Dubrovnik (Hacia Zagreb)

Siempre lo mismo después de un viaje.
La manía de recordar. Esa cinta sin fin
ni principio. La eterna miseria que es el acto de recordar,
recuerda el viajero el verso de Virgilio el cubano,
y piensa en El padre Sergio,
que leyó insomne
una noche dálmata en domingo.
¿Un modelo de conducta o un destino,
El padre Sergio?
La estada en el Monasterio de los Dominicos,
donde un cura amigo purga su alma entre piedras
medievales y vino para misa
(se promete volver a Tolstoi
ni bien termine el librito
de Bernanos).
Dubrovnik, el puerto y el sonido… no del mar…
—el mar… calmo y plano como una plancha
de acero sobre otra plancha y otra más… el gris, el mar
almacenado en un galpón metalúrgico de Mitre y Alvear
en Villa Parque Caseros, Partido de Tres de Febrero—
… el sonido de abejas cuando saca boleto para la capital,
un zumbido en la boca de la empleada del ferrocarril
que lo mira y le extiende el pasaje y el vuelto
al decir, corrigiéndolo, sin dejar de sonreír, Zagreb.

Sandro Barrella


El Ñandú

Se dice del avestruz americano aunque
se dice mal, explican los que saben. El tamaño,
y las patas y más, las diferencias
abundan, entre uno y otro,
por eso es un decir y no otra cosa.
En la tierra anterior a la llamada Argentina,
le daban caza con sus boleadoras,
los que estaban.
El ñandú como nombre obedece a una voz guaraní;
Piyo, lo llaman en Bolivia, y surí es el vocablo natural en lengua quechua.
El ñandú corre y no vuela. Nada, dicen que bien,
y es notable su ansia omnívora.
Puede verse en diversos formatos de video
dispuestos por la Era, la carrera alocada
de ñandúes al modo desgarbado de Emil Zátopek,
y lo mismo que aquel que fue llamado,
la locomotora checa, es imposible asimilar esa figura
a la idea de gloria deportiva.
Es comestible su carne aunque en el tiempo
que nos toca, no está bien visto hacer de él
nuestro alimento.
Los niños que juegan con sus autos
de plástico, a ver quién llega más lejos,
los niños, puedo verlos en cuadro, en la ochava
que el pasaje El Ñandú forma con Cuenca,
viven ese momento de máxima tensión,
ajenos al catastro, a la especulación inmobiliaria,
a los pasos de este falso flâneur
que en la mañana de Villa Santa Rita,
se pasea y escribe, sin garbo y al descuido,
el libro de los pasajes.

Sandro Barrella


Es un pájaro...

Es un pájaro comunicativo. Se enreda en el cablerío de los
teléfonos públicos y el corazón la da tumbos si nadie
responde. Tropieza. Cuando recupera la postura deja la pena
de lado, vuelve a intentarlo. El pájaro Comunicativo es
esclavo de un ritual, repite la escena para convencerse que no
está solo en la partida.

Sandro Barrella



III

El bosque cercano donde vivo
provee a la parroquia, dicho esto
en el sentido de comunidad,
no de feligresía,
de leña, sombra, pájaros, castañas,
agua clara, paseos junto al río.
La parroquia, mis hermanos geográficos,
de ellos hablo. Los miembros aleatorios
que por azar nacieron en la tierra
donde fui a dar, por el azar
de mis antepasados.
Nosotros,
como decimos cuando nos cruzamos
las miradas en la feria los domingos
de comienzo de mes,
la kermés, le llamamos;
nosotros que,
acodados en la barra
de la taberna apuramos un trago,
mientras alrededor los niños corren.

De tanto en tanto el municipio trae
una pantalla para darnos cine.
Recuerdo una ocasión, en blanco y negro,
vimos pasar escenas de provincia,
nuestras vidas deslizándose en la cinta.
Reunidas las familias, los paseos,
el carrusel, la iglesia, los que beben,
como en espejo, y además un bosque.
Imágenes movientes, mirábamos estáticos.

