Como y duermo con un desconocido

Lo que un avión permite:
el filo moderado de un cuchillo,
dos o tres formas de acomodar el papel metal
plegado prolijamente o hecho un bollo, las mismas formas
de acomodar el cuerpo en el asiento
ahora que la azafata apaga las luces sin palabras de despedida
como una madre severa o muda,
esta cabeza desconocida no encuentra el lugar
no se entrega al sueño
cae en mi hombro, se levanta
prudente oscilación
del vino en la copa descartable
no cruzamos palabra
pero algo cruza cada tanto
la frontera del apoyabrazos
mi mano que alcanza
la copa a la azafata, o el ritmo de esa respiración
que se agrava, se resigna
se quedó dormido, pienso
pero quién
se quedó dormido
no tiene nombre
se quedó dormido
insisto y mis párpados
se van cerrando
como una madre cierra
lentamente la puerta
hasta escuchar el click
mi cabeza cae, estoy
en el hueco de un hombro.

Silvina López Medin


Debería estar escribiendo un prólogo

me quedo en este umbral
escalón de piedra
así me senté a llorar un día
frente a una puerta roja
un desconocido me entregó un pañuelo de papel
dijo don’t
worry, it’s not 
worth it, no era el comienzo
de una conversación, siguió de largo y yo seguí
el pañuelo en las manos
al final deshecho
pequeños pedazos de papel
como los que mi padre se pegaba en el rostro
después de afeitarse
ahí donde hay una herida abierta hay
el riesgo de que algo se pegue
un papel o una frase,
it’s not worth it
ante la indefinición de un corte
lo primero que surge son
instrucciones
primeros auxilios
hace falta
tomar ciertos recaudos
apretar la herida es lo primero
acercar sus bordes
y apretar
según el tamaño
según su ubicación
sobre todo no pensar en el filo
en lo contundente
de esa imagen
la publicidad de hojas de afeitar
gillette, la acumulación de las t
triple hoja
un pelo que se corta y cae
y otro
y otro
decir al oído de quien padece
don’t worry, don’t worry
las palabras van
creando un ritmo que se acopla
a la respiración
debe ser eso dar aliento,
me pidieron que escribiera un prólogo no esto
un comienzo, no
algo anterior al comienzo
de un libro, nunca antes
escribí un prólogo, ante lo desconocido
uno se aferra a lo conocido
un escalón de piedra, una puerta roja
un manojo de imágenes
como los niños se aferran a cierta secuencia
baño comida sueño baño comida sueño
hoy
tengo la edad en que veía los cortes en tu rostro
hoy
me corté al afeitarme
padre, el tiempo
deja caer su gota
abrí la puerta
me senté en un escalón
un desconocido me habló en su lengua ajena don’t
worry pero era tu voz
y no era una instrucción
era un comienzo.

Silvina López Medin


Elegía

                                                                 A la manera de Mark Strand

¿Por qué viajaste?

La humedad del río se metía en mi boca. Me costaba tragar. Se metía en las cosas de la casa. Marcas de óxido que yo cubría con esmalte de uñas. Volvían a aparecer en otra parte. No era suficiente, no era suficiente, el frío seco en la cara al abrir la heladera. De noche la respiración de los otros.

¿Por qué viajaste?

No lograba dormir ni estar despierta, deseaba. El momento en que un avión carretea, toma velocidad, se despega de todo. Ahí el sueño se impone, me despego.

¿Por qué viajaste sin nosotros? 

Creí ver algo desde cero. Creí en la falta absoluta.

¿Por qué viajaste sin nosotros? 

Creí ver desde otro algo que solo existía frente al otro. Creí en cierto tipo de salvación.

¿De qué necesitabas salvarte?

Del río, del óxido. De lo que se adhiere al cuerpo, lo carcome.

¿De qué necesitabas salvarte?

De nosotros.

¿Dónde dormiste?

En un bosque, una sábana gastada entre mi cuerpo y la tierra.

¿Dónde dormiste?

En un hotel, una ventana que daba a otra ventana que daba a una pared desnuda.

¿Con quién dormiste?

Con alguien que dijo “voy a cuidarte”.

¿Con quien dormiste?

Con el espacio que dejó.

¿Con quién dormiste?

Con el recuerdo de tu padre cuando no era tu padre.

¿Qué tenías puesto?

Un saco de lana.

¿Que tenías puesto?

Un camisón transparente, un cuerpo transparente, piedras en la espalda.

¿Cuánto tiempo te fuiste?

Una semana.

¿Cuánto tiempo te fuiste?

Me había ido aun cuando no me había ido.

¿Cuánto tiempo te fuiste?

Perdí la cuenta.

¿Qué hiciste?

Caminé entre los árboles más altos, mi mano en lo áspero de la corteza.

¿Qué hiciste?

Me encontré con lo otro. Los ojos del río. En mi cuerpo. Los bordes carcomidos. Me costaba tragar.

¿Por qué te esperamos?

Porque se los pedí.

¿Por qué te esperamos?

Porque los niños creen.

¿Por qué te esperó papá?

Porque nunca dejó de creer.

¿Por qué volviste?

Caminé hasta cansarme.

¿Por qué volviste?

No dormía. El río había vuelto a crecer, casi me tocaba.

¿Cómo volviste?

Con el río.

¿Hasta dónde llegaste cuándo te fuiste?

Hasta donde pude.

¿Hasta dónde llegaste cuándo te fuiste?

