Agarren a este tipo, asegúrense de que se quede en la SDSU

Odessa: no suena como una palabra particularmente rusa. Acaso italiana o española. Realmente, la ciudad fue nombrada así por Odiseo, el héroe de Homero (si existió Homero). Cualquier palabra, cuando empieza con un sonido abierto, atrae inmediatamente mi atención, probablemente porque tengo inusuales disparos de placer onomatopéyico en la sinapsis de mi cerebro. Métricamente, podría sentirse como un anfíbraco, con la mayor intensidad en la sílaba central. No se preocupen,  no voy a hartarlos de prosodia. La palabra «Odesa» es exquisita, suave, y es también una ciudad de Ucrania en la antigua URSS, cerca del Sur extremo.

Una ciudad portuaria en el legendario Mar Negro, que siempre se ha distinguido (después de San Petersburgo y Moscú) por sus escritores y por su maravillosa multiculturalidad (hablantes de Ruso, Yiddish, y Ucraniano). Ha sido por mucho tiempo un centro de los folclores ruso y yiddish, de donde proviene el imprescindible escritor de ficción, Isaak Babel. Aquí hay un buen consejo y una muestra de sabiduría  escrito por ese maestro: «Ningún hierro puede traspasar el corazón con tanta fuerza como un punto puesto en el lugar que le corresponde».

Alexander Pushkin (que murió en un duelo en 1837 a los 37 años) es sin duda el más grande poeta del Siglo XIX en cualquier idioma. Aunque creo que nuestro propio Walt Whitman, que publicó la primera edición de Hojas de hierba a los 37 años en 1855, un par de décadas más joven que Pushkin, podría haber aguantado, libra por libra, los 15 rounds frente a él, fácil. Pushkin fue exiliado a Odesa por un poco más de un año por fastidiar al zar. Este tipo de situaciones ocurrieron en Rusia hasta bien entrado el Siglo XX, ambos siglos, tanto el XIX como el XX, fueron tiempos aciagos para los escritores rusos. Cuando no fue el zar, fueron los malditos comunistas. Uno podría ser enviado al gulag por escribir algo que molestara al zar o a Stalin y su séquito. Y después de ese tiempo…

Una vez más, no los voy a hartar con Stalin todo el tiempo, pero Stalin, a diferencia de los dictadores más paranoicos no restringidos por la conciencia, tenía debilidad por los escritores (al menos por algunos). Ahí está la famosa historia, quizás apócrifa, muy poco probable, de que Stalin llamó a Boris Pasternak (en el momento más grande escritor vivo de Rusia) para preguntarle qué sabía del poeta Ósip Mandleshtam, que había escrito negativamente sobre Stalin. El poema, por lo general con el impostado título de Stalin Epigram en su versión inglesa, no nombra directamente a Stalin, y tampoco fue publicado, sólo pasó de boca en boca. Aquí hay unos pocos versos de ese poema: «Los diez gusanos gruesos de sus dedos,  sus palabras como medidas de peso, / la gran cucaracha sonriente sobre su labio, / el resplandor del borde de sus botas»

¡Stalin se preocupaba de lo que los poetas estaban escribiendo! Yo recuerdo haber escrito algunas cosas bastante críticas sobre Ronald Reagan (aunque tampoco puse su nombre): y no escuché nada, no hubo agentes del FBI persiguiéndome, yo ni siquiera conseguí ser auditado por el IRS. La historia dice esto: Stalin quiere la opinión de Pasternak sobre la poesía de Mandelshtam y lo llama a las 2:00 am. Pasternak, alterado y en pijama, habla sobre la poesía de Mandelstam, pero no muy bien. Ni mal ni bien. Sabía que si decía que Mandelshtam era un gran poeta (que lo era), sería hombre muerto. Ósip Mandelshtam era todavía muy joven y lo suficientemente desconocido como para poner una bala en la parte posterior de su cuello sin levantar mucho alboroto. Por otro lado, si decía que era un poeta pésimo, sería lo mismo, probablemente esa misma noche. Así, Stalin envía a Mandelshtam al exilio en 1932. La primera vez a Voronezh y, más tarde, al Lejano Oriente, donde murió, en esencia, de hambre y enfermedades. No hay ningún registro oficial de su muerte, pero murió alrededor de 1940. ¿Algún hombre es un problema? Mata al hombre y problema resuelto, Stalin dijo algo así. Ahora, imaginemos a Pasternak allí, sosteniendo el teléfono negro, después de que la línea del Kremlin se cortó. Yo estaba feliz de leer en alguna parte que mientras Stalin estaba muriendo decía aterrorizado que escuchaba lobos aullando.

