"Me gustaría que los visitantes saliesen de aquí llorando, es decir, con una emoción."

Ettore Sottsass



“No es casualidad que las personas que trabajan para Memphis no persigan una idea estética metafísica o un absoluto de cualquier tipo, y mucho menos la eternidad. Hoy en día todo lo que uno hace se consume. Así que el diseño debe ser pensado para la vida cotidiana, no para la eternidad. Estabas con Memphis, o en contra de Memphis.”

Ettore Sottsass



“No quería hacer más productos de consumo, porque estaba claro que la actitud consumista era bastante peligrosa.”

Ettore Sottsass


"Para mí, el diseño es una forma de discutir la vida, de discutir la sociedad, el erotismo, la política, la comida y el diseño mismo."

Ettore Sottsass



"Si crees que tu destino te espera al otro lado de una puerta, es posible que no te interese su diseño."

Ettore Sottsass


Uno va a la selva, escoge con cuidado una rama y la corta. Después coge hierbas, o pelos de cabra, o de ja­balí, o incluso sus propios cabellos, y hace una cuerda. Después ata fuertemente la cuerda a una extremidad de la rama. Después tira de la cuerda y la ata a la otra ex­tremidad de la rama, de manera que ésta quede cur­vada. Terminado esto, ya tenemos construido el arco, Después se hace una flecha y ya se puede ir de caza.

     Alguien debió inventar el arco, Otros, después, han continuado construyendo arcos según un modelo que se ha transmitido a través de la experiencia, y, teóricamen­te, esta historia podría terminar aquí, o casi terminar: teóricamente también, la historia podría resumirse en la “historia de la construcción de un instrumento para quitar la vida a un animal”. De hecho, una historia tan simple no existe, porque en la realidad no existe —creo— un instrumento “totalmente” determinado por su funcionalidad mecánica.

     Un cazador, antes no se decide a matar un animal, debe tener hambre, o prever que tendrá hambre, o estar eno­jado porque el animal no se deja coger, o tener miedo porque el animal le amenaza; el animal le parece dema­siado grande y el arco demasiado frágil, o se siente él mismo un animal rastreado por otro animal, o tiene miedo de que el espíritu del animal que va a matar no le deje jamás en paz, o cosas similares. Dentro de cual­quiera de estas situaciones, si bien el arco es un instru­mento para matar a un animal, es también parte inte­grante, elemento insustituible, señal de reconocimiento, clave de codificación dcl drama (o comedia) del caza­dor que va de caza, de toda la aventura de cazar, que comprende: el cazador, la presa, la hora y el lugar. En la realidad no existe, ciertamente, un modelo hipoté­tico-”funcional” de un arco-instrumento-para-matar. Cada cazador que construye su arco añade o quita cosas por propia decisión, invención o proyecto: uno cons­truye el arco pequeño, otro grande; uno lo pinta con co­lores o con rayas o con puntos, o no lo pinta en absolu­to; uno pega plumas o colas de marta o tiras de papel, o no pega nada; uno puede hacerle una asa, hacerlo des­montable, limarlo, o pulirlo y puede hacer o dejar de ha­cer lo que crea conveniente o no. Ahora bien, en un sen­tido más general, global, todas estas operaciones del cazador respecto a un arco tienen como objeto hacer que éste funcione mejor para facilitar la caza, para en­contrar el animal y asustarlo, para matarlo de golpe, para sobresalir entre los de su tribu, entre los ancianos poderosos, los jóvenes competidores y las muchachas casaderas; que funcione mejor para sentirse bien y segu­ro y afortunado en el presente y en el futuro, todas estas cosas que el hombre ha deseado siempre.

