A la hija

Cangrejo y Camarón marchaban. Era
la noche, radiante se extendía
el país de las Langostas.

Era la noche sin final, la espera
sofocada de la incorpórea mano
que te apretaba la garganta,
del aterrado brinco, del ojo dilatado,
el exorcismo de las grandes sombras
precipitándose, las que incubaba
la lámpara sepulta. Y, sin embargo,
los animales de la infancia aún
reían en lo oscuro, aún recorrían
de aire y de seda mares increíbles,
los reinos encantados
rotaban los colores,
auroras boreales sobre el hilo
de la aventura. Y, mano
en la mano, esperábamos el alba.

Ahora que con desgarro, consternada,
has cruzado el umbral, y veo tu imagen
alejarse empujada por el viento
de alta mar, y aturdido el corazón
te sigue (¿por extraños
parajes tal vez andarás, por donde
ya no podré seguirte?,
¿tal vez será humillada
la hermosa palma
que con orgullo sostenía en alto?),
daría toda esperanza, aún los últimos
fantasmas entrañables de la mente
haría arder en rápida fogata
para entibiar tus miembros,
alumbrarte el camino.

Pero que un día, al menos, cuando baje
la gran calma, que entonces pueda tenerte cerca.
Que el murmurante bosque en un susurro
vuelva a animarse del antiguo viento.
Que el tiempo se haga nuevamente fábula.
Escucha. A lo mejor la oscuridad
no es tan oscura al fin… Mira: penetra
como la aguja de una luz azul
en el bosque sombrío. Mira: ahí,
en la espesa maraña hay un fantasma
de agua loca, que ríe. Descendamos
por el rayo impalpable. Hay otro bosque,
hay otro cielo. Cautamente, al sesgo,
con sus patas torcidas,
Cangrejo y Camarón regresan
a la guarida de las comadrejas.
Reptando, a los purpúreos
torreones de los hongos
amanitas aún trepan los astrónomos
caracoles. Exhalan los estanques
luminiscentes el suave canto
de las ranas.
                     ¿Será un instante, apenas,
o lo eterno? Y qué importa, si tan sólo
vive el rapto indecible
del corazón, más fuerte
que toda falsedad, toda verdad,
más verdadero que lo efímero e inmortal,
el verdadero sueño de la fábula,
cuando, mano en la mano,
descenderé al antiguo paraíso,
me perderé en aquel dulce color del alba.

Sergio Solmi



Canto de mujer

Canto de mujer que se sabe no vista
tras cerrados postigos, bronca voz,
por lánguidos desmayos e imprevistos
temblores recorrida, hecha de huecas
palabras que no entiendo.
Oh voz absorta, tormentosa y dulce,
llena de sueños,
como en un tiempo el canto de sirenas
que en alta mar hechizó a los marinos.
Voz del deseo que no sabe
si quiere o teme, que a nada se refiere
sino a sí misma, a su amor trémulo
y oscuro. Como tú, la encendida carne
aún habla y se escucha
existir, asombrada.

Sergio Solmi



Oración a la vida

Para que mientras más te quemes, mejor escucharte,
para que mi corazón siempre parta
tu espada sedienta cortada,
para que la noche ansiosa en
vano de buscarte lucho
y el amanecer me alcance
como una muerte amiga,
no me des tregua, vida mía,
déjame la pobreza humillada,
el negro insomnio, las curas y los males.
Déjame el deseo delirante
que se hincha en espejismos
y la sangre tímida que se agita con cada
respiración.

Porque cuanto más te quemas, mejor sentir
este beso tuyo que se retuerce y decolora,
cada fibra mía consume tu fuego,
cada pensamiento somete y anula,
cada dulce, paz y alegría,
niégame de nuevo.

Sergio Solmi











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