Alza la mano si alguna vez

Ahora que volví a ser niña de nuevo,
todo resulta más interesante.

Tú me resultas más interesante,
el alcohol me resulta más interesante;
mi temor de quedarme bajo el agua es, a un tiempo, más obvio y más interesante.

También los choques automovilísticos me llaman como nunca la atención,
al igual que los rostros de jóvenes mujeres que venden cigarrillos y gardenias,
al igual que mis propios y súbitos ataques de deseo,
los cuales me desangran en torpes direcciones
como dedos de plantas suculentas.

¿Te acuerdas del juego de “Quemados”?
¿Te acuerdas de los machucones?
¿Te acuerdas de la electricidad estática?

Cada rostro es, de nuevo, un parpadeo.
Un perro con correa termina por meterse en todas las preguntas adecuadas.

¿Qué es lo que quieres?
¿Qué es lo que tú quieres?

Quisiera, a veces, echar mano de mis propias manos y sacudirme,
y marcarme a mí misma con mis uñas.

Ahora me doy cuenta de que esto, también, es una especie de éxtasis,
una demanda generalizada:

dame algo útil.

Críame.

Robin Myers



"Como traductora, vivo todos los días el proceso de involucrarme, de comprometerme y de relacionarme con las palabras ajenas —y de interiorizarlas, claro, hasta que ya no lo sean. Para mí es un gran honor que otras personas hayan escogido vivir ese proceso con mi trabajo como poeta, y no les tengo sino gratitud y respeto. Digo respeto también en el sentido de querer respetar siempre el derecho y la experiencia de toda traductora de hacer suyo el texto. Se podría decir que esa postura implica tomar una cierta distancia de mis propios poemas traducidos. Al mismo tiempo, el hecho de vivir en la Ciudad de México y de haber publicado libros aquí y en otros países hispanoparlantes —pero no en mi país de origen, ni exclusivamente en mi idioma de origen— quiere decir que me vinculo de manera intensa con las traducciones que se han hecho de mi trabajo. Es decir, para nada las siento como textos ajenos que andan por ahí sin que yo interactúe con ellos. Todo lo contrario: son las traducciones, son el trabajo de otras personas, lo que termino compartiendo si me toca participar en una lectura en voz alta o en un festival de poesía. En otras palabras, en el día a día de mi vida como poeta me representan más directamente las traducciones que los poemas originales. Siempre termino compartiendo el trabajo de alguien más cuando comparto el mío. Esa simultaneidad, esa complicidad, es una experiencia hermosa."

Robin Myers



"En lo cotidiano está toda la gramática que conjugamos al vivirla. Está lo mundano —que puede ser sofocante o entrañable o ambas cosas en momentos distintos— de la rutina, el entorno, el trabajo. Pero también están todas las grandes épicas que se filtran a través de esas minucias: el amor, la opresión, la muerte, la crueldad y la generosidad. No nos escapamos ni de lo banal ni de la inmensidad de lo que nos toca vivir, y siento que el arte —la poesía, en este caso— es sobre todo un reto de escala. Pide cierta apertura, cierta elasticidad a la hora de hacer zoom in o zoom out. Los poemas que más admiro hacen ambas cosas: manejan bien —o sea de manera sorprendente— su zoom. Ahí está la transformación, según lo veo yo, o al menos su posibilidad."

Robin Myers





La mayoría de nosotros, ¿no es así?,
quiere tener algo
que dar.

Robin Myers




Lo demás

¿De qué se trata en realidad, esta necesidad de compararlo todo, de hacer que cada cosa
se parezca a otra cosa, de abrirse paso a fuerza de metáforas hacia un tipo de calma
que no sea parecida a un andamio construido alrededor el aire, sino concretamente eso?
Me senté en una iglesia en Masaya, Nicaragua, mientras caía la tarde,
elegí el banco por la forma en que la luz bañaba el suelo, filtrándose a través de los vitrales con reflejos rojos.
Pensaba, al observarla, que esa luz se parecía un poco a una mancha de sangre
que se fuera extendiendo sobre algo blando y luego se la dejara al sol; quizá se pareciera más
al agua de sandía derramada sobre sábanas blancas. Pero al final,
honestamente, se parecía más a una luz roja reflejada en el suelo de una glesia en Masaya, Nicaragua,
mientras caía la tarde. Y te pido perdón por apartar esa luz de sí misma,
por anunciarte que esta noche la luna es más delgada que una moneda sumergida en agua,
por decirte que cuando te reís te parecés a un fósforo al momento de encenderse.
Yo viviría, si pudiera, de un fogonazo cegador a otro,
si eso no comprendiera alguna forma de desesperación, un debilitamiento
de la fe, si es que puedo tomar prestada esa metáfora; un desarmarnos a nosotros mismos como un rompecabezas,
junto con cada vínculo que establecemos y pedimos; la plenitud, sin duda,
es algo secundario y más penoso. Puesto que cada vez que respiramos
es en verdad igual a la vez anterior; caso contrario, tengo que creer,
que eso que se transmite, se comparte, o al menos se recuerda, es hacia dónde va esa respiración,
por qué sucede, por qué la necesito; es todo, todo lo demás.

