruinas,
y no es poco:
antes toda distancia era invisible.

Osvaldo Picardo



Vida de poesía

No es sino una exageración
por la que mentimos una biografía,
"un terremoto continuo o una fiebre eterna".

¿Quién podría en tal estado, por ejemplo,
atarse los cordones de los zapatos, lavarse
el culo tanto como la cara y
escupir la mala conciencia
con que se escribe de la injusticia?

Los personajes de la poesía
no están en los poemas que hemos hecho.
Son el poeta de sesenta años
que según Giannuzzi
"la época incorporó a su injuria",
pero también, las loquitas angustiadas
que te despiertan a la madrugada;
y el delicado Sufeno al que Catulo
criticaba con una rara compasión.

Ni hablar de los borrachos de Alexander Blok
que "creen que algún dios los trajo acá
para que besaran el viento y la nieve…"

No basta con abrir el Libro de la Poesía
y leer en público. La luz no es suficiente.
Está en otra parte, y nos abandona
en la mesa, ante una verdad ilegible.

Osvaldo Picardo











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