La esposa de Mandelshtam, Nadezhda, había memorizado todos los poemas de su marido, excepto un puñado, en el momento de su primera detención, en caso de que sus manuscritos fueran destruidos, y lo fueron. Cuando se le preguntó por qué no había memorizado también el puñado extra, dijo: «Porque se los escribió a otra mujer». Sus dos libros de memorias sobre los años de Stalin, Hope Against Hope y Hope Abandoned, dan testimonio monumental de la época.

Anna Ajmátova es otra gran poeta del Siglo XX asociada con Odesa. Nació allí en 1889, su primer poema largo, Junto al mar, fue escrito para la ciudad. Era llamada, reverentemente, «Anna de todas las Rusias». Se las arregló para evadir el asesinato o el gulag (aunque su hijo no), durante todo el periodo de Stalin, aunque sufrió aislamiento, fue vigilada constantemente, no pudo publicar, etc. Su crimen capital: escribir poemas personales, poemas de amor. Era o realismo soviético o nada. Para mantener a su hijo con vida y sacarlo del gulag, se obligó a escribir algunos poemas elogiosos para Stalin. Eso debe haber sido una píldora difícil de tragar, humillante para ella, pero sus lectores la entendían.

Antes de irnos de la Rusia estalinista a San Diego, California, e introducirnos en el poeta Ilya Kaminsky, quiero contarles un poco más sobre el lugar en que el poeta nació y creció (adivinaron: Odesa), hasta que cumplió 16 años, y llegó a Estados Unidos. El clima de Odesa es templado, no es precisamente Palm Beach pero, comparada con el frío que regularmente se asocia con Rusia, es más cercana de lo que supondríamos.

Es una ciudad rica en multiculturalismo, combinando lo ruso, lo ucraniano, y las influencias yiddish, en particular la lengua y el folclore. Las canciones y los poemas rusos (y yiddish) escritos alrededor o sobre Odesa abundan. Las canciones a menudo presentan una ciudad rara, más impresionante que Viena o París. Una ciudad que encarna el progreso, una sensación de libertad y sin preocupaciones, pero un lugar que también es peligroso: un lugar ideal para que un poeta nazca y crezca.

Le pregunté a Kaminsky sobre Odessa. Empezó diciendo: «Los literatos rusos son bastante nazis en su esnobismo acerca de la ubicación. Durante los últimos 200 años —en gran medida, prácticamente los únicos años de actividad literaria de tiempo completo en el país—, sólo había dos lugares donde la literatura ocurría: San Petersburgo y Moscú. Moscú era la ciudad asociada con Tsvetaeva (Marina, otra de los más grandes poetas de Rusia.  Ella se colgó durante la era de Stalin, después de años de exilio, desesperación, hambre y dolor), Pasternak, y más tarde Yevtushenko [Yevgeny] y Voznesensky [Andrei]. San Petersburgo fue la ciudad de la antigua gloria iluminada, desde Pushkin y Lomonosov; de Ajmátova, Blok, Mandelshtam, y más tarde Brodsky [Joseph, que llegó a Estados Unidos en la década de 1970 después de haber sido condenado en la Unión Soviética por ser un «parásito de la sociedad », es decir, era un poeta). Los poetas de Moscú y San Petersburgo no se soportaban. Fue célebre la rivalidad de Brodsky y Yevtushenko (Yevtushenko visitó y recorrió América varias veces en los años 70 y 80 y emigró a los EE.UU. en los años noventa y, aún hoy, está en Universidad de Tulsa. Oklahoma. Brodsky, no muchos años después de ganar el premio Nobel de literatura en 1987, murió de un padecimiento cardiaco, un fumador empedernido hasta el final).