Robin Myers




Otro intento por decir algo más sobre Jerusalén

Los vecinos lo enterraron de noche.
Los soldados miraban
desde la calle ahí abajo.
Los soldados sostenían las linternas.
Era hijo suyo.
Vos y yo, que nunca los tuvimos,
atravesamos los haces de luz
camino a casa.

Robin Myers



"Para empezar, hay que asumir que ciertas injusticias no solo nos preceden sino que nos han producido. Somos muchos los que descendemos de gente que abusó, oprimió o colonizó. Somos ciudadanos de gobiernos que cometen atrocidades o actos de hipocresía. Y no ganamos nada —en el sentido de nuestra comunicación y conexión con los demás— haciendo como si eso no fuera cierto. O haciendo como si eso no importara simplemente porque nosotros como personas somos buena onda o lo que sea. Reflexionar acerca de las brutalidades de nuestro pasado compartido —y nuestro presente compartido— no tiene por qué ser ningún despliegue histriónico de vergüenza autocomplaciente. Todo lo contrario: hacerles frente puede ser el comienzo —callado, reflexivo, sincero, radicado en la escucha y no en el protagonismo— de una verdadera conversación."

Robin Myers



"Para mí, la postura de Vargas Llosa solo nos transmite dos cosas. Una —y no es ninguna novedad—, que él es partidario del statu quo y el statu quo es misógino. Y dos, hay tantas autoras escribiendo libros increíbles en tantos lados que la queja de cantidad contra calidad sencillamente no viene al caso. En otras palabras: ¡No creo que Vargas Llosa esté leyendo mucha literatura escrita por mujeres! Por supuesto que sus comentarios me parecen ofensivos, pero también me aburren, y me aburre él. Me emociona mucho el momento que estamos viviendo, tanto por todo lo que está siendo escrito por mujeres como por el hecho de que nos estamos apoyando más entre nosotras que buscando la aprobación de los Vargas Llosa del mundo. El #MeToo no es solo un coro de reclamos, sino también un recuento de lo que ya no estamos interesadas en tolerar, y de lo que sabemos que tenemos y que nadie nos puede quitar. Escucho en el tono de los Vargas Llosa una cierta indignación ante la posibilidad de su irrelevancia, y eso francamente me complace. Al final es fácil que la soberbia, como tantos otros males, termine en irrelevancia."

Robin Myers



Poema para mí como madre soltera

O como alguien que se automedica,
o como cantora de canciones a dos
lenguas, o subsecretaria de caminatas antes
del amanecer, o de cualquier
otro organismo público. Son sólo
conjeturas. Sigo agendándome en la mano
todos mis compromisos, tiendo
siempre a cumplir.

Conozco un par
de cosas
a esta altura: los fideos con queso, el perro
boca abajo, cómo hacerme una trenza
por encima del hombro izquierdo, que tenemos derecho
a desilusionarnos les unes a les otres,
sólo la melodía
del himno honorífico de un país en donde
jamás voy a volver a vivir.

La hija que tenga me tendrá
que esperar,
como yo a ella.

Algunos días siento
su latido mientras va acumulándose
en mí, pruebo
mi cucharada de vino.

Siento cómo mi cuerpo
se tambalea,
cambia.