(La camarera decide por su cuerpo,
y la pequeña Mouchette
se ve feliz
por un par de minutos,
-las hebillas del pelo resplandecen,
¿o eran cintas de tela?-
los autos chocadores,
empujones mecánicos la llevan
al reino de la risa y la ilusión
del amor juvenil,
-puro, carnal, concreto, ileso-
como en Asís, el de Clara y Francisco.
Luego, la bofetada de su padre
pone otra vez las cosas en su sitio,
como en la vía campesina el palo
en el lomo de un burro,
o una rama en las barbas de las cabras
lleva otra vez las bestias al corral.
La vida condenada de los santos inocentes)

Y yo que hablo de una casa
en el linde del bosque,
no vivo en una casa
en el linde del bosque.

Sandro Barrella



"La poesía es la posibilidad de eludir cualquier intento de síntesis dialéctica. La poesía puede inventarlo todo. Incluso una experiencia que no existía, y a partir de eso crear una memoria. Quiero decir, por ejemplo, en “Oración por Belgrado”, el viajero condensa su propio pasado con el pasado europeo de la segunda guerra mundial, con el presente de su estar ahí en Serbia luego de haber atravesado Croacia en tren; una fotografía en un poste del alumbrado público lo retrotrae a la historia reciente, de mutuos crímenes en el proceso de disolución de la antigua Yugoslavia… y así… puede hacer aparecer a Leni Riefenstahl, al Patio Bullrich, donde se pueden adquirir las prendas de vestir Hugo Boss, la marca que lleva el nombre de quien diseñó los uniformes de las SS…"

Sandro Barrella




Más allá del obstáculo

Se dice “dificultades de la poesía”, y uno tiende a enredarse con problemas del oficio. Está el poema, el objeto al que uno dedica su atención aun cuando no está escribiendo. Pero para cuando esto sucede ya hay una historia personal, un registro en el que se ha perdido, quizás, el comienzo, aquel primer impulso por el que fuimos arrastrados hacia un acto francamente curioso: escribir. Para entonces, poesía y poema se han confundido, al punto de no distinguir si media entre ambos una amistad-agenciamiento ideal-, o un abismo (figura esta, que podría ser reemplazada por: desfiladero/ túnel/ puente/ selva oscura...) que hay que atravesar. Incluso se acepta sin más la voz de la maestra que dice, por ejemplo, “hoy vamos a leer una poesía”. Poesía y poema como sinónimos. A la vez, suele pensarse de la poesía como de un supra-estado, una sustancia inmaterial-¿cielo ideal?-que precede o envuelve a la conciencia y la razón instrumental; aquello que está, no digamos, más allá de una disciplina, sino como ajena a los problemas que esta pueda ocasionar en quien la ejerce. Lo mismo puede decirse de la literatura con sus manuales: más allá de la historicidad de los movimientos, estilos o nombres, ni la comprende en su totalidad, y menos aun la explica. De momento diré que, a quien escribe poemas, se le presentan dificultades específicas de la escritura, como las que puedan tener-a cada cual las suyas de su caso- una modista, un carpintero, o un castor que construye su madriguera. Pero sospecho que no es de esto, de lo que trata el tema que propone este libro.