Cuando un cazador se ha construido él mismo un arco así, se puede decir al respecto que “se lo ha dise­ñado”, entendiendo que, para resolver los problemas de su arco, cl cazador ha realizado cierta cantidad de razonamientos (que se llaman diseño o proyecto) mez­clados a un cierto número de acciones (llamados cons­trucción) para adaptarlo lo mejor posible a los usos para los cuales lo destina y también adaptarlo a si mismo, persona solitaria y social a la vez: a sí mismo tal como se conoce o no se conoce, se encuentra o no se encuen­tra, consigue existir o no existir dentro de una cultura, por primitiva o avanzada que ésta sea.

Si este cazador existe —sea en los desiertos de Aus­tralia, en las montañas de Nueva Guinea o en las selvas del Amazonas—, el proyecto, la construcción y el uso del instrumento son problemas que él resuelve por sí mismo. Es el cazador quien se hace diseñador, productor y consumidor del objeto-instrumento-arco; es el caza­dor quien toma todas las decisiones respecto a su ins­trumento, todas las elecciones y lo experimenta él solo, saca las conclusiones de sus experiencias y modifica sus decisiones, y aun se modifica a sí mismo sobre la rea­lidad de sus experiencias, y también vive (o muere) registrando su vida sobre experiencias que decide él mismo y de las cuales él sólo —o casi— administra los resultados.

Puede ocurrir que el cazador no quiera ir más de caza, que se haya vuelto demasiado viejo para salir a cazar o que su mujer haya empezado a cultivar un pedazo de tierra en medio de la selva; con un poco de carne que lleven los hijos cazadores a la casa y unas cuantas zana­horias que lleve la mujer, el viejo consigue sobrevivir.

Un buen día, al viejo cazador se le ocurre ponerse a construir arcos; no arcos para él, sino arcos para los de­más, para sus hijos y para sus amigos cazadores.

Con esta idea comienza una nueva historia, porque se empieza a dividir el trabajo: el que hace arcos y el que va de caza, el que se especializa en resolver los proble­mas que afectan al arco y el que resuelve aquellos que afectan a la caza; quien llega a profesional diseñador o constructor de arcos, y quien a profesional cazador...

Con esta idea de la división del trabajo las cosas se complican en seguida.

Para empezar, puede ocurrir que, después de un tiem­po, el que diseña o construye los arcos olvide lo que es en realidad una verdadera cacería. Puede darse el caso de que haga arcos diseñados más sobre una idea de caza imaginaria que no sobre una cacería vivida; puede tam­bién ocurrir que no escuche bien aquello que le cuentan los cazadores o incluso que interprete mal lo que le cuentan..., sus verdaderos terrores, sus verdaderas ne­cesidades, sus verdaderas técnicas mágicas, o no mági­cas, los verdaderos calor, frío, lluvia y viento.., y así puede suceder que el arco no se produzca como el ins­trumento perfecto (o imperfecto), pero completo, vivo e integrado en la aventura global de la caza, que era el arco que se construía un antiguo cazador.

Puede también darse el caso contrario: que el viejo cazador, que dispone de tiempo y de capacidad de con­centración, logre especializarse de tal forma que cons­truya los mejores arcos. Esto puede muy bien suceder.

Pero puede suceder también que, al correr el tiempo y a fuerza de tener que usar arcos diseñados y construi­dos por otro, los cazadores se vean forzados a modifi­car su profesión, y puede ser que se vean obligados a ejecutar gestos diferentes, a cambiar el sitio y la distan­cia para sus acechos, la cantidad de flechas a usar, el tipo de palabras mágicas que debe pronunciar; puede suceder que cambie el estado de miedo o de euforia; puede suceder que cambien tantas cosas en la profesión de un cazador que no se construye más los arcos él mismo.

Todo esto puede suceder porque ahora se han crea­do dos clases de personas: aquellas que diseñan y cons­truyen cosas, objetos o instrumentos, y aquellas que usan las cosas, los objetos y los instrumentos diseñados y construidos por otras.

