“Como decía, mis ropas y mis zapatos se iban en banda. A veces, una colaboración de la hoy extinguida Revista Aconcagua me levantaba por unos días. Una vez estaba en la última. Era un jueves. Acababa de ponerse en venta un número de la gloriosa revista Caras y Caretas; desganado y medio rengueando por los zapatos rotos, me arrimé a un kiosco para revisar ‘de ojito’ la revista, que no podía comprar. ¡Casi me caigo de emoción cuando vi mi colaboración publicada en la primera página, en color e ilustrada por Álvarez! Me fui corriendo –es decir, rengueando para que no se me desprendiera toda la suela- y doblé por la esquina de Avenida y Chacabuco. [cita requerida]En el número 131 estaba la redacción y administración de Caras y Caretas. Allí me pagaron en seguida cuarenta pesos. ¡Cuarenta pesos, así de golpe! Volví por Chacabuco hasta Avenida, me metí en la primera zapatería que encontré (los zapatos era lo más).”

Vicente Barbieri



“…después de salir de la conscripción, encontrándome sin qué hacer y con veintiún años a mi disposición, se me ocurrió ‘largarme a rodar tierra’, y así recorrí todo el territorio de La Pampa y provincia de Buenos Aires. He dormido a campo raso, más allá de `punta de rieles’, en medio de los bosques de Caleufú, con toda la noche alrededor y un alto cielo de estrellas sobre mi cabeza…
Trabajé en todo lo que se presentaba: peón de cuadrilla, tipógrafo, cargador de bolsas, periodista y… maestro rural.”

Vicente Mauricio Barbieri




Dormirá el hombre inadvertido y solo...
Fragmento

Dormirá el hombre inadvertido y solo
mientras arden estrellas y estaciones,
mientras laten los otros corazones,
mientras el viento va de polo a polo.

Sonarán en la tierra los festejos
en cosas de la vida y de la muerte,
mientras crece la luz y se divierte
en su disco pulido de reflejos.

Se alzarán sones –siempre se alzan sones
y voces de lavada medianía–
y su casa mortal será en el día
como un caer de grises aldabones.

Antes cantó la voz de las simientes
y el arco triunfador del agua pura,
y saboreó la sal de la locura
disuelta en el crujido de sus dientes.

Anduvo el hombre entre tormento y llanto,
creyó en el sol y vio los siete mares,
y nombraba los ríos ejemplares
con la pepita de oro de su canto.
...

Amó al árbol, que fue por su amargura
árbol de benemérita presencia.
Su ciencia elemental era la ciencia
que se anota en mitad de la Escritura.
...

Dormirá en esta invulnerable tierra
con el amor cerrándole los ojos.
Sólo –apenas– un golpe de cerrojos
le hablará de la paz y de la guerra.

Y él irá por un río sin apuro
olvidado de tiempo y de medida,
mientras aquí las formas de la vida
escribirán su nombre sobre un muro.

Meditará, ¡quién sabe!, otras verdades,
emprenderá tal vez otras misiones,
y cercará sus últimas prisiones
un anillo de sal de eternidades.

Pero su lámpara será de hierro
y una invisible mano cuidadosa
alentará su llama temblorosa
para que brille fiel en su destierro.

Vicente Barbieri




La balada del Río Salado
Fragmento

Nace en provincia verde y espinosa.
L. J. de Tejeda y Guzmán

1

Era en la infancia, en juncos y rocío,
cuando lo vi pasar, arrodillado.
Mojaba soles y castillos fríos
en relatos de tiempo lloviznado.
¡Ay!, ya sé que mi jugo enamorado
fue de tiempo mejor, tiempo de ríos.

Y su sabor, amor de vieja andanza,
doliendo sigue en tiempo transferido.
En hierro antiguo y pesadumbre avanza
por un correr callado y dolorido
en grises campos y poniente ardido,
con mi ribera y puente de esperanza.