Se escribe en-y con-la lengua materna (incluso, a veces, en contra). Pero esa lengua puede no coincidir con la lengua oficial de la tierra donde uno nació. Un caso de doble madre, o doble filiación.
La lengua materna de la madre sobrevuela el habla de la casa, y lega al hijo una lengua torcida, leporina, una lengua que además se nutre de sustitutos. Ser Madre de leche, decía mi abuela, recuerdo de una tradición en la que amamantar al hijo de la vecina creaba un lazo más allá de la biología. ¿Madre sustituta, o una segunda madre como repetición del devenir al mundo y que duplica, además, el origen? Una pregunta.
Mi madre italiana conversa con su madre. De ese cotilleo, salpicaduras de vocablos. Los que recuerdo remiten al acto de comer: en las familias italianas de los pueblos del sur la comida es un tema muy importante. De regocijo en la saciedad, de pánico en la escasez. Recuerdo con asombro-y más con alegría-dos palabras de esa lengua privada, al uso, que fueron el negativo oculto de su equivalente en español. Voy a ocuparme de eso que en nuestro idioma llamamos bocado. En el dialecto de Calvello, pequeño pueblo de campesinos de la Basilicata, la palabra invierte la relación de sentido entre la boca de quien recibe el alimento y el instrumento que lleva la comida. La distancia entre una boca y un tenedor es mayor de la que pueda imaginarse. Habiendo terminado de comer la porción recibida, sin segundo plato a la vista, la frase que iría a escucharse combinaba dialecto calvellés y español: “¿querés otra furcchinatta?”. Misión imposible traducir lo que daría para furcchinatta un neologismo más o menos así, “tenedorada”. Una furcchinatta no alcanza a ser una porción-se entiende que más pequeña que la que ya comimos-, es todo cuanto quepa, de una vez, en el tenedor. (Fatalmente pienso en tallarines caseros amasados por mi abuela). La otra palabra es condimentar, que no existió en mi español, lengua materna con remiendos, hasta mi adolescencia, cuando finalmente la descubrí. Hasta entonces, poner sal aceite y limón a una ensalada se dijo “cunssar”.
Literal hasta donde se pueda, mejor huir de la hermenéutica autobiográfica, del hecho más o menos vulgar de una escena de familia. Todos tenemos una, o tuvimos, o no tuvimos y esa fue también una forma de tenerla. Quiero señalar un origen posible de acercamiento a la poesía-con la dificultad que comporta-, en esos fragmentos, minucias, episodios lingüísticos que la mente ha procesado y reprodujo luego, muchos años después, en efectos de extrañeza. Quiero decir: ¿hay algo más extraño que un poema? Me pregunto.

Sandro Barrella



Navidad

Miro hacia el fondo de la casita miniatura
hecha en cartón pintado
y decorada
con papel madera,
las hebras de embalar
esparcidas en torno
a las figuras que componen
un triángulo isósceles,
una depravación del sentido común,
un escándalo que todavía perdura.
Un buey un burro un perro
los tres reyes la ofrenda
una piña traída el último verano
desde la playa. Al pie del árbol
se representa la escena
que funda la Civilización de la Hermandad;
una curiosidad en la episteme
el Niño no menos que su Madre
y qué decir del carpintero
que completa la escena un tanto ausente
como ahogado en las aguas
de un pensamiento que no tiene costas
a la vista.
Una familia en un establo es todo
lo que cuenta esta noche
que repite las noches
de la noche en Belén
cuando empezó el tiempo que nos cuenta,
nos envuelve como un manto
una fábula una canción de cuna.
Me alejo del pesebre y miro el cielo
sin estrellas oscuro
y digo es cierto nació,
está naciendo.

Sandro Barrella


Terraza

Una vista después el volcán
dejó de interesarnos. A la mesa
de una terraza en un hotel
en Nápoles, el ejercicio
de contar sueños se vuelve
un movimiento como el mar.
Pedí otra botella, el viento
levantaba las puntas del mantel
y no pude evitar preguntar otra vez
por la nieve. –Nieve, qué más,
es todo cuanto dijo.
Le recordé aquel film
en el que un matrimonio inglés
de clase media venía a Nápoles
a resolver su crisis en un clima propicio.
—No me acuerdo, me dijo,
y hundió el mentón en el pecho
dejando ver sus cejas como dos
estelas de humo salidas de un avión
que escribe en el azul del cielo
el anuncio de un nuevo aperitivo.

Sandro Barrella





























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