La entrada

La entrada a la cueva era como un gigante
mejillón azul medio abierto.
“¿Lo has comprobado?”
me preguntaste
y en el hombro te empezó a temblar mi sombra violeta.
“No estarás de acuerdo” te respondí,
“pero ya no quiero escribir poemas.
Quiero que me disculpen, estoy enfermo, lo haré luego.
Lo que quiero – es entrar ahí. Y los versos,
nada más como esas manchas
brincoteando en tu boca”.
El mejillón bostezó. Yo sabía que lo estabas viendo.

Petr Borkovec


No me abraces…

No me abraces, no prestes oídos
a las palabras, las conversaciones, las voces. 
Mírame mientras tomamos el té y el café.
Estoy aquí. De cintura para arriba.
Una cocina sin paredes. Acotada por un biombo
en el que florecen troncos retorcidos.
No busques bajo la mesa – soy un centauro.
No trates de entender ni traigas invitados.
La mesa acaba donde empiezan las sillas.
Las horas pasan frágilmente. El linóleo de piedra.
El fregadero de dedos ensortijados.
No me abraces, no escuches, déjalo.
La calefacción mece la cortina. La cortina duerme.
El sol tras el cristal no se entromete.
Y los ojos sostienen el espacio como a un ciego.

Petr Borkovec









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