Puede suceder que, cuando uno posee un secreto, aunque sea el secreto de una experiencia o el secreto de un conocimiento, termine por creer que él “ha sido escogido” por poseer tal secreto; puede ocurrir que el que diseña y hace los arcos se divierta mucho hacién­dolos porque son el resultado de conocimientos secretos que sólo él posee, y puede también ocurrir que el cons­tructor de arcos se crea y se considere el único capaz de hacer cierta cosa, más aún, de hacer ciertas cosas; el único capaz —por elección sobrenatural— de diseñar y construir arcos, más todavía, capaz de diseñar y cons­truir; y puede empezar a pensar que diseñar y construir (arcos) es una gesta mágica y que él, el diseñador-constructor (de arcos) es en realidad un “mago”.

Puede suceder, como ha sucedido y sucede, que un diseñador-constructor se envanezca y se crea un mago. Hoy, cuando sucede un hecho similar, esto es, cuando uno cree moverse en un ambiente exclusivo, especial, misterioso, como si fuera un clima de magia, dice de sí mismo que es un “artista”, y, naturalmente, si la so­ciedad que le rodea le anima en esta creencia, si tal so­ciedad, por connivencias secretas o no, por negocios ocultos o no, por políticas oscuras o no, le ayuda, le apo­ya, le consuela, el diseñador-productor de arcos, de ob­jetos, de cosas o instrumentos tanto más desarrollará dentro de sí mismo y a su alrededor una cultura de lo mágico, quiero decir una cultura en la cual él se sienta el amo. Encima, las cosas pueden ir todavía más lejos. Puede suceder que convenga o incluso se demuestre que es necesario que la cultura de lo mágico no se pier­da y que en cierto modo se transmita: pueden formarse dinastías, sectas, clubes, asociaciones y, finalmente, castas y también escuelas especiales que transmitan el diseño-construcción como cultura de lo mágico.

De todas formas, estas cosas suceden porque alguien ha empezado a especializarse diseñando y construyendo arcos de caza, pero no solamente arcos. Hay también quienes se han especializado en diseñar y construir es­padas, puñales y escudos, incluso en hacer estatuas de dioses y diosas, de emperadores y reyes, y también joyas para decorar estas estatuas y el ornato de reinas, baronesas o prostitutas; hay también especialistas en hacer muebles, camas, sillas y mesitas, vasos de terra­cota, de porcelana y de ónice, en hacer cestos y después alfombras y zapatos y todo aquello que se necesita para vivir cómodamente.

Todos estos especialistas se han llamado ‘‘artesanos para decir que sabían y saben el arte de diseñar y cons­truir con las manos todas las cosas, objetos e instru­mentos necesarios para una vida cómoda; naturalmente, la difusión de estos artesanos especialistas empezó cuando el arco no fue ya el único instrumento útil para sobrevivir, sino cuando cosas, objetos e instrumentos empezaron a multiplicarse, porque la gente había co­menzado a habitar en casas, y hasta a aglomerarse en casas, aglomeradas a su vez en ciudades, etc., como todos saben...

            Ahora, llegados a este punto, se verifican otros fenó­menos extraordinarios. Por ejemplo, se verifica el fenómeno de que estos ar­tesanos, especialistas, etc., para vivir deben ser pagados, y dado que esos artesanos estaban convencidos de que eran unos magos, o casi, y que de todos modos estaban convencidos de que cuanto mas uno se ha especializado más raro es, y cuanto más raro más necesario es, estos artesanos querían ser bien pagados; bien, res­pecto a las condiciones en las cuales se encontraban. De todos modos, querían que se les pagara, y por poco que pidieran no podían ser pagados ciertamente por aquella pobre gente que no tenía ni el dinero para pagar-se a sí misma, quiero decir, para pagar el grano, el queso, los higos y el vino para ir tirando. Por lo que he leído en los libros de los sabios y los científicos, de la historia y de la prehistoria y por lo que puedo imaginarme dados los viajes que he hecho y las experiencias personales, cuando las relaciones entre aquellos que han acumulado mucho dinero y aquellos que no les llega para nada, entre aquellos que represen­tan el poder y aquellos que se llaman el pueblo, eran muy simples, esto es, eran unas relaciones entre déspo­tas y siervos, entre déspotas y pobres diablos, campe­sinos y desgraciados, la cultura del diseño-construcción de cosas, objetos e instrumentos “para pobres”, era aquello que era: muy pobre, y tendía a representar la posición del siervo, no en comparación con el déspota (pues no era el caso hacer comparaciones), pero sí en sus confrontaciones con los elementos o fenómenos que le eran más benignos: quizá los cielos, los ríos o las estaciones, quizá la hierba, las flores o los animales, o quizás el amor o la muerte, quizás aquello que se llama cosmos; y después también los dioses, tal vez porque al siervo no le eran concedidas otras referencias que no fuesen cosas totalmente inventadas, esto es, cualquier cosa completamente y para siempre alienante, o quizá también porque, si uno sabe que su destino es ser siervo, da lo mismo que se refugie bajo un contra-patrón imaginario, un superpatrón dotado de poderes superiores, que un día u otro conseguirá castigar al patrón real. Todo puede suceder...