Después de mencionarle estos feudos literarios y sus enemistades, dijo Kaminsky: «Pero ese tipo de cosas sucede en todos los países». (Muy cierto, profesor Kaminsky). Mi disturbio literario estadounidense favorito fue cuando Ernest Hemingway (que llevaba pijama en ese momento) golpeó a Wallace Stevens en la cara. También me divierte la historia de Hart Crane defenestrando su máquina de escribir desde el segundo piso, porque la máquina no era capaz de escribir una carta en perfecto Español (un lenguaje del que él mismo sabía seis palabras). La carta era para el presidente de México, sobre algo con lo que Crane se había exaltado.

Entonces, cuando Kaminsky tenía 16 años, se le concedió asilo político a su familia en Estados Unidos. Es así como Kaminsky lo explica: «La razón por la que mi familia recibió asilo no tiene, para ser honesto, nada que ver conmigo. Sería absurdo de mi parte querer colgarme medallas ajenas. Yo tenía 16 años, salía con chicas, así Odesa era un lugar como cualquier otro para un joven de 16 años de edad que va descubriendo las calles y no conoce alternativa. Fueron tiempos emocionantes. Y es cierto que no fue divertido, por decir lo menos, ser un niño judío en la escuela secundaria de Ucrania en ese momento, como tampoco lo es ahora. Pero así es como eran las cosas por entonces. Mi hermano se fue para Estados Unidos primero. Él se enamoró de una mujer que iba allá —se aman, sienten que deben vivir juntos, se casan, quieren tener hijos y así se fueron—. En aquel entonces, mi padre dijo, si quieres ir, ve, pero nosotros no iremos. Y, a partir de ese momento, mi familia se quedó en Estados Unidos.

Todo esto fue lo que verdaderamente ocurrió, y luego él dijo algo que al mismo tiempo me sorprendió y no: «Mi padre lo hacía muy bien. ¡Era capaz de sobornar a la policía soviética. Y ser judío no era tanto de un problema en 1991. Los problemas comenzaron unos años más tarde. La URSS se desintegró. Mi padre tenía muchos amigos, algunos de ellos de la infancia, que eran periodistas. Él era un hombre de negocios  —involucrado en cosas tan dispares como una fábrica de cepillos y la industria del cine— pero sus amigos eran en su mayoría escritores. Tenía el dinero que ellos no».

«Ellos venían a las fiestas de casa a menudo, él trató de ayudarles a salir. Era una sensación de festival, en cierto modo. Cuando la URSS se desintegró había un aire de libertad, y los periodistas y escritores fueron los primeros que pensaron que todo estaba permitido, que ahora podrían escribir sobre todo tipo de corrupción. Pensaron que la pluma podía conquistar batallas, y así sucesivamente. Pero sobre todo en Ucrania —aunque es más o menos lo mismo en la Rusia de hoy— la vieja burocracia permaneció en el poder, a pesar de que cambiaron las afiliaciones partidarias».

«Así que cuando los periodistas escribieron acerca de la corrupción, fueron asesinados en las calles. Fue todo un shock, y fue inmediato. Boris Derevyanko, era un buen amigo de mi padre; un hombre curioso, editor del mayor periódico Odesa y cronista del Teatro de Ópera. Él escribió sobre la corrupción y publicó un libro sobre la Ópera en Odesa. Fue asesinado».

Tuve que pensar por un momento acerca de las últimas tres cortas declaraciones. Hay algo en esa frase del centro, será la oración de en medio la que contiene el nudo de la verdad sobre el ser humano: somos, una parte del tiempo, probablemente la mayoría, criaturas miserables y odiosas.

Kaminsky: «El problema con mi padre era que,  se ve realmente mal en el papel cuando eres un hombre judío que tiene amigos que escriben sobre el gobierno, mientras que él les ayuda con dinero.  Además, de ser un judío en el rehostigamiento del derrumbe del Estado,  sin policía para sobornar».

¿Sin policía para sobornar? Tuve que recordarme a mí mismo que no estaba en un cuento de Kafka. El verano pasado estuve en Praga, y coincidió con ser el 75 aniversario de la muerte de Kafka. No había ni una palabra sobre él en los periódicos. Le pregunté a un escritor mayor checo sobre esto, y me lo explicó con sencillez y con un aire de tristeza; que los checos tienen sentimientos encontrados sobre Franz Kafka: a pesar de que vivió en Praga la mayor parte de su vida (y escribió todos sus grandes libros allí), escribió en alemán (había cientos de miles de alemanes étnicos en Checoslovaquia entonces), y él era un Judío.

Kaminsky otra vez: «Todo estaba en la calle. Que usted es judío está escrito en su cara, como dicen en Rusia, "No le sellaremos el pasaporte, le sellaremos en la cara"».

Quería saber más acerca de su llegada a Estados Unidos, y él dijo: «Yo sólo puedo hablar por mí, ya que mi familia llegó a un lugar en el que sólo unos pocos inmigrantes habían arribado: la parte más septentrional de Nueva York. Si hubiéramos llegado a Brooklyn, sería otra historia. Pero en el estado de Nueva York, cuando nuestro avión aterrizó y el taxi nos llevó al departamento, estaba nevando, era sábado y no había gente en las calles [enfatiza Ilya]. Viniendo de Odesa, que es bastante cosmopolita, sinceramente, nunca antes había experimentado la situación  de conducir en la calle a la plena luz del día y que no haya un sólo ser humano caminando. Mi primera experiencia de EE.UU. era surreal. Es como si hubiera habido un ataque de bomba atómica y todo el mundo acabara por desaparecer. Es un país solo. Por supuesto, me acostumbré a ello».

Suena diferente de la mayoría de las historias de arribo de los inmigrantes. Su madre y su hermano viven ahora en Los Ángeles. Trágicamente, su padre murió un año después de emigrar a los EE.UU. Fue de causas naturales. Si se hubiera quedado en Odesa, las causas podrían haber sido otras.

Kaminsky es alto (1.90, por lo menos) y, al igual que muchas personas altas, se inclina un poco, tiene unas cuantas libras de más y es larguirucho y, al igual que muchos poetas que conozco, un tanto heterodoxo en su atuendo —la camisa sin planchar fajada por delante, pero no por detrás y con tres botones abiertos que muestran una camiseta blanca estándar debajo. Su esposa le abrochó algunos de los botones antes de irnos a la clase, y para el momento que llegamos allí, estaban desabrochados de nuevo. Era, con razón, ajeno a esto. Él tiene una gran sonrisa algo inocente y cabello oscuro algo despeinado. Conozco a un brillante poeta estadounidense de alto nivel que se afeita a sí mismo en lo que uno de mis amigos se refiere cariñosamente como «el método de rotación de cultivos». En otras palabras, que deja sin afeitar franjas enteras de las mejillas o la barbilla, siempre en diferentes lugares. Theodore Roethke perdió una vez un par de pantalones durante varias semanas. Con el tiempo, los encontró sobre su escritorio.

Kaminsky vive con su esposa, Katie Farris, una escritora de ficción, a quien conoció en una de sus lecturas de poesía. Su modesto apartamento, en la zona de North Park de San Diego, es espacioso y lleno de luz. Le pregunté cómo se conocieron él y Katie y me dijo: «Te vas a reír, pero nuestra primera conversación era sobre Kafka. En aquella lectura yo que tenía mucho acento, y no hay muchas personas podían entenderme por entonces. Pero, irónicamente, ella había estado estudiando rusoo desde hace bastante tiempo. Así que pensé: ¡Aquí hay una mujer hermosa e inteligente que puede entender realmente lo que digo!, ¡Un regalo de los dioses! «Ella también es alta, muy delgada, y encantadora. Ellos se adoran claramente entre sí. Farris es vegetariana y nos sirvió un delicioso almuerzo. Le pregunté a Kaminsky si era vegetariano. «Sólo cuando como con ella», dijo. Se refirió a sí mismo en un momento como un «hijo de puta realmente afortunado» por haberla conocido.

Durante mi breve visita a su apartamento, dejé de preguntar si podía ver su estudio. La mayoría de los estudios de escritores están llenos de libros. Me encanta mirar los estantes de los escritores. (¿Quién dijo: «Muéstrame la biblioteca de un escritor y te diré su biografía»?) Más tarde me enteré de que el estudio de Kaminsky estaba en su cochera, lo que me hizo arrepentirme aún más de no pedirle verlo.

Le pregunté cómo había sido la melancólica penumbra del junio de este año. Él no había escuchado nada al respecto, o no se dio cuenta, o no era tan malo. Él tampoco estaba familiarizado con las Grunion Run’s, ¡los residentes de San Diego, le enseñaron los modos del Sur!

En el momento en que usted lea esto, Kaminsky tendrá 31 años [2008]. El trabajo de enseñanza que aludí anteriormente es en la Universidad Estatal de San Diego (SDSU, por sus siglas en inglés), donde es profesor de Inglés y escritura creativa.

[…]

Así es como un poeta ucraniano de la ciudad de Odesa vino a vivir a San Diego. Él consiguió su nombramiento en la SDSU porque es un poeta y con la sólida reputación de su primer libro, publicado cuando tenía sólo 28, llamado, precisamente, Bailando en Odesa, con el que ganó el Premio Dorset y fue publicado por Tupelo Press, una de los mejores editoriales independientes de poesía en el país. El libro también consiguió otros premios después de su publicación. Es un libro asombroso, no sólo un buen primer libro, o un buen libro de un poeta joven, sino un magnífico y sorprendente libro de poesía, punto. Podría seguir sobre por qué pienso así, pero esto no es una reseña del libro. Si lo fuera, la última frase de la reseña sería: «¡Lee este libro!».

Una breve reiteración: Hombre joven llega a Estados Unidos a los 16 años, no habla Inglés. Se sienta en sus clases de secundaria con un diccionario Ruso / Inglés, busca palabras lo más rápido que puede. Termina la escuela secundaria, la universidad y la escuela de leyes en menos de una década. Practica leyes por algunos años. Obtiene un trabajo de enseñanza en la universidad  —y apuesto a que había más de 300 solicitudes para esa posición—. Publica, en un idioma que no es su lengua materna, un libro de primera categoría de poemas.

Asistí a su clase de estudiantes de posgrado de escritura en la SDSU. Antes del seminario, Kaminsky y yo hablamos por un rato en un balcón en el pasillo del edificio de su salón de clases. Estábamos sobreponiéndonos al tráfico durante las horas pico en la I-8. Él daba una clase a media tarde debido a que muchos de sus estudiantes trabajaban y/o tienen familias. Al otro lado de la carretera hay un profundo cañón y la localidad de La Mesa. El cepillo y los árboles se veían increíblemente secos. Fue unas semanas antes de los fuegos de octubre.

[…]

No es el escritor lo que es importante, de cualquier modo. Lo que importa es la escritura, los poemas, cuentos, obras de teatro, novelas, etc. y es lo inmensamente importante. Una de las últimas cosas que Kaminsky me dijo fue: «Y, sobre la poesía, no estoy seguro de si lo había dicho antes, por lo que quiero decirlo ahora —quiero dejar bien claro que tan jubilosa es la tarea de escribir, que maravilloso y mágico. No es que lo biográfico o lo histórico se exalte demasiado. La biografía-historia de los escritores, después de todo, sucede verdaderamente en sus lenguas.

Si tienen la oportunidad de leer los poemas de Ilya Kaminsky o escucharlo leer, háganlo. Sus poemas les harán sentir un poco más vivos y un poco menos solos. Y si llegan a ver a Kaminsky en la ciudad, lo más probable es que será el mejor poeta que jamás vean por la calle.

Thomas Lux
traducido por R. A. y originalmente publicado en San Diego Reader




Para ayudar a un mono a cruzar un río

que él tenga que
cruzar, a nado, al ir a por frutas y nueces,
para ayudarlo
me siento con mi rifle en una plataforma
en lo alto de un árbol, en el mismo lado del río
que el hambriento mono. ¿De qué le sirve esto
al mono? Mientras él nada yo miro primero
río arriba, pues los depredadores se mueven más rápido
a favor de la corriente que contra ella.
Si un cocodrilo se dirige desde río arriba a comerse al mono
y viene una anaconda de río abajo
con la misma intención, yo hago
mis cálculos, álgebra, ángulos, estimando la velocidad
del mono, el reptil y la serpiente, y si —si—
parece que la anaconda o el cocodrilo
van a atrapar al mono
antes de que este alcance la lejana orilla,
alzo el rifle y disparo
una, dos, tres, y hasta cuatro veces sobre el agua,
justo detrás del mono,
para apremiarlo un poco.
¿Disparar a la serpiente o al cocodrilo?
Ellos solo hacen su trabajo.
Pero el mono, el mono
tiene las manos pequeñas, como un niño,
y a los más listos, en una jaula, se les puede enseñar a sonreír.

Thomas Lux



Tarántulas en el salvavidas

Por algún motivo semitropical
cuando llueve
implacablemente caen

en las piscinas, estos por otra parte
brillantes y terroríficos
arácnidos. Pueden nadar
un poco, no por mucho tiempo

y no pueden subir por la escalera para escapar.
Por lo general se ahogan, pero
si quieres su favor,
si crees que existe la justicia,
una recompensa por no querer

la muerte de desagradables
y aun peligrosas (anguilas, serpientes nariz de cerdo,
ratas) criaturas, si

crees estas cosas, entonces
tendrías que dejar un salvavidas
o dos en tu piscina por la noche.

Y por la mañana
arrastrarías fuera
las acurrucadas, peludas supervivientes

y las acompañarías
de nuevo al matorral y, ¿sabes?,
te asegurarías de que al menos las que se han salvado,
como individuos, no aparecerán

de nuevo un día
en tu sombrero, un cajón
o el enmarañado inframundo

de tus calcetines, y que incluso—
cuando tu confianza en la justicia
se une a tu confianza en los sueños—
pueden comunicar a las otras

mediante un lenguaje de signos
cuatro veces más ingenioso
y complejo que el del hombre

que eres bueno,
que las amas
que las salvarías de nuevo.

Thomas Lux



Un diente pequeño

A tu hijita le sale un diente, luego dos,
y cuatro, y cinco, después quiere algo de carne
directamente del hueso. Todo

ha terminado: aprenderá ciertas palabras, se enamorará
de cretinos, imbéciles, de un charlatán
seductor camino de la cárcel. Y tú,

tu esposa, envejecidos, cubiertos de manchas
y sin arrepentiros de nada. Hiciste, amaste, los pies
te duelen. Anochece. Tu hija ha crecido.

Thomas Lux



Víctimas de la plaga lanzadas por encima de los muros de la ciudad sitiada

Primera guerra
biológica.
La muerte
así lanzada semeja ruedas
en el cielo.
Mira: ahí va
Larry el Zapatero, descalzo, por encima del muro,
y Mary la Salchichera, mira cómo vuela,
y los mellizos Sombrerero, los dos a la vez, sobrevolando
el parapeto, el codo del pequeño Tommy doblado
como si saludara,
y su hermana, Mathilda, detrás de él,
con los brazos extendidos, a través del aire,
igual que hacía
en la tierra.

Thomas Lux









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