Ciudad sumergida

Me mostraste una ciudad sumergida, y nadé
entre sus columnas, debajo de avenidas hundidas,
un intruso en un plató submarino.
Pensaba en términos de ángulos de cámara, primeros planos
de peces alucinógenos, vegetación ondulante.
La ciudad sumergida se tragaba el tiempo de mis
ojos y cerebro, hasta que lentamente, como si
urgida por nuestra presencia allí,
la ciudad cobrara vida, hordas de ahogados
se apiñaban en calles anchas y rojas.
Como ellos, me dirigí hacia la trémula catedral,
una carcasa de ballena, fracturada y enorme,
nadé hasta más allá de las ventanas de vidrios coloridos
y vi debajo de la nutrida grey,
clérigos tambaleantes, sacramentos suspendidos
listos para la comunión, piezas dispuestas
en una épica dislocada: una misa bajo el mar.
Y luego, cuando me hundí todavía más,
un calamar enorme se detuvo a mi lado,
se quedó mirándome fijamente,
tentáculos extendidos; plácidamente se deslizó alejándose
con ojos que ahora miraban hacia arriba
a la nada que ya había ocurrido.

Richard Gwyn



Ciudades no visitadas

Aunque nunca vivió en Alejandría, leyó todos los libros. De joven, conoció bastante del Levante como para creer que sabía qué esperar, y se inventó el resto a partir de Cavafis, Forster, Durrell y Pynchon. Sentado en la terraza de un café en el puerto de Paros, se puso a conversar con un especialista en acontecimientos inesperados y juntos fabularon una entrega de mercadería ilícita del Líbano al Pireo, con un depósito en Chipre. Su interlocutor, un ruso que en otros tiempos había capitaneado un trasatlántico, ordenó champán. Empezaba a oscurecer. ¿Fue allí, o en otra parte, donde decidió que nunca iba a ser más feliz que en un puerto levantino, a la caída del sol? Más adelante, cuando fue la figura internacional de la intriga a la que estaba destinado a convertirse, finalmente visitó la ciudad sobre la que había fantaseado años atrás. Su decepción fue intensa y a la vez contradictoria. Atribulado por pensamientos suicidas, experimentó una epifanía: no era Alejandría lo que él buscaba, sino otra ciudad, un lugar que tendría que inventar. Fue casi un alivio.

Richard Gwyn



"De vez en cuando, sentimos la necesidad de volver a empezar, de liberarnos de todas las posesiones –o narraciones– acumuladas durante la vida."

Richard Gwyn



Disolverse

Cuando hablaste de disolverte en mis brazos
advertí que no era una figura retórica,
que en un sentido (en todo sentido), lo decías en serio
que así fuera, desintegrarte en mí,
yo en ti, y ambos en agua. ¿Será eso
lo que se llama matrimonio, cuando ambas partes
desaparecen completamente, dejando apenas ondas
sobre la quieta superficie del agua? Pero para nosotros
el matrimonio era una curiosa fantasía, ¿y quién quizás
podría celebrarlo? A otro estabas prometida,
una figura oscura que acechaba de noche en callejones,
un cobrador de deudas siempre ocupado, y yo sabía
que mis escasas credenciales jamás servirían de mucho
con tu padre imaginario. Así que en cambio te conduje
a un estanque, con lirios y un puente oriental,
un banco bautizado con el nombre de un comerciante local,
el camino que circunscribía el agua
sombreado por hortensias y una vasta magnolia.
El lugar me resultaba conocido, pero desde que el yo
que recordaba cosas para entonces ya estaba
disolviéndose en el tú que se olvidaba cosas,
el recuerdo bien podría haber sido falso.
Caminaste alrededor del estanque, alrededor de mi isla,
disminuida con cada vuelta, cada vez atraída
por la gravedad de la inteligencia verde de la isla,
una y otra vez, mientras yo esperaba, un idiota
en un drama sin argumento, sin previsible conclusión.