De todas maneras, cuando las relaciones entre poder eran sencillas, los especialistas diseñadores-productores de cosas, objetos e instrumentos “para el poder”, para los ricos, para la casta militar, para la casta de los pre­lados, y así al infinito, asumían el deber de configurar el poder en su riqueza —que era potencia— después en su proclamado téte-a-téte con el más allá y, en fin, en su hermetismo cultural, quiero decir, en la posesión y do­minio total y exclusivo del conocimiento.

La distancia entre las dos áreas de diseño-produc­ción era tan grande que cada una seguía por su cuenta y no se miraban nunca a la cara. Lo que se llama el pueblo tenía sus especialistas diseñadores-productores que operaban dentro los límites de la pobreza: debían arreglárselas con materiales, técnicas, exigencias y len­guaje pobres: quizá conmovedores, pero pobres; debían arreglárselas para imaginar una vida más que poseerla realmente, debían arreglárselas para cubrir la desespe­ración con sal, o canela, o azúcar. El juego del artesana­do para los pobres era —es—- breve; siempre ha sido breve, sometido, melancólico, patético y alguna vez conmovedor. Como cuando en Bali ponen campanas en los eucaliptos y en los canales que irrigan los campos de arroz, o como cuando en la isla de Futuna hacen cestos de paja tan suaves que parecen nubes, o como cuando los Bororós se hacen adornos de plumas, palitos, boto­nes y pequeñas conchas para ser más bellos que Dios, o como cuando las geishas se pintan la cara de muñecas moribundas o cosas similares, como se pueden encon­trar y explicar a lo largo de toda la historia de esta in­mensa humanidad de los pobres: a lo largo de toda la historia de la cultura de los pobres y de los siervos.

Los potentados han pagado siempre bien a aquellos que diseñaban y construían cosas, objetos, instrumentos para configurar su imagen de poderosos, para hacerse una hermosa imagen a su alrededor, para definirse, reco­nocerse, reencontrarse, presentarse, mantenerse en cali­dad de potentados, etc. Los potentados han cuidado siempre atentamente la creación, el desarrollo y manu­tención de los signos provisionales o estables con los cuales ellos, los potentados, están de acuerdo en ser des­critos y diseñados, y han cuidado siempre minuciosa­mente incluso la creación y mantenimiento de una idea general del concepto “calidad”, o si se quiere, del con­cepto de lo “estético” o de lo “bello”, calibrando con cui­dado y atención estos conceptos sobre la situación histórica del poder, o sea, sobre la “cantidad” de lo poseído, donde por poseído se pueden imaginar tierras o casti­llos, dinero o joyas, armas o esclavos, conocimientos o ciencia, etc.