Hasta nosotros.

Silvina López Medin



La longitud del tiempo antes de un hijo 

Y la intermitencia
¿después?
si estaba ahí
siempre, de otro modo
cerrar los ojos hasta que el despertador
no el llanto, no el llanto.
Mamá, estabas ahí.
Hundir las manos en la nieve y tocar otra cosa
siempre, otra cosa
el interior de una heladera
su parte alta: el congelador
hundir los dedos
en lo falso de esa nieve
pero creer por un rato
decir: esto es nieve
creer, dejar de,
la intermitencia
antes de que existiera el sistema no frost
antes de que existieras.
Creí que no estabas.
Cerraste los ojos.
Dormir puede ser morirse
pienso cuando me tiendo
sin cerrar los ojos del todo
aferrada a esa ranura
así hasta el final
y al final qué.
Escarbar en el hielo
de las paredes
del congelador.
¿Te dormiste?
No sé
qué hora es
necesito creer
en la objetividad de ciertos datos, saber
la hora, los grados, la probabilidad de las lluvias
me peso más de una vez por día.
Se te cerró un ojo.
Fue a media mañana
creo
no me avisaron que me dormirían.
Cualquier cosa que despierte escritura
había dicho alguien,
otro habló en contra del uso de la palabra “cosa”,
pero cómo reemplazar una cosa
por otra, y por qué estas voces
se me vienen encima.
¿Tenés mucho sueño?
No me avisaron.
Recién después pude decir: estuve dormida
como quien dice: esto es nieve
en un paisaje en blanco anduve
sola
lejos, otra parte
el cuerpo tendido, el resto
no sé
una ranura
en su segunda acepción: corte
que no divide del todo.
¿Apago la luz?
Me costaba respirar en esa sala,
lo dije: me cuesta respirar.
Creo que fue justo ahí
corte: quedé sola en un paisaje,
ninguno de ustedes.
Mamá, tengo sueño.
Cerrá bien la puerta
que no se pierda el frío
de la heladera,
la necesidad de conservar.
Apago.
Lo que sea
que despierte
¿escritura?
Abrí los ojos: el reloj blanco sobre la pared blanca,
la aguja
en otro lugar
en esa sala.
Apenas podía despegar los labios
repetir una pregunta
no sé
qué pregunta era, lo que importaba
era poder hacerla,
sostener
un tono.

Silvina López Medin




Me despiertan los golpes de una obra en construcción

la cabeza todavía en la almohada, esos golpes As I lay
dying, Faulkner pienso, los hachazos
el hijo que construye el ataúd de la madre
un libro que no pude terminar, que había empezado
en otra parte, un viaje, la costa
estábamos en la playa y el cielo de repente tan negro
no era tormenta, un incendio era
lo que rodeaba la ciudad, nos rodeaba
un círculo pequeño, solos, sin hijos todavía
la cabeza en la almohada, cuantas veces
volví a ese incendio, hace falta un chispazo
y uno vuelve y vuelve
a esos momentos, para qué, por qué, a veces
después de mucho tiempo algo se forma alrededor
se construye o crece como el musgo
retiene la humedad del momento, algo retiene
¿un poema? o no, no toma forma, se pierde
como el humo de ese incendio
no se puede saber hasta el final
hasta que la madera
se parta, alguien
me dijo que mi abuelo era tan alto
no entraba en el cajón ¿es verdad?
¿importa ahora, acá, eso?
el libro que no pude terminar, los golpes
de la obra en construcción, los hachazos
¿eran hachazos o eran martillazos?
Precisión: los clavos
se van hundiendo, la cabeza
todavía en la almohada y esas cabezas
rugosas de los clavos, para que no se deslize
el martillo ¿cómo se llega hasta ahí?
Dejar que las cosas
se deslicen un poco: aparecer en otra parte
crece sobre nuestras cabezas el humo del incendio
estamos en la playa, el cielo partido
negro, celeste, y nosotros
tirados en la playa, solos, dos
cómo es
que de repente se juntan
un pájaro levanta vuelo, se suelta
la cara de Faulkner parece mirarnos
el libro boca abajo a un costado
abierto en dos, arena entre las hojas
As I lay dying
las letras negras del título
¿cómo se traduciría?
El negro del humo avanza y nos cuesta
dejar de mirar el mar.
Seguimos ahí pero ya nos fuimos.
Ya guardé el libro en la mochila,
nos sacudimos la arena del cuerpo
una aspereza agradable. Seguimos ahí
pero ya nos fuimos, llegamos al cemento que separa
la playa de la calle, y el auto
es un fondo de arena, nos vamos
de ese incendio, de la ciudad
es suave la autopista
¿y los golpes, los hachazos?
Recuesto el asiento
As I lay, lo que se acaba
es el día, un día
cierro los ojos: la playa, el agua de la orilla
la suavidad del musgo que recubre una piedra
¿y los clavos? ¿las cabezas rugosas?
Un martillo que igual se desliza, nos deslizamos
la ruta adormece, nos va llevando
esa ilusión de permanencia que da
cierta velocidad
y lo que la entrecorta
el golpeteo de un papel pegado al parabrisas o el aleteo
de un pájaro alerta al cielo partido.
Si no son hachazos, es una obra en construcción
o la pura insistencia: el mar
la arena que se me va del cuerpo ahora
cuando me despertás
¿Seguimos ahí?

Silvina López Medin









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