Richard Gwyn



El sendero no elegido

Había una bifurcación en el camino. Escogí uno de los dos, suponiendo que el otro era el sendero no elegido. Al cabo de unos minutos volví a la bifurcación, elegí el otro. Se parecía mucho al primero, aunque supe que al tomarlo me estaba metiendo con el destino. En el lapso de casi una hora, el sendero originariamente elegido se había convertido en el sendero no elegido, y tuve que inventar algún tipo de destino alternativo para él. Decidí que todas las consecuencias son, en buena medida, el resultado de la voluntad. Fue entonces cuando me di cuenta de que había perdido mi sombra.

Richard Gwyn



Hambre de sal

¿Te recordaré en la luz insulsa y amarilla,
como a un pez que me entra en la boca, como un virus
que me entra en la sangre, como un miedo que me entra en la panza?
¿Te recordaré como una catástrofe
desgarrándome entre las piernas, dientes minúsculos que  hienden mi  labio,
lengua tocada con sal por la que mi lengua estaba loca?
Nunca reconociste esos pequeños robos:
el anillo de mi madre, la estatua de Knosos,
el medallón que yo guardaba para el cabello de los chicos
que nunca tuvimos. Te veo, ven a robar mis huesos,
dientecillos tan blancos, un collar de piedras coloridas,
valvas de almejas y mejillones alrededor de tu talle,
una cadena de esmeraldas en el tobillo. Pero ahora te has ido
de vuelta al mar. Puedo perdonar tu crueldad,
tus humores violentos, tus tramas de venganza,
recordando en lugar de eso el roce de tu piel
sobre la mía, el modo en que me viste aquella tarde
en la cueva marina, las gaviotas chillando afuera,
una multitud de airados acreedores en un mundo distinto,
vuelto terriblemente silencioso. Y tú, anidando
en la arena blanca, atrapada en las redes que tejí
con devota sobriedad, por completo convertida en sal.

Richard Gwyn




Historia del lobo

Ah, él es un lobo, un lobo, le explicó Gabriela a Alice. Tiene mente de lobo y dientes de lobo, y la lengua larga y correosa de un lobo, y los ojos amarillos de un lobo, y cuando apoya la cabeza sobre tu muslo te pierdes para él y para los deseos que habitan en su cerebro de lobo. Alice se da cuenta de algo: ella es el Hada Morgana y sabe de qué manera ocurrirán las cosas, mientras que Gabriela es Ginebra, una víctima de la inercia y esclava de toda pasión pasajera, capaz de ser seducida por cualquier idea, cualquier paisaje, cualquier lobo de cualquier tipo. De hecho, Gabriela está celosa de Alice y desea poder abrazar a un lobo con la misma alegría y abandono que Alice; Alice, a quien no le importa si él es un lobo o no, quien no reacciona más allá de la sensación de placer que él le despierta, a quien no le preocupan las categorías animales, y quien no cuelga cueros de criaturas en su pared.

Richard Gwyn


Lección de historia

No todo el mundo en el país estaba feliz con las noticias de la
decapitación del rey. Para muchos, el rey representaba algo de valor
supremo, aun cuando no pudiesen recordar exactamente qué. Se
declaraban poco dispuestos a vivir en una república, a la que
asimilaban a un estado de anarquía. Pintaban consignas que decían:
¡DEVUÉLVANNOS A NUESTRO REY! Eso, en sí mismo, era claramente
imposible. Pero, a pesar de que los monárquicos estaban en minoría,
eran poderosos. Un día encontraron a un nuevo rey y montaron un golpe
de estado. Pusieron al nuevo rey en el trono y todos los generales que
previamente juraron lealtad a la república ahora juraron lealtad al
rey. Era un día soleado de mayo. Había un feriado y tortas gratis. La
gente bailaba en las calles. Varios prominentes republicanos fueron
ejecutados en el patio de la cárcel. Algunos meses más tarde empezaron
a aparecer consignas en las paredes. Decían: ¡LARGA VIDA A LA
REPÚBLICA! Otra imposibilidad. Otro sueño fugitivo