Quiero decir que lo bello siempre lo ha “decidido” el poder. Porque hacer leyes y normas y dar juicios es pre­rrogativa del poder. Esto ya se sabe. Si quiero decir que el diseño-construcción de una cosa, objeto o instru­mento está bien hecho, es bello, ciertamente lo puedo decir cuando quiera, aunque sea un siervo o un pobre diablo, pero si no soy un potentado no lo puedo soste­ner. Solamente si soy un potentado puedo difundir mi juicio entre gente dispuesta a escucharme, y convertirlo en ley, norma, “cultura”. Si soy un potentado puedo encontrar incluso gente dispuesta a difundir el juicio y a sostener la norma con convicción. Puedo también ins­truir a diseñadores-constructores de objetos, cosas e instrumentos, armas, muebles y ornamentos, explicán­doles bien qué es lo que me diseña mejor, qué es lo que me define mejor; puedo también explicarle c6mo quiero ser diseñado y definido. Si mi diseñador no sabe, no en­tiende o no quiere escucharme, lo despediré.

Actualmente no existen ya en la práctica diseñadores ­constructores de arcos. Son escasos también los di­señadores-constructores de otros objetos e instrumentos hechos con las manos o fabricados con herramientas sencillas utilizadas por la misma persona que ha te­nido las ideas para adaptar cosas, objetos e instrumen­tos a su historia personal o a la historia del adquirien­te o, como se dice, del consumidor. Hoy estos artesanos especialistas diseñadores-constructores son muy pocos, porque en la historia de la humanidad, como todos sabemos, se ha producido la invención de las máquinas y éstas no son útiles sencillos que sirvan de auxiliares a las manos en su labor, sino que son instrumentos muy complicados y elaborados que sustituyen por completo o casi el trabajo de las manos; hacen por sí mis­mas todas o casi todas las operaciones que antes se ha­cían con las manos y las hacen, además, a gran velocidad y hasta mejor, en el sentido de que posiblemente no cometen los errores que se cometen con aquéllas y rea­lizan por otra parte trabajos que por medios normales no se podrían nunca llevar a cabo, ni de prisa ni lentamente.

Con la invención de las máquinas todo problema re­sulta muy complicado debido a la velocidad y a la can­tidad. Resulta complicado decidir lo que se va a hacer, encontrar dinero para hacer aquello que se ha decidido hacer, saber cómo proyectarlo y llevarlo a cabo, encon­trar los materiales para ejecutarlo, saber dónde poner aquello que se ha hecho y luego cómo expedirlo, trans­portarlo, distribuirlo, cómo venderlo más tarde, como lograr que se le pague a uno, qué hacer si no se vende y que hacer si no resulta suficiente, así como otras mu­chas cosas que son muy complicadas debido a la velo­cidad y a la cantidad.

Por eso hoy existen tantos especialistas: cada uno sabe o debería saber muchas cosas, todo lo que habría que saber sobre cualquier aspecto especial de todo este proceso complicado que se ha puesto en movimien­to a partir del momento en que se inventaron las ma­quinas, a partir del momento en que se produce, a gran velocidad y sin cesar, una cantidad enorme de cosas, de objetos e instrumentos, y se producen asimismo Instrumentos para construir otras máquinas y se pro­ducen máquinas para producir incluso materiales. No sólo materiales viejos, que se encontraban ya en el mun­do, sino también materiales nuevos, que no habían existido anteriormente y con los cuales se pueden fa­bricar otros tipos de cosas, de objetos y de instrumentos nunca vistos, y así sucesivamente.

