aparece en la brutal tragedia de las meditaciones
vacías
como vaciada será maipu,
esa tierra allanada que en presunta
monotonía encarna
la idea de un país
que a fuer de sangre forja.

Teresa Arijón


dos

la palabra trueno vuelve
a vibrar entre las hojas
como un volcán
como el océano
se estrella contra la frente de quien
sin pensarlo pero a sabiendas
vino a dejar sus pasos —
la huella de sus pasos
aquí
en esta orilla

¿dónde la otra?
¿en qué extremo de mar, cuál finisterre
se yergue como abismo
centella
cierzo
ciertamente sola
la arena
que habrá de recibir
ese rastro
como si fuera
el comienzo de algo?

me pide que escriba un poema
y no es
como si me pidiera la luna

si me pidiera la luna
en una noche de dedos rosados y sutiles
quizá podría recortarla contra el cielo
y dársela

pero no es la luna —
es el poema
esa materia negra
que desciende
frágil
cuando el segundo
el último
la vida
el aliento
se desprende

pero no es la luna —
es el poema
y yo
que nunca supe escribir
otra cosa que las letras enlazadas de un nombre
¿el mío? ¿el suyo?
yo que estaba en medio de las cosas
como un obstáculo
una mancha
un montículo
no sé cómo reunir las ovejas del alado rebaño —
las pléyades —
para volver a cantar

Teresa Arijón



esa manera de abandonarlo todo -
la usura del momento que todavía alcanza
para quemar las naves,
o un costal de harina
en la puerta del molino, dejado a su suerte:
manso producto de la civilización.

Y las hormigas que van y vienen
sobre la piedra. Sin dejar rastro
regresan a sus ciudadelas escondidas -
la fortaleza subterránea entendida como un don.

Teresa Arijón



(escrito a orillas del río Arashiyama)

De espaldas a los comensales
de frente a las ollas
donde el aceite bulle y borbotea
las mujeres preparan delicias humildes.
Parecen un ejército, una colmena, una grey.
El sonido ardiente del aceite
que mece y quema, construye
desde los cimientos
–el sol naciente–
un imperio.
Las bases del imperio
están aquí, en esta cocina junto al río de los botes azules.
Río que Hokusai pudo haber pintado, Kawabata descripto
y Mishima incendiado.
Pero la raíz del imperio –el sol naciente– está aquí.
En esta afanosa cocina bajo el cielo, a orillas del agua.
Metódica, civilizada.
Creciente como la luna crecerá esta noche
hasta dejar su estela temblorosa sobre el río.

Teresa Arijón



si fuera hombre usaría
la navaja de mi abuelo para afeitarme -
rozaría lentamente el hueco del mentón,
trazaría los ángulos del rostro con precisión de esteta.
Ha de ser un magnífico ejercicio de conciencia y de pulso
mirarse cada día al espejo,
navaja en mano.

Teresa Arijón



Siempre amé a los que amaban la tierra. Por ejemplo

Siempre amé a los que amaban la tierra. Por ejemplo,
a los cazadores de jirafas del desierto de Kalahari, que ven
en las manchas del pelaje las de la luna, y en la carrera atroz
frente a las lanzas la estampida de la propia muerte.
Siempre admiré las raíces de los árboles, pero más
admiré las ramas, y más aún las hojas y la flor perecedera.
Lo que se va y no queda
más que en el ojo de la mente
o en el alma, según la religión.

Teresa Arijón



Último poema de amor

dice que, ahora,
cuando el viento sacude las plantas
y hace caer hilillos de hojas
sobre las baldosas —
dice que ahora
su vocación es lavar ropa
de madrugada —
un concierto de baldes, agua y espuma de jabón,
telas varias y sus manos —
pequeñas como la menta
y perfumadas de un aire que ya no habito;
sus manos, digo,
en tareas rotundas, familiares
que aún se niegan al reparo del olvido.
de noche, no muy lejos
de la casa donde hoy vivo
ella lava su ropa como si soñara.
luego escribe — describe los colores
la selva de humo y silencio
el correr del agua por la rejilla
y las baldosas rojas —
mansas y delicadas como el viento
que noche a noche roza sus manos
como queriendo avivar el fuego
entre uno y otro corazón.

Teresa Arijón




















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