Afeitada española

Cuando la luz mengua, llevo la afeitadora afuera
para recortarme la barba de las vacaciones. Las canas
se apilan sobre los pastos grises; los pequeños filos
chillan como insectos mientras mis manos ciegas repasan

la barba incipiente. Ahí es cuando aparece mi esposa
y ve de inmediato algo más que podemos compartir.
Se convierte en mi propio espejo, mientras se olvida
de todo, salvo del trabajo que tiene por delante. Ruge un auto

entre los viñedos; ladra un perro. Las hojas
se agitan en la casi brisa, mientras me inclino
hacia adelante como un viejo que se rinde.
Había barba detrás de su amoratado maxilar

que mi padre siempre se olvidada. Sus últimos besos
la exponían cuando, confiando en la respuesta de ella,
bajaba el rostro en dirección a mi madre. Su máscara
se cierne brevemente en el cálido aire de la noche.

Entre mi cara y ella, el suave aliento de mi esposa
recorre la ciega trayectoria del amor.

Tom Pow



Cangrejos: Tiree

Atamos un gusano de grasa de panceta
a una roca chata con tanza
y la lanzamos desde la orilla
al agua clara
de la bahía. Cayó suavemente

sobre la arena y las algas.
Un tirón nos dijo que había picado
o vimos al cangrejo mismo
aferrado a la grasa en jirones tirando de ella
de manera constante: ese era el truco.

Demasiado pronto, demasiado fuerte
y se dejaba caer desde la sombra
de su piedra, evadiendo torpemente
su destino. Pero suavemente
jalando de la áspera línea

de un puño al otro
y ellos venían a nosotros
como bultos de lava, el agua
escurriéndose por sus lomos.
Silenciosamente tercos

colgaban
de un a pinza improbable
antes de la sorda rajadura cuando golpeaban
contra la pared del muelle o el costado
de los baldes en que los conservábamos.

En hilera
cuatro o cinco de nosotros, chicos de vacaciones
competíamos diariamente hasta que cada
balde era una masa de agua salobre
de temible loza

burbujeante debajo
de su piel del agua salada.
¿Qué fue de todos ellos? –
nuestra fila de baldes, el gran hedor
de nuestro deporte veraniego.

Fue un chico rubio
de Glasgow quien finalmente me hizo caer
patas arriba desde donde
me agaché sobre el muro del muelle.
Cuando me enderecé

estaba hundido hasta la cintura en aguas
infestadas de cangrejos. Nadie
podía sacarme. “Tienes que caminar
hasta la orilla”, gritó mi hermana
mientras mantenía las manos

bien alto por encima de mi cabeza
pensando que al menos podría
salvarlas. Pero, ¡qué hermoso
era todo a mi alrededor! La salpicadura
de verdes parcelas

y lagunas de intenso azul,
los conejos, las flores amarillas
sobre la costa pelada. El cielo
era insondable; todo estaba en silencio.
Y yo estaba ahí

moviéndome lentamente a través
de esa perfecta cuña azul
cargando el terror en una mano, culpa
en la otra, dejando la estela breve
para marcar mi vergüenza.

Tom Pow



Caravaggio en Dumfries

El primer día de primavera, Caravaggio
pasea sobre el viejo puente de piedra hacia el mercado. 

Allí, pide tres libras de manzanas reinetas,
dos manzanas deliciosas, una de bananas

y una de peras. El ojo le dice cuál está madura,
cuál es dulce, fresca o ácida. Por fin, señala 

un gran racimo de uvas azuladas. Per favore.
“Lindas, ¿eh?”, observa la vendedora –

una señora diminuta con un gorro negro Bulls y un
diente de oro centelleante. Nota lo

interesado que está su cliente en las uvas. 
Caravaggio piensa que más tarde las pintará, 

las incluirá en su conocido Joven Baco –
ese retrato de sí de piel cetrina.

Tiene veintitantos –recién llegado del campo–
y lo que siente esa mañana cálida 

ante esos montones de frutas apiladas 
no es inocencia sino cándido apetito –

una apertura a toda fecundidad. La historia
lo llamará petrel de las tormentas, tempestuoso,

libidinoso; el mal genio así como la fiebre 
con el tiempo van a matarlo. Pero esa mañana

todo eso parece improbable; imposible incluso,
cuando se dirige a la casa, meciendo sus cinco bolsas de fruta.

En la cabecera del puente, un cisne de un par 
gira alrededor de sus crías, se eleva desde el río

y alza sus alas. Una porción de luz blanca
impacta en Caravaggio con una sacudida de placer

como el muslo abierto de una amante, una magnificencia
que se pliega en sí misma, como de hecho se pliega la luz 

en la oscuridad. Una lección que su ojo asimila
antes de volver cruzando las aguas espumosas. 

