ahora invento los abrazos de llegada:
valijas y perfumes
todos hablando al mismo tiempo
los llantos se vuelven insoportables en el avión
vos leés Camillieri mientras se organiza el servicio
decís que no con una mano
yo pido Coca
y no quiero dejar de pensar en el chico que no habla
ahora invento la entrada a nuestra casa:
el pasto demasiado alto
los perros sucios un poco más flacos
el buzón lleno de sobres con fecha de vencimiento
hojeo tu libro: Montalbano cena con champán
vos te dormís
yo me pongo a untar un pan helado
a diez mil metros de altura

Roxana Palacios


In memorian

En esta humedad, decís, envejecemos.
Los chicos al otro lado de los árboles
tienen botas altas y ramas como fusiles.
Corren a los gansos,
los alejan de las crías con pedazos de pan.
De a ratos miran hacia adentro.
Vos hacés un gesto con la mano,
revolvés la yerba;
esta humedad, decís, hace crecer
flores venenosas.
El viento mueve el agua
en el mismo sentido de los barcos.
Vemos las maderas apiladas,
pequeños fajos de junco verde.
El nogal se salva, decís,
su leche amarga, las frutas del invierno.
La segunda visión descompone tu cara,
los gritos de los chicos y los gansos.

Roxana Palacios



xxx

Voy deshabitando una casa.
Flota con paredes de humo porque no puede más que humo y que flotar,
hay un saber en los biseles,
una memoria
que alumbra los trayectos con el último fósforo.

Voy deshabitando mi presencia dentro de la casa.
Flota con sus huesos de amianto porque no sabe más que amianto y que flotar.

Hay un saber en los ladrillos,
una memoria que respira sonidos desde lo que ya no hay modo de inventar.

Voy deshabitando la escalera que alfombra la casa,
no precisamente porque flote,
se sabe que las escaleras están hechas para otras cosas.

Hay un niño sobre la escalera,
un saber que no admite falso testimonio,
una memoria con manos.

Voy deshabitando las puertas de la casa:
las decisiones han copulado con el gesto inútil,
hay un saber,
una memoria
en de las cerraduras.

Roxana Palacios


xxxv

Los rincones muerden esta noche.
Son recortes de nadie gastando las cervicales piedra por piedra.

La araña se irrita en su tela. No teje la pobre, cose,
desde de esta geometría lenta,
con patas atadas a la sintaxis.

Tiene nudos en las manos, pretéritos,
desiertos que cepillan contrapuntos como teclas que se achican en palabras,

y disecciones,
y una caparazón blanda y blanca,
y la tinta aplastada contra el vidrio,
y una madera con ojos sobre la biblioteca.

Piedra por piedra las manos son recortes que se gastan en sintaxis.
Piedra por piedra las patas son pretéritos,
contrapuntos,
el vidrio en la tinta del desierto.

Piedra por piedra los ojos
abren
voces
sobre la biblioteca.

Roxana Palacios









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