¡Qué poniente mejor, qué resignados
sus sauces de oración, líquida pena,
sus cirios, en la noche, con ahogados,
su fábula y pasión sobre la arena,
y su estrella magnífica y serena
sobre luces de peces acerados!

Yo miraba sus cosas, sus trigales,
sus doloridas amapolas, vivas,
y sus aguas verdosas y carnales,
briznas y mariposas fugitivas,
insectos musicales, siemprevivas,
espumas de verdor, y pedernales.

Y sobre todo, el mundo sumergido
con quién sabe qué penas y qué encanto.
Continente de paz, reino dormido,
en rocas y nardos y amarantos.
Y más allá, los piélagos de encanto
con los negros navíos y el olvido.

Su mundo sumergido. ¿Quién sabía
de ese mundo plural innominado?
Su mundo sumergido. Yo caía
en su profundo cielo suspirado
y el bosque de coral, y el sepultado
Capitán Nemo con su estrella fría.
...

2
...

Yo miraba sus cosas, sumergido
en su líquida lumbre, y despertaba
sauce paciente, afán desconocido.
Galope de la tarde resonaba
junto a mi estar de río, y escuchaba
interrogar de corazón caído.

Los cinco tallos de la mano moja
con agua de piedad y hierbabuena,
y en el gris litoral que lo deshoja
su conflicto nacía y su azucena.
Yo oí su voz, su fin, sierpe de arena,
y era mi voz, mi sierpe, y mi congoja.

¡Qué de voces nocturnas, qué soñadas
luciérnagas de paz y miel fragante!
y el lenguaje pluvial en renovadas
narraciones de espuma y pez amante.
Cristalino perdón, zumo constante,
y ninfas de coral maravilladas.

Qué interrogar de noches y de días,
de hechizadas lagunas y sembrados.
Qué de multiplicadas fechas frías
con muertes y cumpleaños olvidados.
Qué sabores, en fin, desazonados
en amapolas y melancolías.
...

3

Ya medía mis sueños más flamantes
con los brazos abiertos, iniciales,
y oían mis entrañas anhelantes
las escondidas voces vegetales.
Por cauce azul y en aguas minerales
iban viejos maderos navegantes.

Ya nacía mi voz voluntariosa
empinada en su sueño y su premura
con su aviso y su flecha misteriosa,
su temida pasión honda y oscura.
Adolescencia en cruz y arboladura,
nave gimiente y viento de la rosa.

Y aprendí a dibujar nombres y cosas
recónditas, pequeñas, perdurables,
con tallos, con espigas venturosas,
con arbustos, con piedras inmutables,
con sonoras estrellas intocables,
grillos constantes, breves mariposas.
...

4

Ah, qué dormida luz y qué patente
y universal tristeza de colores.
Qué afanoso no ser –dura simiente–
en agrias epidermis, en sabores,
en alargadas sombras, en temores
de tarde gris y sol convaleciente.
...

Era en la soledad, en llanto era,
con su sano prodigio y su consuelo.
Yo estaba allí, sin fin en su ribera,
creciendo en tallo, en luz, en gris, en hielo,
con pasado imperial y antiguo cielo
y un prestigio de vieja enredadera.

...

Yo vi sus esmeraldas, sus ardientes
piedras mágicas, piedras de quebranto,
y recogí en mis manos las dolientes
aguas de majestad que duelen tanto,
perfumadas, angélicas, en canto,
hidrografía y sed de sus vertientes.

5
...

¡Ay!, qué sangre su sangre caudalosa,
la antigua sangre de su sal viajera.
Cuando yo digo río, en cada cosa
digo puñal y copla y sementera.
Digo arterias de lluvia y primavera,
su bautismo y su pesca milagrosa.
...

En el sueño corría, tierno y lento,
con rostro grave y calidad cristiana,
por un delta de acompasado viento,
y su pasión atlántica y serrana,
su altiva carabela capitana,
su indígena canción, y su lamento.

