Niñez

Solía tenderme de espaldas, imaginando
una casa invertida en el techo de mi casa
donde paseaba sola por habitaciones vacías.
No había muebles
allá arriba, sólo un globo de vidrio en el suelo,
y barreras hasta la altura de las rodillas en cada puerta.
Las ventanas, bajas y con alféizar, se abrían al cielo azul.
Nada colgaba en el armario; hasta la cocina
parecía inmaculada, un lugar para la meditación.
Me gustaba caminar por el yeso que formaba remolinos
entrar en las partes de la casa que no podía ver.
El murmullo de la otra casa, ahora mi techo,
sólo me llegaba débilmente. Levantaba la vista
y descubría a mis hermanos mirando viejos dibujos animados.
o a mi madre pasando la aspiradora por la fea alfombra.
Observaba asombrada las camas deshechas, el desorden,
zapatos, muñecas a medio vestir, el teléfono,
luego regresaba vertiginosamente a mi planta perfecta
donde nunca hablaba u oía a nadie.

Debo de haber doblado en el vestíbulo equivocado,
o abierto una puerta que se cerró detrás de mí,
porque ahora vivo en el techo, no en el suelo.
Esta es mi casa, habitación vacía tras habitación vacía.
¿Cómo haré para regresar a la casa verdadera,
donde mis hermanas derraman la leche, mi padre llama
y yo estoy sentada a la mesa, comiendo cereales?
Lleno de muebles mis habitaciones blancas,
cuelgo cortinas sobre el penetrante azul de fuera.
Yazgo de espaldas. Me esfuerzo por mirar hacia abajo.
El techo es más alto de lo que solía,
el suelo está tan lejos que no puedo determinar
en qué habitación me encuentro, en qué año, en qué vida.

Maura Stanton












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