Richard Gwyn



Pelar una Naranja

Pelar una naranja plantea una elección. ¿Usas un cuchillo o los dedos? ¿O simplemente cortas la fruta y chupas las partes interiores de la piel dada vuelta, dejando que la amarga suavidad te roce la lengua? Con frecuencia siento el impulso de clavar los dientes en esos flojos colgajos de cáscara , y lo hago. Cuanto más fresca es la naranja, menor es la necesidad de un cuchillo. Hunde profundo el pulgar donde se inserta el tallo y empuja. Al romper la piel, un soplo de vapor, una diminuta explosión del genio de la naranja. Parpadea y te lo perderás. No parpadees y te arderán los ojos. Te quedará colgando la parte blanca de la cáscara debajo de la uña del pulgar, pegajosa y probablemente irritando la carne suave que hay debajo de la uña. Los delgados pedazos de cáscara caen como yeso. Alternativamente, usa un cuchillo. En ese caso, muy probablemente cortarás la piel en cuartos, uniendo el vértice y el ombligo. Recuerda que el mundo es como una naranja, pero azul. Sosteniendo el cuchillo firmemente entre el dedo medio y el pulgar, da vuelta la cáscara con el dedo índice, si es que lo tienes. ¿Entonces qué? Corta los cuartos. Cómete la naranja. Los sobrantes ácidos se te pegan en el dorso de los dientes. El jugo quema las úlceras de la boca. En la antigua China, los hechiceros frotarían la cáscara y la piel blanca en el glande de un hombre agonizante para que alcanzara una reencarnación favorable. En el invierno, los griegos disponen cáscaras de naranja en la parte superior de sus salamandras . El aroma le da la bienvenida a los recolectores de aceitunas cuando vuelven de los campos después de un día de trabajo. Sentado para que descansen sus piernas doloridas, uno de ellos comienza a pelar una naranja. 

Richard Gwyn



Reglas de conducta

Llegaron Soldados. Después, Administradores. Impusieron un serie estricta de leyes de conducta. Primeramente, el toque de queda, entre las 9 pm y las 6 am. En segundo lugar, una restricción sobre el número de gente que podía verse junta en toda ocasión, salvo en la iglesia. En tercer lugar, que todos los adultos estuvieran completamente vestidos durante las horas no comprendidas por el toque de queda. En cuarto lugar, que quedaba estrictamente prohibido tener loros, así como todo otro pájaro que imitara el habla humana. Quinto, que las visitas al doctor fueran exclusivamente para quienes sufrieran únicamente enfermedades que se curasen. Sexto, que todos los libros que tuvieran la letra V deberían entregarse a las autoridades literarias. Séptimo, que todo el ganado se registrara ante la autoridad competente, salvo las aves de corral comestibles y sus huevos. Octavo, que las gallinas negras fueran una excepción a ésta última cláusula excluyente y que se las considerarse propiedad de los Administradores. Noveno, que quedaba prohibido que los perros ladrasen entre las 9 pm y las 6 am, y que si lo hicieran sus dueños estuvieran sujetos a multas abultadas. Décimo, que las personas que tuviesen sueños con (a) elefantes, (b) reptiles peligrosos, o (c) cualquier variedad de crustáceo, los reportaran a las autoridades cívicas de inmediato. La contravención de cualquiera de las leyes enunciadas arriba iba ser vista como un desafío directo a la autoridad de los Administradores. Las reglas fueron exhibidas en una ancha pizarra fuera de la intendencia. La primera noche, fuimos despertados por una explosión. Alguien había descargado ambos caños de una escopeta en la recién levantada pizarra. Se buscó en todas las casas que daban a la intendencia, pero no se encontró arma alguna. Cuatro jóvenes fueron enviados a la cárcel.

Richard Gwyn












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