(Yo arrodillado estaba, y sin memoria
con mi pequeña eternidad dormida,
y mi arena liviana y transitoria
sus horas resignaba y su medida.
Yo digo río, y digo una transida
lluvia de soledad y desmemoria.)
...

6
...

Era en la infancia, soledad de pino,
río de mi perfil y voz mojada.
Azul en las arterias y en el vino,
su agrícola pasión –raíz salada–
crece en la pertinaz y alborozada
comarca de mi sangre. ¡Oh Cristalino!

Vicente Barbieri


Medusa

Si alzáramos los ojos, seríamos derrotados
Por su ingente rostro, por el avance de su frente.
Coronada de furias.

No obstante, su presencia
Es a veces como ciertos ríos
Cuando amanece en las riberas de la creación,
Cuando algunos pájaros migratorios
Nos visitan inesperadamente.

Si entonces pudiéramos mirar
Como si no asomáramos a una ventana del arca,
Veríamos la nobleza de su perfil
Puro y encendido como los metales del cielo.

Pero nuestros viejos ojos
Tienen ya la miopía de la selección natural
Y no distinguen el súbito deslumbramiento de la diosa.

Podemos, en ocasiones, ver su púrpura en el fuego,
Pero, ¡ay! Nuestras manos retroceden ante la salamandra sagrada,
Y volvemos los pasos a estas ruinas ilustres,
A estos panteones de sombras
Donde hemos de dormir, apenas silenciosos,
Después de la brevedad y el olvido.

¿Estaremos condenados a no oír nunca su voz:
Su voz, igual a sus cabellos y a la piedra lunar de su frente,
Semejante a una pirámide que crece con las generaciones,
Como una inscripción de muralla,
Que quien la descifra cambia de fisonomía?

Tanteamos en la oscuridad, en nuestras oscuridades
Que son coronas de adormideras,
Mientras en el corazón de la metrópoli
Brilla débilmente el carbón encendido por hechicería;
Caminamos en el centro mismo de la vieja metrópoli,
Gimiendo por los amados ríos de Babilonia,
Por el desierto de Juan, poblado de langostas.

Y regresamos, con perdidos pasos,
Como no se vuelve nunca de la presencia de Dios,
Preocupados por nuestros vestidos de costuras desparejas.

Volvemos hacia este lugar,
Que es como volver a un país sin habitantes:
No levantamos la cabeza por temor a las constelaciones
Donde el rostro yace coronado de furias.

Y ni siquiera tenemos el arranque, la bendita locura
De volver la cabeza y quedarnos mirando este castigo
Todo hecho de sal y de ortigas y de silencioso abandono.

Vicente Barbieri




Noticias de una infancia

1

Había aquel aljibe
profundo en algún patio
—un patio con aromos
y dulces hojas secas—.

Y había tantos árboles
y ocultos pieles  rojas,
y enfermedades y convalecencias.

2

Había tantos miedos
con noche y cabalgata,
y días con escuela
iguales y estirados.

Y había mucha gente,
niñas y vecindades,
y un perfume de tiza y geografía.

3

Había oscuros ríos
y amenazantes balsas
tripuladas por hoscos
personajes con rifles.

Y había alguna rama
batiendo en la ventana,
y  algún enmascarado perseguido.

4

Había aquel retrato
en su marco dorado,
y algún oscurecido
días de malas nuevas.

Y había un misterioso
personaje en los álamos,
y las conversaciones de una guerra.

5

Había los ausentes
amigos de la familia,
caminos polvorientos,
pueblos y diligencias.

Y había alguna tarde
de premio y elegancia,
y aquel viejo abanico en la repisa.

6

Había mariposas
en torno a una bujía,
y un largo corredor
y una pieza cerrada.

Y había gruesos libros
con adustos grabados,
y un terrible aldabón de mano negra.

7

Había una laguna
con garzas y con juncos,
y blancos “panaderos”
volando por el campo.

