Acostarse con un hombre

En aquellos días pensaba que tenía que
hacer todo aquello que me daba miedo,
así que me acosté con un hombre.
Era un punto más de una lista
dormir en un cementerio, bajo la luna llena,
no apartar la mirada de la cara golpeada y quemada de la chica,
atarme en la catapulta
de alguna píldora azul y eléctrica.
Eran los setenta, toda nuestra generación
estaba más que dispuesta a cortar con una sierra
la rama sobre la que nos sentábamos
para ver cómo era aquello de caer -bump, bump, bump.
Conocer lo peor de uno mismo
parecía como una auto-mejora entonces,
y el sufrimiento era una aventura.
Así que me acosté con un hombre,
lo cual no recuerdo muy bien
excepto que no fue divertido.
Las cortinas se agitaban en la brisa
proveniente de la parilla de una radio negra. Van Morrison
llenaba la habitación como un aftershave astral.
Acosté mi masa de engaños
al lado de su masa de engaños
en una habitación oscura en la que luchaba
con ese viejo adversario, yo mismo
-con la forma, esta vez, de un cuerpo-
en algún sitio entre el cielo y la tierra,
dos cosas a las que tenía miedo.

Tony Hoagland



Adán y Eva

Quise pegarle en la boca y esa es la verdad.

Después de todo, habíamos pasado de la estación de las miradas furtivas
a la estación de las bocas hambrientas,
de la orilla de las polleras y los jeans desteñidos
al océano de la piel en libertad,
de la cumbre peligrosa de los escalones del departamento
al valle santificado de la cama −

la vela oscilaba en la cómoda, la pequeña espada amarilla
soltaba su aroma a humo y cera,
y yo podía oler el deseo de ella
como una nube húmeda sobre el campo,

cuando en el momento crucial, en el momento fundamental,
en el momento de atención firmes,

agitó su mano blanquísima
delante de la entrada a su cuerpo y dijo No,

y mi cerebro estalló en llamas.

Si no pude hundirme en ella como una lanza oscura
o disolverme en ella como un coágulo tirado al río,

¿puedo llegar hasta el final y decir
que quise pegarle en la cara?
¿Me dan permiso de decir eso, que quería pegarle en la cara blanda?

¿O decir esto es otra instancia de la rapacidad,
otra manera de hacer lo que quería hacer entonces,
al decirlo?

¿Acaso un hombre es solamente un animal, y acaso una mujer no es un animal?
¿Es el nombre del animal poder?
¿Es verdad que el hombre quiere ver a la mujer
herida por su propio placer

y la mujer quiere ver en la cara del hombre la expresión
de alguien que cae desde una gran altura,
que la mujer se emociona con el poder de su debilidad
y el hombre se asombra con la debilidad de su poder?

¿Es la cacería sexual una caza en la que el animal interno
arrastra al humano
a una jungla hecha de vocales,
una maleza de pelos y sudor,

o es esta una idea obsoleta
alojada como un fósil
en el cerebro del mono
que vive dentro del hombre?

¿Puede el fósil ser removido quirúrgicamente
o disuelto, o rediseñado
para que el hombre pueda ser humano como la mujer?

¿Es que la mujer ve al hombre como una casa
donde vivir a salvo,
y es que el hombre ve a la mujer como a una puerta
a través de donde escaparse
de la odiosa prisión de sí mismo,

y si la puerta está cerrada,
es que él odia a la puerta entonces?
¿Es que aprende a odiar todas las puertas?

He visto a la lluvia volverse nieve y otra vez volverse lluvia,
y he visto al amor volverse sexo
y otra vez volverse amor,
y nadie se cubrió la cara de vergüenza,
y nadie se levantó para adentrarse en las fauces solitarias de la noche.

¿Pero adónde, de hecho, se podría haber ido?
¿Es acaso mejor que algunas cosas queden sin decir?
¿Debería decirles el nombre de ella?
¿Puedo decir otra vez,
que quise pegarle en la cara?