Robin Myers


Puesto de control en Belén

Yo no soy como vos: para una voz
yo sólo tengo un cuerpo
                         Louise Glück

Ese soldado se hace el muerto. Miles
de hombres se apiñan en los molinetes.
¿Quién se piensa que es?
¿Morirse ahí, en su puesto,
en hora pico,
a la vista de todos?
Él cree que está muerto.
Los hombres, indignados,
se aferran a las barras
esperando su turno.
El soldado murió
con brazos extendidos
a lo largo de la mesa,
un gesto repentino congelado
en la testarudez
del rigor mortis.
Los hombres se apoderan de su lengua
y gritan
y lo insultan en la de ellos.
Él carece de lengua,
no tiene ojos.
Tiene una calavera que se pudre
adentro de su gorra.
Los hombres despotrican e intentan persuadir
y se cansan y escupen y patean los barrotes
como costillas.
La fila se despliega hasta adentrarse
en las entrañas de la tierra.
El sol se eleva.
Más encumbrado, hasta en la muerte,
que el propio sol, sabe el soldado
que la muerte no alcanza,
que también va a pasar,
que exige un tipo de consentimiento
más absoluto
de lo que su rango
podría pretender.
Y sin embargo, mientras está aquí
se siente bendecido,
no sirve para nada,
no es hombre ni palabra,
un fantasma y un huérfano,
irresponsable,
despojado;
si no absuelto,
al menos eximido.
Hasta que:

¡Hijo de puta!

De repente, un milagro.
Una infracción,
una respiración,
entendimiento:
el soldado oye,
el soldado se mueve,
el soldado levanta la cabeza.
Y levanta la mano.
Y una vez más
junta los cinco dedos
de una forma
que sus huesos recuerdan, apretados
según las órdenes reflejas
de su hogar terrenal,
un gesto que, de todos modos,
articula la jerga
preciosa de su paraíso.

¡Esperen!

Y se muere otra vez.

Robin Myers


"Un poema puede ser emocional o éticamente tan flojo como cualquier otra cosa. Pero también siento que ante el individualismo de nuestros tiempos —y no solo eso, sino también ante las oleadas derechistas que vemos surgiendo y fortaleciéndose alrededor del mundo: tendencias políticas que repudian la curiosidad y la empatía y buscan aplastarlas— existe una gran sed de contacto y conexión, de compartir la urgencia del momento, del encuentro con el otro, del encuentro con todos los otros que también contenemos nosotros. Sería un error equiparar la poesía con el activismo, con el tipo de resistencia que implica poner el cuerpo en riesgo. Pero sí creo que la poesía ofrece una práctica de escucha y de comunicación que resiste lo cerrado, lo instrumental, lo indiferente o incluso lo hostil que caracteriza buena parte del proselitismo políticosocial que absorbemos todos los días."

Robin Myers



Un poema sobre Dios

Enterraron sus cenizas al lado del padre que le pegaba.
Pasaba algo en toda la extensión de sus antebrazos

cuando tocaba el piano, su cuerpo se entregaba a un mensaje súbitamente descifrado.
Se entendía bien con sus tendones.

A lo mejor no debería estar escribiendo esto. Yo no rezo
y creo que ella tampoco.

Estoy leyendo sobre la viruela en la conquista de América.
Estoy pensando en las generaciones acribilladas en la tierra del jardín de mis padres.

No hay hipérbole como la historia
ni otro Dios que Dios, es decir, por ejemplo, los áfidos,

ésos que devoraron sus plantas de tomate,
tras llegar sin ser notados y sin invitación,

sembrando su rocío de miel como basura espacial.
No quiero ser simplista. Lo único que digo

es que creo en las plagas como creo en la música,
y que las de ella florecieron atrás de sus costillas y más lejos.

Y que creo en las plagas que nos precedieron
y nos dejaron, a algunos, con vida. ¿Y cuándo los insectos

no heredaron la tierra? Si me muero, decía hacia el final.
Antes de despertar, como se completaría el estribillo

de esa canción. No creo
que ella esté en ninguna parte salvo el puente del piano,

partes del cual había pegado cuidadosamente con cinta adhesiva:
ya sea para amortiguar un sonido o soltarlo

y luego hacerlo desaparecer como a ella le gustaba,
quién sabe, salvo el aire que una y otra vez lo recibía.

Robin Myers


Union Square Station

Después de tanto ardor– tanto tratar
de encontrar las palabras y de tocar la carne,
la tibieza de ambas, o tan sólo
una manera de lidiar con sus efectos–,
después de tanto espacio que nos queda
cuando lo buscamos, sin importar si lo encontramos
o no, pienso, parada en la estación desierta
de subte, mientras un chelista solitario
munido de su arco hace que los armónicos
graves retumben por la cueva,
que debe ser deseo esto también:
dirigirse no al músico
(y sin nada de fuego), sino al tren: Sé, lento,
sé lejano. Déjame que me quede
este zumbido visceral
en los pulmones. Oblígame a esperar.
No vengas nunca.

Robin Myers





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