Y había una tapera
que tenía luz mala,
y largos temporales y cosechas.

8

Había los silencios
de las gentes mayores,
y algún sobre de luto
con la correspondencia.

Y había ropas suaves
y perfumes dolientes,
y un amplio y desgarrado ver el mundo.

9

Había mil cristales
y escarchas y rocíos,
y acaso un teru-teru
con una pata rota.

Y había los horneros
que huelgan los domingos,
y muchas margaritas y arroyuelos.

10

Había alguna niña
rubia, que sonreía
y el vecino cordial
con su perro y su pipa.

Y había el arco-iris
en la tarde mojada,
y un servicial caballo de ojos claros.

11

Había tantos sueños
con fugas y peligros,
los sueños con columpios
y puentes que se caen.

Y había sueños altos
con torres y arboledas,
y las raras ciudades de los sueños.

12

Había la aventura
de sables y turbantes,
con suaves paquidermos
y carabinas indias.
Y había alguna copla
de ron y abordaje,
y un plano de una isla del tesoro.

13

Había tardes muertas,
papeles y lloviznas,
y aquel pasar   la mano,
silbando, en las paredes.

Y había una escondida
inquietud primeriza
que llegaba en profundas espirales.

14

Había alguna casa
de una esquina en ochava,
y muy serias reuniones
con fiestas y aguinaldos.

Y había algún sombreado
parral con moscardones,
y los duraznos verdes en la siesta.

15

Había un viejo cofre
con libros y retratos,
y aquella fabulosa
venida de un cometa.

Y había un gobelino
con felices aldeas
y una pastora rubia en primer plano.

16

Había algún rincón
del mar, que amontonaba
gastadas lunas viejas
y trémulos ahogados.

Y había los chillones
trajes de los gitanos,
y los titiriteros ambulantes.

17

Había la canción
de  la niña y el piano:
—“No hay sitio bajo el cielo
más dulce que el hogar…”—

Y había cortinados
y un gran candelabro,
y acaso un no sé qué de cera triste.

18

Había un virginal
deseo que brotaba
entre cirios y estampas
y niñas heroínas.

Y había algún incienso
de rubias cabelleras,
y una falda celeste y un breviario.

19

Había —de improviso—
un trébol de cuatro hojas
que anunciaba seguros
sucesos agradables.

Y había la  alta fiebre
que luce y moviliza
los personajes de los tapizados.

20

Había la estirada
solemnidad de un acto,
y el caminar despacio
por espesas alfombras.

Y había exploradores
con cruces y armaduras,
y un doncel degollado junto a un  roble.

21 

Había algún terrible
viento que anda suelto
sacudiendo  persianas
y puertas mal cerradas.

Y había ese atisbar
de la noche en los patios,
y la noche sobre los cementerios.

22

Había las callejas
para andar en silencio,
y los frescos baldíos
con niños y guerrillas.

Y había una vecina
de grandes ojos negros,
y un patio con macetas de geranios.

23

Había las mañanas
de sol y campanarios,
y  sonando a lo lejos
el yunque y el martillo.

Y había algún secreto
de irse un día
en busca de aventuras estupendas.

24

Había una botella
con un barquito dentro,
y un globo de cristal
que contenía el mundo.

Y había una ventana
y en la ventana un niño
que miraba la lluvia,  ensimismado.

25

Había las películas
y el pianito del cine,
y un timbre que sonaba
para cada intervalo.

Y había las terribles
películas en series
y William Hart y su caballo pinto.

26

Había una agradable
tristeza vencida,
y un andar al acaso
pensando en un suicidio.

Y había un desangrarse
en nobles evidencias,
y un  dulce   persistir, como un arroyo.

27

Había una casilla
con cuatro ruedas altas
y un hombre    que vivía
feliz en su casilla.

Y había muchas quintas
con molinos girando
como una música de calesitas.

28

Había algún arcángel
en las voces del coro,
y un apóstol mostrando
la llagada rodilla.

Y había ese perfume
que hay en las catedrales,
y una luz musical en toda cosa.

29

Había el estar solos
contemplando la calle,
y una desconocida
angustia en la garganta.

Y había un obstinado
silencio resentido,
y acaso algún cariño inexplicable.

30

Había un no saber
mejor que toda cosa,
y un preguntar del mundo
apenas descubierto.

Y había sugerencias
recónditas, magníficas,
en el sonido de las alcancías.

31

Había tantas flores,
jinetes y carrozas,
y una llovizna tibia
sobre   las  plantaciones.

Y había muchos hombres
lentos y sudorosos
que cantaban canciones melancólicas.

32

Había  el  hijo prodigo
de una vieja leyenda,
que regresaba siempre
para bien del relato.

Y había alguna niña
extraviada en un bosque
con malezas y tigres y serpientes.

33

Había en  una sala
un venerado espejo,
que un día de mudanzas
se trizó en mal agüero.

Y había un grueso álbum
con fechas increíbles
y retratos que acaso estaban muertos.

34

Había aquel vaivén
de si es o no es la   vida,
y alguna fruta amarga
y espinas y escaleras.

Y había los secretos
de  la niña que crece
junto a un leve temor interrogante.

35

Habías siempre alguna
flamante novedad,
las vísperas de viaje
y los zapatos nuevos.

Y había reyes magos
que entonces existían,
cuando el Niño Jesús era pequeño.

36

Había —con el sueño—
un duende que tenía
la derecha de hierro,
la izquierda de    algodón.

Y había duendecillos
que en noches tormentosas
se robaban la  leña del hogar.

37

Había —con el sueño—
una verde pradera,
y un grave Carlomagno
como un rey de barajas.

Y había una doncella
en una torre altiva,
y una hechicera y un enano rojo.

38

Había —con el sueño—
las orillas de un río
donde un hombre tendía
los brazos, sollozando.

Y había muchas islas
desiertas, con palmeras,
y  las tres carabelas de un grabado.

39

Había casi siempre
una oscura cochera
y un patio de baldosas
y un  viejo jardinero.

Y había el admirado
maestro de la banda,
y los largos desfiles militares.

40

Había —entre murmullos—
velones y azahares,
y un alto crucifijo,
y lacerados nardos.

Y había raros sueños
en los que alguien volvía
de un misterioso viaje sin retorno.

41

Había —con el sueño—
extraños firmamentos
con estrellas de  vidrio
y lunas de hojalata.

Y había un fin del mundo
que asustaba  a las gentes,
y algún descubrimiento extraordinario.

42

Había los paisajes
de biombos y tarjetas
con un lago de espejo
y torres y cigüeñas.

Y había ese misterio
que irradia el respetado
retrato de primera comunión.

43

Había la plazuela
con fuertes eucaliptos,
y    la temida estatua,
y los niños descalzos.

Y había tantos nombres
de personas y cosas,
y era como un mareo y equilibrio.

44

Había días áridos
de estrechez y zozobra
—niñez estremecida,
desvalida niñez—.

Y había tan lejanas
comarcas y ciudades
gratas a la aventura y el   coraje.

45

Había una palabra
mágica y auspiciosa,
que dicha en su momento
salvaba contingencias.

Y había un llanto cálido
en la noche, en la almohada,
un generoso llanto sobre el mundo.

46

Había un niño pálido
con adverso destino,
y al que miraban todos
con piedad silenciosa.

Y había la certeza
de que los muertos oyen,
atentos, con los párpados cerrados.

47

Había aquella oculta
intuición invencible:
las cosas que eran buenas,
las cosas que eran malas.

Y había aquel camino
que, rumbo al horizonte,
se iba más allá del mundo nuestro.

48

Había algún grabado
de brujas y dragones,
con flácidos murciélagos
y nubes de aluminio.

Y había la lectura
nocturna y anhelante,
y un golpe de aldabón  en la alta noche.

49

Había los primeros
versos descalabrados
y escritos a hurtadillas
con tinta apasionada.

Y había alguna tarde
de ocaso interminable
en que el mundo era lila y angustiado.

50

Había el repicar
de la lluvia en los techos,
y un caño barboteando,
y el agua de la acequia.

Y había aquel tropel
cristalino —infinito—
que hacen los “soldaditos de la lluvia”.

51

Había manos suaves
arreglando la almohada,
y en el jardín luciérnagas,
y flores que bostezan.

Y había un derrumbarse
en sueños de amapolas
con estrellas y gnomos y veletas.

52

Había la penumbra
de las habitaciones,
en tardes con enfermos
y obligados silencios.

Y había ese propósito
recomenzado siempre
de construirnos un teatro de muñecos.

53

Había las heladas
mañanitas de agosto
y el campo tiritando
bajo un sol de cristal.

Y había los viajeros
envueltos en sus mantas,
y las viviendas de los campesinos.

54

Había aquella cruz
de palo, en el camino:
con el nombre JUAN SEBASTIÁN RIVERO
                15-3-17

Y había los relatos
del viaje, aburridores…,
y las ruedas crujiendo en las escarchas

55

(Había alguna infancia
que venía de lejos,
con los brazos tendidos
y el cabello revuelto.

Y había un grito amargo
desde una lejanía
y una imagen de luto y despedida).

56

Había el sobresalto
de crecer en el sueño,
que nos llegaba, cálido,
de profundas raíces.

Y había una promesa
repetida en la noche
a alguna sombra descorazonada.

57

Había —nadie sabe
por qué milagro augusto—
esa seguridad
de poseer  el mundo.

Y había frescos cauces
corriendo en las arterias,
y la muerte era azul y silenciosa.

58

Había —con el sueño—
pueblos de pescadores
y  costas con barcazas
y torvos bucaneros.

Y había una alta roca
y una luz en la noche,
y Sandokán entre tapices persas.

59

Había aquella música
de brigadas fantásticas,
de lanzas y gemidos
y devastadas huestes.

Y había  el torturado
sonar de las vihuelas
que decían las cosas, sin consuelo.

60

Había (pero nunca
se supo ese prodigio)
un pastor cuidadoso
que apacentaba  sueños.

Y había la presencia
indudable y segura
del ángel servicial de nuestra guarda.

61

Había  — ¡lejos, lejos!—
islas y amaneceres
con nubes irisadas
y nevadas eternas.

Y había — ¡lejos, lejos!—
la joven y el trineo
y la alta cúpula y el gallo de oro.

62

Había un mar sonoro
con veloces navíos,
con algas y cetáceos
y briosos hipocampos.

Y había un almanaque
que explicaban los sueños
y las graves figuras del Zodíaco.

y 63

Había una magnífica
urgencia de la sangre
subiendo en marejada
feliz y misteriosa.

Y había peces rojos
y sabores celestes,
y azules continentes, y países…

…………………………………………………………

(Y había más aún en todo el mundo
—y era un mundo importante, aunque pequeño—:
cosas que acaso faltarán en estas
recortadas  NOTICIAS DE UNA INFANCIA).

Vicente Barbieri


Soneto con mea culpa

Manos desfallecidas. Letanía
En silencio arcilloso  y sin salida.
Desterrada, la copa florecida
En un rincón del viento y su agonía.

Bajo cielos de amarga extranjería
Repito con palabra anochecida:
Me acuso de la copla y de la herida
-Absorto corazón, y gastado día-.

Sí, yo anduve la inútil aventura
Por mundos de doliente arquitectura,
De estrella rota y  planisferio oscuro.

Y en el silencio –lentitud de trapo-
Yo dibujé la sombra del harapo
Y yo escribí los nombres en el muro.

Vicente Barbieri








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