Incluso en la fase del trabajo referente al proyecto existen muchos especialistas, como pueden imaginarse, porque para hacer el proyecto de cualquier cosa, aun cuando sólo sea el de una aspiradora, el de un fregadero de cocina o el de un grifo para el agua de la bañera, o bien el de una simple silla, para no hablar del proyecto de un automóvil o el de un teletipo, un tren o una casa prefabricada, se requieren muchos especialistas de todo género: ingenieros para los proyectos de los mecanismos y de las estructuras necesarias, otros in­genieros que estudien los materiales para fabricar los mecanismos y las estructuras o bien que investiguen los elementos indispensables, etcétera, y asimismo son precisos especialistas en matemáticas y en lógica, y otros especialistas que estudien cómo podrán fabricar-se estos mecanismo y estructuras estudiados por los ingenieros y cómo podrán proyectarse y construirse las máquinas para fabricar los mecanismos y estruc­turas estudiados por los ingenieros, etcétera, etcétera; y se necesitan, asimismo, especialistas que proyecten la forma, la imagen, la presencia y, más en general, el significado que una cosa, un objeto, un instrumento asume finalmente, para bien o para mal, cuando se de­positan entre la gente, cuando entran en contacto con una determinada sociedad, con su historia, con sus religiones y creencias, con sus utopías, con sus tabúes, con sus costumbres, con sus lenguajes, etcétera.

Son estos últimos especialistas los que actualmente se denominan “diseñadores industriales” —o también industrial designer— para significar que diseñan aque­llas partes del proyecto de un producto que tienen que ver con la relación global, física, cultural, psíquica, etc., del producto con la persona o las personas que lo usan (y lo consumen), y la relación también con la gente que habita los espacios donde aquel producto se encuentra, y asimismo la relación de aquel producto con la gente que acaso no lo usa y acaso no habita físicamente los espacios donde el producto se encuentra, pero habi­ta espacios que resultan más o menos deformados por la presencia próxima o aun muy lejana de aquel pro-dudo, de enormes cantidades de aquel producto.

Esta parte del proyecto, esta parte tan esencial que se denomina design resulta tan complicada que también para realizar esta parte del proyecto se requieren hoy en día muchos especialistas, y así se dice que también para esta parte se exige la interdisciplinaridad, para significar que se deben reunir todos los especialistas posibles y necesarios que sepan lo que es preciso hacer para adecuar el proyecto —y luego el producto— a la ne­cesidad para la cual se está haciendo, y no sólo para adecuarlo a la necesidad presente sino también para la necesidad futura.

Porque naturalmente ha ocurrido que toda esta masa de cosas, objetos e instrumentos producida por las má­quinas se ha precipitado con tanta velocidad e ímpetu sobre la gente que ésta ha acabado por verse completamente rodeada de cosas, objetos e instrumentos diseñados y construidos por otros, o sea, decididos por otros, y así la gente ya no es ella misma y no consigue ya ser ella misma, no consigue decidir nada por sí misma, no consigue siquiera conocer los procedimien­tos a utilizar para decidir por sí misma. Así ha ocurrido también que si uno tiene el poder de producir todas estas cosas, objetos e instrumentos, produce asimismo el destino de la gente para bien o para mal.

En suma, ha sucedido que los que toman todas las decisiones importantes son aquellos que tienen el poder de producir las cosas: son ellos quienes elaboran la política sobre lo que debe y no debe producirse y para quién producirlo y para quién no; son ellos quienes de­finen las “necesidades” por las cuales se dice que se producen las cosas, y son ellos quienes ponen las nece­sidades en orden de precedencia; son ellos quienes con­trolan las necesidades, quienes las distribuyen a deter­minados grupos de gente y quienes impiden a otros grupos distribuirlas en ciertos países.

Esto es lo que sucede con esta invasión de cosas, objetos e instrumentos fabricados por las máquinas, y siendo así, sucede que el problema de base no es tanto el de hacer el proyecto de todas estas cosas a producir, sino el de proyectar la gestión de todas las cosas que se pueden producir, esto es, es el de escoger qué cosas producir o no producir y decidir con cuáles rodear y asfixiar a la gente o con cuáles no rodearla o asfixiarla, y así sucesivamente. O al menos, si debe ha­blarse de especialistas —de aquellos que hacen el pro­yecto— el problema de base en su labor y en su espe­cialización es el de ver hasta qué punto se hallan impli­cados, son conscientes y responsables frente a la gente de lo que hacen, de sus decisiones.

Ettore Sottsass















No hay comentarios: