Agradable mal tiempo

Brusco se deshilacha el humo sobre las casas.

Licuación y cristales en toda la ciudad.

Es el fin del invierno.
......................... Llamas
de primavera.
................Todo lo que no se dice,
¿adónde va? ¿Está dicho o no dicho?
¿Y el miedo o el coraje de decirlo o callarlo?
¿Y la transparencia? ¿Y la verdad?

¿Y la verdad tras la verdad?

Todo está dicho por las hojas viejas,
ese humus espeso que arderá este verano
en la ciudad que hoy lame
sus flancos y se enjuaga en neblina.

Se humaniza el cemento.

Todo es una conversación en calma.

El café da su aroma benigno.

Mas la pasión, que sube
del más oscuro fondo de linces y de pumas,
se adhiere a la sombra más pura y metálica
y brilla en un ángulo, por sí misma abrasada.

Razones no agita:
devora tiempo,
devora conversaciones,
devora fricciones de los cuerpos en la penumbra,
devora drogas que queman el alma
y agotan los sentidos.

La ciudad muestra su espalda oxidada.
Es como la espalda de una doncella
impura, impúdica, incendiaria.

El otoño está lejos. Y todos los otoños.

Vamos llegando a casa.

La ciudad arde por sus cuatro costados.

Cada día
es como una llamarada
en un cielo infinito.

Roberto Mascaró



ÁRBOL

A

Me encontré frente a un árbol. Ese árbol no me dejaba ver el bosque. Les dije: pero hay un bosque. Un bosque creciente, un bosque decreciente. Se rieron diciéndome: son cinco árboles, aunque tú ves sólo uno. Deberías ver el bosque que no es tal. Les dije: es otoño, les dije: el árbol, como brazos desnudos que clamasen al cielo, árbol es lo que veo. Y ya no veo el bosque, jacarandá, dije, húmedas brillan las araucarias, decía. El bosque no es tal, ja ja, dijeron entre risas feas. Yo vengo del desierto, dije con labios secos. Para mí es bosque eso que no veo, pero que por allí está, y es suma de árbol.

R

El árbol está frente a mí casi quieto, extenso como monte que se estira y entra en los pensamientos como un ejército que se desliza cauteloso lento en la noche sin estrellas y en la que cae leve llovizna. Pasan unas hilachas de mariposa o de nube, o tal vez telas de araña desgarrándose con estruendo. Flamean las ajorcas rojizas de los murciélagos, pendientes. Luego, el árbol, sin sacudirse, viaja hacia mí y me abraza, tapándome la visión, de manera que yo ya no los veo a ellos, que hablan algo en voz baja en el trasfondo o patio. Es eucaliptos, dije besando el tronco, que era duro y brilloso, viejo, seco. Este es bobo, dijeron, debería trabajar levantándose a las 5 de la mañana escarchada y resbalarse sobre el pasto blanqueado y respirar fuerte y también rendirle culto al patrón, al jefecito: eso dijeron. Como un coro, para que su pensamiento le salga impecable, insistieron.

B

Dije sí. Dije no. Aparté el pensamiento con la mano. Miré el árbol. Olí el árbol. Y el bosque iba desapareciendo tras una capa de exquisitos tilos y coníferas combinadas, yo jamás había visto un conjunto de árboles o bosque tan grande como aquel sobre un césped tan pero tan delicioso. Ya anclaba yo en el árbol y conocía por sospechas su interior, por caprichosas pero insistentes visiones mías. Me bastaba con ese solo árbol para decir mi felicidad indecible, para saciar mi sed insaciable de savia, del olor reconocible de aquel sabio oasis que ellos pretendían en todo momento poner fuera de mi alcance.

O

Respiré hondo. Las luces de la ciudad se encendieron como si algo o alguien en el trasfondo cambiase la escenografía. Estábamos ya en otro tiempo-espacio. Un humo negro negro, a lo lejos. Respiré respiré. El tiempo no pasaba, yo pasaba junto a las cosas y frente a ellos. La cruel araucaria nos cobijaba empero. La ciudad se iba cayendo por sus cuatro costados. Nosotros la levantábamos con los ojos. Con nuestra mirada desgarrábamos los carteles de publicidad, poníamos bigote a las señoritas, cubríamos de rouge los labios de los caballeros. Así todo se volvía más lindo, más nuestro. Lo que era nuestro, era lo único real. Delicias reales. Yendo de uno hacia dos, y de dos hacia cuatro, y de cuatro hacia ocho, y de ocho a dieciséis abriéndose y abriéndose, desde el cielo a la umbría, de la sombra hacia el bosque sombreado, asombrado.

L

En el centro de la Ciudad, como todos lo saben, hay una plaza de césped impecable y de baldosas traicioneras. Es la Plaza Irreal. Allí, el pasto piensa y es de vidrio. Hay al fondo: un piano de carbón que se derrumba sobre un campo desnudo de frutillas. Allí hay cuatro árboles, de los cuales yo me quedo con uno, uno. Uno que tapa el bosque entero y no nos deja ver otra cosa que el Árbol Real, fibroso, fresco de copa, por el viento navegando sonoro. Este es el monte, la profundidad exacta, la fronda tutelar. Ésa quiero yo sí, aunque, adheridos al piso, en el patio se rían con obvia resonancia. Yo toqué ese tronco nudoso y fui cubierto por sus ramas ramas que me acariciaron voluptuosa, prolongada y ardorosamente.

Roberto Mascaró



El Incendio Aéreo

Cuando alguien atraviesa el Campo de Fuego, es como si atravesase la Llanura de Sangre, como si el cuerpo se reinvirtiese hacia el Golem y el líquido huyese de lo sólido súbitamente, dejando el andamiaje intacto, el atanor íntegro en medio de la pradera.

Ya al otro lado, los miembros están como de más y yacen, cuelgan y no encuentran espacio en el aire inflamado, henchido de vapores invisibles.

En el Campo, lo sólido pierde médula y se agosta, está fuera de combate y la vista -que no los ojos- es la que refleja, en un silencio casi intolerable, el incendio aéreo.


De Campo de fuego (Libro ganador del II Premio Internacional de Poesía en lengua castellana, Festival Internacional de Poesía de Medellín)

Roberto Mascaró



Es decir: conmigo, y, también, conmigo.

Nadie sino yo ha escuchado estas palabras,
nadie conoce la causa de estas razones,
nadie ha oído antes nada semejante,
nadie escuchará jamás nada acerca de esto
que no ha sido dicho, que jamás lo será.

Es una podrida verdad que se pierde,
que va a parar al tacho de desperdicios
sin que nadie la haya sospechado siquiera.

Lo cómico es que todos piensan que algo
de esta verdad ha sido al menos rozado
o que por lo menos un aroma se ha reconocido:
malentendido general.

Pero, sentémonos a esperar el día
que lindará con el día, con el otro
lindo día que vendrá a encontramos
sentados esperando un día lindo
en la linde precisa de ese día.

Individuación: pura
y antigua monstruosidad, chispas
de neojipismo que se pierden en el magma
con sonrisas lamentables de la multitud lejana.

Sólo lo que es drogo atenúa esta confusión
con su nirvana dudoso, con su falso
paraíso, que es único en su especie.

Una verdad que se queda entre casa.
Una sirena que nadie ha escuchado.
Un temblor imperceptible.

Roberto Mascaró



"La profesión más cercana a la del poeta es la del estafador."

Roberto Mascaró


La sabana

Caminaba por una pradera casi líquida. Aquí no sonaba ningún tango aunque el tiempo era dividido en retazos por algo presente, sin cesar. Melodía, no se hallaba en este panorama. Levemente oscuro, como en un sueño demasiado hondo, sin pájaros, completamente.

Desperté cuando sentí un coxis ardiendo a mi lado, en dirección a lo profundo de un lapso, empinado hacia lo espeso y metálico de aquel coto. Mi costado izquierdo despertó, sobresaltado y ardido por un conocimiento: estaba en el Campo de Fuego, que es un paraje definitivamente adjunto al Campo de Sangre, dulzura agria y rápida.

Flotaba y reptaba, me desplazaba hacia un origen o presencia que estaba más allá pero también hacia adentro del cuerpo que combustía en la semipenumbra casi azul, abrasándome, mientras mi costado derecho latía discretamente en la sombra sana, ingenua, desgraciadamente ileso.

Percibí con la carne de mi hombro izquierdo este tráfico ardiente y sulfuroso embebido en la noche o el día, mientras mi rodilla se quemaba al contacto de un flagrante tobillo, que aumentaba en su ardor al ser frotado repetidamente contra las sábanas de la sabana. Todo mi flanco, vencido y vencedor del Campo de Fuego, transmitía contracciones hacia un hígado traslúcido y palpitante que yo veía por vez primera en la luz mísera y hueca.

El Campo me lanzaba hacia adentro o hacia abajo aunque, sin embargo, flotaba. Me consumía en un mapa posible, clarísimo del goce al escozor.

Desde ese instante, mi costado izquierdo no repite nada y arde con una llama azulada, casi naranja, y mi pobre costado derecho es rama para pájaros casuales; esta zona de mi cuerpo piensa en un muslo que oyó crepitar lejos, en el llano, pero su labio repite torpe, como una elegante estratagema, los compases de un tango.

Roberto Mascaró



"Octavio Paz dice en El arco y la lira que la poesía no es nada escrito, sino que la poesía está en la realidad. Eso para mí es una paradoja interesante... Porque si no la escribimos, no existe... si no la captamos con algún tipo de lenguaje... no existe. Entonces siempre la escritura es un texto que remite a una realidad que puede ser poética, por así decirlo."

Roberto Mascaró


Un río de pájaros

Yo quise un día ser una cantante pop.
Pero no tenía cuero. Pero no tenía trapos.

Mas ahora me gustaría mucho estar
en estos mismísimos instantes
sentado en una terraza de un bar de Piriápolis
degustando unos mejillones provenzal
acompañados de un intachable vino blanco,
viendo la línea negra del horizonte marino a la distancia.

Una de esas terrazas de Piriápolis,
parte de sus veredas
que mi abuelo materno,
Giovanni Crisci, nato in Napoli,
tanto habrá disfrutado
en los momentos en que no andaba pescando en su lancha
acompañado de nuestra perra, la Loba.

Yo no puedo recordar aquellos veranos
porque no había nacido todavía,
aunque todo se preparase
en los vientres de mis padres
y aunque mi abuela me contase siempre
toda la historia como un cuento de hadas.

¡Y yo que quise ser una cantante!
Una flaca elástica
que cruza calles en ropa deportiva
seduciendo con leve desaliño.

(Cae la tarde y ahora no las urracas
sino los niños se mueven en los pastos:
se descubren perplejos invisibles
jugando a la escondida.)

Paseada en convertible.

La modelo trotando
por una pasarela interminable.

Me gustaba vestirme de odalisca.

También sé –aunque allí no estuviese-
que aquellas corvinas colosales
que mi abuelo arrancaba del mar
se transformaban en chupín de pescado
que bautizase los manteles níveos
de la casa.

Quisiera ser una cantante pop.

Una yegua fatal. Por la que muchos muchos
se vuelvan en sus túmulos de yeso.

No sé si lo que he sido o no he sido
fue o no fue lo que yo creo que fue
o fue eso otro que otros creen
o no creen que fue.

Mas, sólo quisiera estar en Piriápolis,
ver otra vez el hotel Argentino y su Casino
y comer una cena decente rodeado
de buenos amigos, para variar.
(¿Entre los comensales estarás
siempre y siempre tú, Judas?)

Mas yo quisiera ser una cantante.

Una cantante pop, pop, pop.

Roberto Mascaró










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