Tom Pow



La Anunciación

La Anunciacion (c.1963-64) de Antonia Eiriz (1929-1995)
Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana

Hay algo de Charles Laughton
a propósito de la Virgen lumpen –una simple costurera–
mientras retrocede en su silla, fijada
por una luz pálida. Jadea para respirar,
en tanto pasan a través de ella ondas de choque neurálgicas.
¿Y quién va a culparla? – con apenas
una máquina de coser entre ella
y el ángel que se le presenta
–en una diagonal desde el extremo derecho–
como algo liberado de una trampa,
así de desesperado ha estado por su tarea...

Un crítico se ha referido a
“el salvajismo feroz” de la obra de Eiriz
y en verdad, ninguno de los Cuatro Jinetes de Durero
es tan terrorífico como este demonio esquelético.
Le vemos la caja de las costillas, el hueso pélvico,
redondo como una rueda. No hay nada
detrás de sus insondables ojos cuadrados;
sin embargo el jubiloso horror
de su boca rectangular y oscura
recuerda la jaula de la que saltó.
                                                       Su brazo izquierdo
 –una conjunción de huesos prácticos–
aparece fijado a un costado de su cabeza. De esa prolongación
huesuda es de la que la costurera inútilmente se aparta.

Sin embargo, él entregará su mensaje, con elocuencia
aquí parafraseado: “¿Las buenas noticias?
no hay presente de Dios ni Dios es
un presente. Ni el misticismo ni vida
respiran en esta pintura, sólo
la terrible angustia que precede el final.”
De hecho es una imagen de fuerza sin alegría
– aunque no carente de su majestad. Las alas del ángel
–color agua de zanja–
vuelan detrás de él como una capa;
y encima de sus cejas feroces, casi líquidas,
unas pocas pinceladas marcan una corona.

La información sobre Eiriz
no es tan fácilmente disponible como su obra merece.
Pero entiendo, por hablar con
quienes la conocieron, que cayo en desgracia
en algún momento de los años sesenta, su obra
fue atacada con tal “salvajismo feroz”
que abandonó la pintura del todo –
sin embargo quienquiera que ubique a la Muerte en el centro
del deporte nacional (La Muerte en Pelota, 1966)
no está buscando ganarse el favor de nadie. Según los testigos,
se fue volviendo cada vez más huraña y pasó sus últimos
años infelices en Miami.

Como otros expresionistas más famosos
–Bacon y Ensor, por ejemplo–
su obra es tanto una expresión
de las capacidades de la pintura y del gesto
como de la oscuridad de su visión.
De cerca, puede verse, no hay un pedazo
de tela que carezca de energía e interés.
Sin embargo, ¿que régimen no le temería a alguien,
que, sin una pizca de locura, sólo con un
dolor activa, puede mirar al rostro del mundo
sin ilusión, esperanza o compromiso
–y luego tener el valor
de mantener esa imagen
durante el tiempo que toma
ejercitar su virtuosismo–
hundiendo el pincel
una y otra vez
en la oscuridad?

Tom Pow



Sueños del Nuevo Mundo

 '...profunda oscuridad alrededor
 es el precio de la luz.'
                       Hugh MacDiarmid

I

Llegado sano y salvo. Pero ya demasiado tarde.  
Hurgo en insondables baúles de mapas, 
pongo derecho el sangrante crucifijo, dispongo
cuentos para que encajen en los tapices. Un cuarto frío
con una galería en arco que está siendo preparada.
El sol quema a través de la piedra meliflua; el aire inmóvil
nunca despeja el hedor caliente de carne quemada
y mujeres nativas. Sus ojos oscuros nos odian
o mueren. (Hay una novela en mí;
sus páginas me agobian como plomo de ataúd.)
Miró sobre la bahía y el centelleante mar.
Hago girar el globo. Encuentra Eldorado, digo.
¡Sigue! Encuentra el contrapeso para equilibrar 
todo este sufrimiento, aburrimiento y muerte. 

II

Fuera de la profunda oscuridad circundante, un globo
de exactitud borgiana. Resplandece,
a pesar de que partes de su superficie están oscurecidas, sucias
de polillas aplastadas. Lacrimae addicta.
A lo largo de las secas estaciones de la historia 
han buscado por selvas y sabanas 
de África, Asia, América...
Valiéndose de las criaturas más plácidas 
o de las más débiles, molestan el globo ocular
luego se atiborran los depósitos de sal de sus lágrimas.
Nadie se murió de hambre alimentándose de sufrimiento,
tristeza y dolor. Gira el globo. ¡Mira! Han hecho
arcoíris sobre cataratas gigantes. 
Mariposas de un azul brillante bailan allí.

Tom Pow






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