Hasta que digamos la verdad, no puede haber ternura.
Mientras haya deseo, no estaremos a salvo.

Tony Hoagland



Automejora 

Justo antes de que ella saliera volando como un cisne
hacia la lujosa casa de verano de sus padres,
su novia universitaria le pidió a Bruce
mejorar su destreza en el sexo oral,
y le ofreció un consejo técnico: 

Nada más usando la punta de su lengua
debía mover el interruptor de la luz de su cuarto
de encendido a apagado cien veces al día
hasta que él madurara con fluidez en los matices
de la fuerza y la latitud.

Imagínatelo practicando todas las noches,
más inspirado de lo que alguna vez lo estuvo por el álgebra,
con gotas de sudor brotando de su frente,
pensando, treintaisiete, treintaiocho,
viendo, en el túnel de visión del ojo de su mente,
la ecuación cuadrática del clímax de su novia
cediendo a la lógica
de su simple matemática.

Tal vez desenroscó
el foco del techo de su departamento
de manera que los transeúntes no creyeran
que una luciérnaga gigante estaba golpeando
su eléctrico abdomen en el 13 B. 

Tal vez, mientras él permanecía
a dos pulgadas de la pared,
en la oscuridad, empañando el antiguo yeso
con su aliento, visualizaba el futuro
como una mansión situada en la costa
a la que él había remado
con el cansado remo de su lengua. 

Por supuesto, la novia lo botó:
conoció a alguien más, en un centro de esquí,
y quien, usando solamente su nariz,
podía identificar la edad de un Cabernet. 

A veces se nos pide
ser buenos en algo para lo que
no tenemos talento,
o sobresalimos en algo que nunca
tendremos oportunidad de demostrar.

A menudo nos pedimos a nosotros mismos
darle absoluto sentido a algo
que simplemente sucede,
y de esta manera, lo que estamos practicando 

es el sufrimiento,
que todo mundo practica,
pero que, de manera extraña, pocos de nosotros
maduramos agraciadamente en ello. 

Los clímax del sufrimiento son complejos,
costosos, bellos, pero secretos.
Bruce no volvió a jugar con el interruptor de la luz otra vez. 

Así que las avenidas por las que caminamos,
llenas de cuerpos vistiendo caras,
están llenas de talento escondido:
suficiente para hacer a los pianos gemir,
dividir las aceras,
hacer parpadear las luces de la calle con delirio.

Tony Hoagland



Callado

La prolongada exposición a la muerte
Ha hecho a mi amigo más callado.

Ahora su nariz parece menos un hacha
Y más un apagavelas.

De su boca ya no brotan llamas
Y la vida no hace estallar su termómetro.

En vez de echar abajo al gobierno
Lee catálogos sobre pesca con mosca

Y hace fotografías del agua.
Un autor de aforismos diría

Los cuernos del buey han crecido más derechos.
Tiene un corazón más viejo

Que late cada vez más joven.
Su imitación de Atila el Huno

No es tan buena como solía.
Todo lo demás es mejor.

