Bienaventurados

Bienaventurados aquellos que a las 22 horas
tienden la cama antes de acostarse
a morir

Bienaventurados aquellos que antes de dormirse
lavan detenidamente sus placas.
encías y paladares

Bienaventurados aquellos que se encomiendan
a sus homónimos, fantasmas y pesadillas
antes de entregarse al frío

Bienaventurados aquellos que pasan
la noche sin internet, sin cerveza
ni Cabernet en las venas

Bienaventurados aquellos que tienen
el coraje de apagar la última
colilla en el cenicero

Bienaventurados los que tienen el propósito
de enmienda cada noche, cada día,
cada mañana

De todos ellos será el reino

Uriel Martínez


Como ladrón

como ladrón primerizo el aire
brincó la ventana y cayó
la fotografía en que aparecemos
juntos;
cayó al piso, se estrelló
y fue luego una imagen
en sepia, como nosotros,
ajenos;
corrí luego la ventana,
eché la aldaba, gritó
el pestillo; no había aceite;

barrí los restos de la imagen
como pude y los llevé
al cesto de desechos,
como yo, como tú,
como nadie;

luego el silencio fue.

Uriel Martínez


El calendario

cuando nací alguien en casa
decidió que me llamaría uriel.

pero nadie si no yo decidió
que me estrellaría contra el alcohol.

alguien en casa quiso calzarme
zapatos de estambre y babero bordado.

pero ninguno si no tú quiso
ensartarme púas de vudú y curare en ojos e ingles.

en casa creyeron que un día vestiría
corbata y mancuernillas pero no cartón/cobertor.

nací bajo el signo de los gemelos, el serio
y el atufado, el primitivo y el disminuido.

ahora que todos murieron floto a ras de tierra
y trato de recordar cómo fuiste de origen.

Uriel Martínez



El mago

Esperaré a que avance el día
para salir a comprar flores,
no para los muertos
-los finados prefieren misas-
sino para la casa.

En casa no reposan los fallecidos,
los muertos viven en uno
y unos viven para los vivos,
cuestión de enfoque,
de tiempo y de lugar.

Mientras el domingo camina
en dirección al mediodía,
el café se filtra, el grifo gotea,
la cama y las sábanas se
desperezan.

El calefactor resuella,
lo escucho con nitidez,
la salvia humea en el plato
la flama de madera hace lo suyo.

Mientras el domingo se despabila
saco del bombín un conejo,
dos naranjas maduras
y una manzana roja.

Uriel Martínez



Olinalá

era lunes, ya había caído
la noche; mientras ordenaba
la ropa por color, me acordé
de ti.

había prendas que me llevé
al olfato, otras al tacto,
sí, las blancas, las de algodón,
las desgastadas.

al momento de doblar las mangas
ya no alcancé el olor a cloro,
estuvieron expuestas al viento
y al sol doce horas.

tampoco olían a ti, ni a mí,
ni a nadie; eran prendas
para guardarse en perchas
como antiguamente se guardaban
cartas, mechones, timbres
postales, dientes desprendidos,
ex libris, pliegues, hojas secas,
esquelas, retratos en cajas
de Olinalá rectangulares.

Uriel Martínez


Urna y ceniza

La mano en el mentón,
la mirada perdida
en la distancia,
como un vate
que interpreta
el pasado, el futuro,
el aquí y el ahora;

la pierna cruzada,
la derecha sobre la
izquierda como quien
oculta el bulto
de los huevos,
la pesadez de éstos,
la gravedad de los años;

la mano en el mentón
muestra la argolla
no del matrimonio
sino el compromiso
con la vocación,
con la poesía;

la calvicie avanzada,
precoz, prematura,
la tendencia al llanto,
el flash de quien
madura un poema.

Todo esto guardado
en la urna donde
reposen las cenizas,
el día de ceremonia fúnebre,
el último paso.

Uriel Martínez














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