Tony Hoagland



Gramática de gorriones

Los gorriones son ese tipo de gente
que perdió la guerra hace miles de años;
como castigo los despojaron a todos de su color;
cafés y beiges y grises se aferran a los esbeltos
tallos de carrizo en la ciénaga, y apenas y se ven
contra el oscilante pasto quemado.
Tengo que manejar dos horas a la costa,
cruzar los desnudos rastrojales de milpas pisoteadas,
las granjas desvencijadas y en ruina,
el agua en las acequias que está tan quieta y llena
bajo un cielo de octubre de dieciocho colores
–grises todos.
Cuando Emma dijo: “Me cambiaron los planes”,
y clavó la vista en sus manos; cuando Bethany dijo:
“Me quiere pero no bien”,
el día estaba siendo así en nuestros adentros: muy a destiempo:
Se-Renta-Casa, sin amueblar;
garaje con buzón destartalado;
café con vista al lago cerrado por razones personales.
Y los pájaros como soldados derrotados
ocultos entre matorrales que nos llegan al pecho.
Cuando los gorriones se alzan sin motivo aparente
y dan amplias y cortas vueltas contra el vasto cielo pálido,
¿qué tanta importancia puede tener?
Como si mi tristeza hubiese sido una especie amenazada,
como si mi ánimo fuera un área de humedales costeros
necesitados de protección federal,
un lugar en donde nunca se iría a planear un desarrollo,
pensado para siempre como un baldío.
Esto es lo que dejé atrás al ir hacia adelante.
Cada vez que siento que soy un bueno-para-nada
regreso aquí a pararme y a observarlo:
mojado y quieto como una huella en el lodo;
medio oculto entre los oscilantes ocres,
agachado como un asentimiento. 

Tony Hoagland



La historia del padre

“Esta es otra historia en la que pienso a veces:
en la historia del padre

después del funeral de su hijo, el suicida,
que llega a casa para quemar las fotos del muchacho ya muerto;

que se coloca junto al asador del patio
y arroja las imágenes al fuego; que mira levantarse
y desaparecer el humo pálido al interior del bochornoso cielo de Mississippi;

consciente de que está parado al borde de una inmensa frontera,
sin saber que acapara el dolor por completo.

Qué tranquilos se encuentran los suburbios en medio de una tarde
en la que un hombre está destruyendo evidencias,
aspirando la química de Polaroids quemadas,

observando los árboles a través de la cerca
desvencijada, cómo parecen levantarse y asentir en señal de reconocimiento.

Poco después, lo habrá de sorprender
la ira de los suyos:

la esposa que se cubre el rostro con los manos
y la hija insultándolo.
Pero él, por ahora, está seguro de lo que hace; ahora

parece como un hombre que destruyera alguna religión
o hachara las raíces de algún árbol.

Sin parar, he llegado justo a tiempo
para verlo tomar un alambre oxidado

y, con él, empujar la última foto
del muchacho a la parte naranja de la llama:

el rostro que se tiñe de café, el recuerdo que acaba en negativo.
No la bastarda lógica del padre,
no la piedad por una juventud truncada,

sino la inteligencia antigua del dolor,
es eso lo que admiro:

cómo se mueve en torno y dentro suyo, como el humo;

cómo sabe qué hacer exactamente con los seres humanos
y así permanecer en ellos para siempre”.

Tony Hoagland
Traducción de Hernán Bravo Varela, Ectoplasmas. Cuatro elegías estadounidenses, Parentalia Ediciones



Problemas especiales de vocabulario

No hay ningún sustantivo en particular
para el modo en que una amistad,
estirada con el tiempo, se va haciendo más fina
hasta que un día se parte con un chasquido.

Ningún verbo para romper
accidentalmente una cosa
mientras se intentaba abrirla
—un matrimonio, por ejemplo—.

Ninguna locución específica para
perder un libro
en mitad de la lectura
y por tanto no conocer nunca el final.

No hay ninguna expresión, al menos en inglés,
para evitar la visión
del propio cuerpo en el espejo;
para cuando a uno le desagrada el contacto

del sol del atardecer;
para caminar hacia las llanuras y el polvo
que se extienden ante ti
tras haber acabado tus aventuras.

Ningún adjetivo para hablar gradualmente menos,
porque has dejado de ser capaz
de decir la única cosa que podría
hacer que tu vida se saliera de control.

Ciertamente ningún nombre que uno pueda imaginar
para el álamo temblón delante de la ventana de la cocina,
con hojas en forma de pica

girando en sus tallos,
convirtiéndose a sí mismas en
una verde pálida mancha vegetal.

Ninguna palabra para despertarse una mañana
y mirar al rededor
porque el misterioso espíritu

que impulsa todas las cosas
parece haber vuelto,
y está otra vez a tu lado.

Tony Hoagland














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